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En pleno centro de Berlín, en lo que hace un siglo era el barrio elegante de la ciudad, llaman la atención las ruinas de la antigua iglesia memorial del káiser Guillermo I. Un bombardeo aliado acabó en 1943 con su esplendor, y aunque en los ... años cincuenta se construyó al lado un nuevo templo, se dejaron en pie los restos del antiguo, chamuscados y con una torre truncada a la que rebautizaron como 'Iglesia del recuerdo', aunque los guías turísticos se empeñan en llamarla 'la muela picada'.
¿Por qué se mantuvo ese recordatorio en un país que se estaba reinventando? Porque no eran españoles, empeñados en continuar las guerras aunque sean del siglo pasado.
La polémica en torno a la Pirámide de los Italianos ha terminado por judicializarse, después de que el gobierno de Valladolid decidiera catalogarla como bien de interés cultural para evitar que se demoliera.
Nos cuesta mucho entender que, por mucho que nos reconforte esa especie de justicia poética, hacer desaparecer monumentos no borra la historia. Ni siquiera aunque sean tan feos y desagradables como ese mausoleo grotesco con el que el franquismo homenajeaba a los soldados italianos muertos en la terrible 'batalla de Santander'.
¿De qué sirve derribar esa pirámide? ¿Va a servir para superar la guerra civil? ¿No será mucho mejor mantenerla, y explicar la historia como fue? No sé si a alguien se le ocurriría demoler Auschwitz, como reparación moral a las víctimas de los nazis, o la Alhambra, porque la construyeron los invasores. Bueno, a alguien sí se le ocurriría, claro: a nosotros.
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