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No nos queremos tomar en serio a esos que aseguran que el fútbol es una metáfora de la guerra. No… hasta que ocurre algo como lo de esta semana en la liga alevín, y entonces nos llevamos las manos a la cabeza.
Dice el presidente ... de la federación regional, José Ángel Peláez, que se trata de casos aislados. Y tiene parte de razón, porque lo que ocurrió en el Juan Hormaechea –una bronca entre familiares de los jugadores que acabó con una mujer por los suelos, con una fractura ósea– no es algo que suceda todas las jornadas, pero no porque no exista el caldo de cultivo, sino porque la mayoría silenciosa hace precisamente eso, callarse. Pero provocadores, haylos. Solo hace falta que se junten dos, en bandos enfrentados, y ya tenemos el drama servido.
Lo del fútbol base, por desgracia, se nos ha ido de las manos, con un doble discurso bastante cínico: se nos llena la boca con lo del deporte como formación en valores, pero en realidad lo único que nos importa es ganar, a cualquier precio. Y así nos luce el pelo, claro.
Hace unas décadas, situaciones como estas eran impensables, con padres acosando no solo a aficionados rivales o árbitros, sino incluso a sus propios entrenadores. Es lo que tiene tener un Maradona en casa. Y claro, qué mejor que meter presión en una actividad que se supone que tenía que ser divertida.
Desde luego, era mucho mejor antes, cuando los padres ni aparecían por los partidos, a menos que jugases una final. Ahora, en algunos clubes tienen hasta que vetarlos en los entrenamientos.
Y después nos quejaremos de que se pierden los valores deportivos, y que hay violencia hasta en los partidos de alevines. Pero claro, si luego resulta que lo peor somos los padres…
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