Tildes

Vamos, que lo que no era de recibo es que, después de pasarnos la infancia memorizando dónde se ponían o no la tilde diacrítica, de repente llegasen los académicos y lo cambiasen por decreto. Eso no es serio. Para empezar, porque te hacen viejo de repente, inventándose una brecha generacional entre los nostálgicos del 'sólo' y el 'éste' y los modernillos que pasan de acentos. O sea, que te hacen sentirte como tu bisabuelo cuando acentuaba la preposición «á».

No se puede jugar así con aquello que nos han obligado a interiorizar hasta hacerlo nuestro. Sobre todo, porque desde niños nos inculcan que una falta de ortografía es mucho más grave que una falta al borde del área. Es casi, casi, una falta de educación. Y, desde luego, de elegancia, así que nos aprendemos las normas de la RAE y las aplicamos con mucha más contundencia que el código penal, incluso en los textos de los demás, que ya tiene delito.

Han sido quince años de guerra de guerrillas y de insumisión, incluso con un frente abierto entre los académicos: grosso modo, los lingüistas contra los escritores. La dictadura del funcionalismo contra la creatividad y la calle. Al final, ha ganado la nostalgia. La lengua, para el que la trabaja, qué demonios. Eso sí, ahora ya podríamos aprovechar el tirón y tratar de recuperar la tilde de «rió» y, sobre todo, de «guión», porque ustedes nos sé, pero yo cada vez que intento pronunciarlo como diptongo, acabo con esguince de faringe.