Viajar en transporte público

Yo entonces no caí en la cuenta, pero resulta que, como en casi todo, hay dos Españas: la que puede… y la que viaja en transporte público. Así ha quedado en evidencia esta semana, cuando esta lucha por el poder entre partidos ha terminado salpicando a los de siempre, que nos vamos a quedar sin los abonos gratuitos de tren y los descuentos en el bus.

Evidentemente, para los que no utilizan el transporte público, estas ayudas eran un despilfarro. Más o menos, como la educación y sanidad pública para los que pueden permitirse la privada. Y el asunto tiene su lógica, claro: desde el coche oficial o de empresa, debe de importar poquísimo esa gente que tiene que coger el autobús. «¿Es que también tengo que pagarlo yo?», se preguntarán. Sin embargo, cuando se subvencionan los ordenadores a las compañías privadas o se rescata a la banca, ahí no hay quien rechiste.

El problema es que en el reparto entre esas dos Españas no cuadran las cuentas: o nos hemos vuelto ricos todos de repente, o el reparto de bandos anda bastante desproporcionado. Está claro que, en su estrategia de tensionar la vida social hasta que recuperen el poder, la oposición ha querido dar una patada al Gobierno pero en el trasero de los ciudadanos.

Y además sin distinguir entre partidarios y adversarios, porque cuesta mucho creer que, entre tantos millones de viajeros, todos sean votantes 'del enemigo'. En fin, que a ver si se acaba ya esta guerra política, porque al final los que la estamos perdiendo somos casi todos, los que «no podemos».