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Leía esta semana en el periódico que «ir en bicicleta al trabajo reduce a la mitad el riesgo de morir». Y es una gran noticia, ... sobre todo para los que no queremos morir, que sospecho que seremos unos cuantos. Además, llevaba todo el mes yendo en bici al trabajo, y no porque buscase la vida eterna, pero bueno, si me la ofrecen al cincuenta por ciento…
El caso es que después de tres semanas de experiencia, no sé si estoy muy de acuerdo con los investigadores de la Universidad de Glasgow que hicieron el estudio. Y no porque cuenten que va muy bien para el corazón, que previene el cáncer o que los ciclistas son menos propensos a sufrir accidentes, sino porque aseguran que mejora la salud mental.
O sea, que igual en Escocia ir en bici es otra cosa, pero como quieras cruzar Santander en bici igual vas a acabar echando pestes seguro. Dar un paseo por el Muelle o por el Sardinero con las bicicletas municipales igual tiene su gracia, pero que prueben a ir desde las estaciones hasta el Pctcan, y luego me explican eso de que pedaleando te evitas tomar pastillas.
Porque queda muy bonito eso de poner carriles bici, pero si unos no enlazan con otros, se te olvida señalizarlos y además pones al enemigo a diseñar las trazadas, al final solo sirven para justificar subvenciones, y para desquiciar a los contribuyentes pardillos, que somos incapaces de comprender por qué para cruzar las rectas de Nueva Montaña y Peñacastillo hay que dar la vuelta al mundo en cada rotonda.
Vamos, que no se trata solo de presumir de kilómetros y kilómetros de carriles bici. Se trata de hacerlos con un poco de cariño, y no como si fueran una venganza.
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Ana del Castillo
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