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En 1978, nuestra Constitución fijó un amplio marco de libertades que ha permitido, entre otras muchas cosas, que los individuos expresemos todo lo que sentimos y pensamos, sin miedos ni autocensuras. Con el transcurso de los años, este paraíso fundamental, articulado en su momento gracias ... a encomiables esfuerzos y consensos políticos, ha recibido inesperados impulsos, entre los que destaca el motivado por la irrupción de internet, causante del surgimiento de un escenario de vastas dimensiones y abundantes oportunidades, un gran tablero en el que, frecuentemente, nos es difícil asimilar todo cuanto vemos, y comedir todo cuanto podemos hacer y expresar.
En un espacio así, donde casi todo es posible y las reglas de juego destacan por su laxitud, los usuarios disponemos de un poder casi absoluto, con las ventajas y riesgos que ofrece este panorama. Nada impide, por ejemplo, que un inexperto en cualquier materia aleccione a miles —o millones— de personas sobre esa materia o genere infundadas corrientes de opinión, en base a experiencias personales mínimas o simples juicios de valor; tampoco hay obstáculo para que, alguien que jamás ha estado en un determinado país o nunca ha disfrutado de un servicio cualquiera, siente cátedra ante sus incondicionales sobre las bondades o los defectos de ese lugar o de ese servicio; por no hablar, en fin, de la multitud de propuestas artísticas que inundan webs y redes sociales, producciones que no tendrían un pase al lado del talento de creadores de otras épocas. Los filtros de la meritocracia y de la calidad han sido aniquilados por internet, que nos hipnotiza con un insondable volumen de contenidos, a menudo mejorables, dudosos y perecederos, espoleados, casi siempre, por el incontrolable tirón del efecto viral o por el punch de efímeras reputaciones.
En un entorno tan abierto y libre, la virtud crítica de cada usuario se antoja fundamental a la hora de esquivar a los fantoches profesionales del medio, y de establecer, de ese modo, qué contenidos deben terminar mereciendo la pena y cuáles no. Como primeros interesados, todos somos responsables de lograr que esa ciberselección natural se haga efectiva. Sin duda, la libertad, bien utilizada, es una herramienta maravillosa que encumbra al ser humano y lo protege, además, de las ambiciones torcidas del colectivo.
Pero su despliegue individual requiere madurez por parte de quien la ejerce y, en igual proporción, una alerta inteligente por parte de quienes orbitamos alrededor de esa persona.
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Ana del Castillo
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