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Hace muchos años, el entonces vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra nos recordaba en un lenguaje sencillo y claro que «el que se mueve no sale en la foto». Todos sabíamos a que se refería, no hacía falta explicación alguna. El acierto de su afirmación, su ... lenguaje simple y contundente, además de familiar, ha hecho que tal expresión siga estando hoy en el repertorio de frases más conocidas por los españoles pese al tiempo transcurrido. Lógicamente, se estaba refiriendo a que todo aquel que se aparta en algún momento de la línea política de su partido tiene sus días contados... no saldrá en la foto.
Mario Vagas Llosa, escritor brillante, publicaba en 2012 su libro 'La Civilización del espectáculo'. Definía la política actual como la política del espectáculo. Hacía así una perfecta disección de aquello en lo que se ha convertido. El espectáculo, en el sentido peor del término, toca la fibra más sensible de las masas, afirma el escritor peruano, y consigue una interacción emocional con el votante. Y esto es lo que estamos viendo últimamente en la mayor parte de los países.
Pero lejos de ser algo nuevo, la historia tiene muchos ejemplos, similares, de este tipo. No hay más que recordar lo que ocurría en la vieja Roma cuando los emperadores se ganaban a la plebe, pobre y de escasos recursos, enardeciendo sus sentimientos y alentando su odio en espectáculos sangrientos. Algo similar a lo que hacía el emperador Justiniano en Constantinopla.
La frase de Alfonso Guerra, en su más estricto significado, y lo que nos trasmite Mario Vargas Llosa en su citada obra hoy son un componente básico del acontecer diario de nuestra vida política.
No son, ni con mucho, los mejores los que hoy ocupan los puestos más relevantes en las candidaturas de sus partidos. Están los que aceptan las normas y directrices de sus líderes, los que no disienten en nada, los que callan y no tienen voz propia... Se valora en grado extremo su docilidad. No cuestionan nunca al partido, ni disienten públicamente de sus propuestas. Y ahí está su virtud.
Espectáculos emotivos, derroche de medios, mítines costosísimos y representaciones grandilocuentes son la puesta en escena de sus campañas electorales recorriendo pueblos y ciudades, plazas y mercados.
Su lenguaje es vacío, sus propuestas son inalcanzables, la mayor parte de las veces sus promesas son vanas y sus programas absurdos. Sus ataques al adversario avivan el odio y acrecienta el rencor con sus rugidos e improperios que recuerdan a los espectáculos de la vieja Roma.
Pero muchos hoy no se sienten representados . La política pierde para ellos el noble sentido de su término, «lo que afecta a la intereses de la Polis», la democracia ya no se reconoce en si misma.
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