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Resulta frecuente escuchar en boca de protagonistas de la vida pública eso tan tópico de «se han malinterpretado mis palabras». Individuos de variado pelaje y condición lo dicen al comprobar que han metido la pata con sus declaraciones. O sea, que les llueve a jarros ... encima y no escampa. Creen que así quedan eximidos de su culpa. Pelillos a la mar. Lo que no suelen añadir nunca a reglón/canutazo seguido es una frase del tipo «esto me demuestra que no sé expresarme bien y que debo aprender a hacerlo». Antes muertos que humildes.
Con ser malo, no es lo peor que el ocupante de un cargo destacado –que por razones obvias ha de tener especial cuidado con lo que afirma– naufrague en la manera de exponer sus tesis. Lo peor es que además de demostrar una patética carencia de conocimientos sobre algo que debería dominar para no irrumpir en el escaparate cual elefante en una cacharrería, no se muestre dispuesto a aprender porque considera que lo sabe todo. Sí, todo a pesar de que los hechos demuestren –especialmente en el complejo territorio de la tele, la radio, la prensa, las redes sociales, etc.– que en materia de comunicación es un ignorante esférico. Abundan, por desgracia, los ejemplos.
Hablar bien en público exige una preparación. Sin tenerla, el fracaso está asegurado. Tardará más o menos en producirse, pero llegará. No se estrellarán hoy Fulanito o Menganita ante los micrófonos y cámaras que les rodean por ser quienes son, pero se estrellarán mañana. Caerán un día en su propia trampa. Con el fin de intentar evitarlo, constituirá una acertada decisión que lean y pongan en práctica los sabios consejos que incluyó en su libro 'Aprender a hablar en público hoy' el inolvidable psiquiatra español Juan Antonio Vallejo-Nájera, as de su profesión y de la palabra. Para comprobar lo segundo, YouTube ofrece la posibilidad de ver una intervención suya en el programa de TVE 'Melómanos', de 1989, en la que evoca una anécdota que escuchó. Anécdota, por llamarla de algún modo, que protagonizó 'Pipo' Di Stéfano, afamado tenor italiano. Improvisando, no se puede narrar mejor ni con mayor gracia una embarazosa peripecia ajena.
Es evidente que expresarse con calidad oral constituye un arte. Hay personas que nacen con tal virtud, pero salta a los oídos que no son mayoría. Cada uno debe mirarse al espejo y preguntarse a qué grupo pertenece. ¿Al de los 'picos de oro'? ¿Al de…? Si no es al primero, conviene ser prudente. Aplíquese entonces el útil recordatorio de Zenón de Citio: «Tenemos dos orejas y una sola boca, para escuchar más y hablar menos». La convulsa Historia de la Humanidad demuestra que el homo sapiens parece muy dotado para el manejo de unas cuestiones y muy torpe para el manejo de otras. Cara y cruz. Y es que «nadie es perfecto» (Billy Wilder & I. A. L. Diamond).
Muchos personajes de actualidad continúan sin entender que acumular conocimientos sobre una materia no garantiza transmitirlos siempre con rigor en público; que decidir qué se dirá no garantiza siempre decirlo como se ha decidido. Suena parecido, pero no es igual. ¡Existen enormes diferencias! Para fundir ambos factores será imprescindible alcanzar la síntesis en el fondo del mensaje y ensayar durante horas y horas su forma. Cuando cumpla este precepto, quien deba dar el paso al frente se hallará en condiciones mentales de afrontar el reto de salir a escena. De lo contrario, lo mejor será que permanezca con los labios pegados y sin someterse a la intensa luz de los focos. ¿Por qué? Porque si se envalentona le ocurrirá lo mismo que al niño empeñado en demostrarle a su progenitora que manejaba de maravilla la bici. «Mira, mamá: ¡sin manos!», gritó entusiasmado mientras no paraba de pedalear. «Mida, mamá: ¡zin dientez!», precisaría segundos después.
En la era mediática de hogaño, la importancia de hablar 'adecuadamente' en público –callar lo que interesa y proyectar lo que conviene– es trascendental. ¿A cuántos 'vips' les destrozaron, destrozan y destrozarán el prestigio sus opiniones tanto por el contenido como por el tono empleado? ¿Cuántos cargos públicos, deportistas, artistas, etc., se forjaron, forjan y forjarán una pésima imagen al no ser capaces de dominar la puesta en escena de las intervenciones públicas y no ejercer de diplomáticos en el ámbito de la oratoria? En el pecado llevarán todos, eternamente, la penitencia.
Para que una persona no sea 'malinterpretada' al tratar de hilvanar frases coherentes y cause una sensación positiva en el prójimo, deberá perfilar antes de cualquier comparecencia social lo que pretende difundir y con qué aire, proceso ni rápido ni fácil. Sólo entonces desarrollará sus argumentos de modo casi quirúrgico y sujetará los nervios que, lógicamente, genera el compromiso. Para evitar sofocos posteriores a su uso conviene hacer con el verbo lo que el maestro Hitchcock hacía con sus brillantes películas. Preguntado en cierta ocasión por un colega mío sobre qué le parecía más difícil a la hora de afrontar el rodaje de una, sir Alfred respondió: «Concebirla. El resto, es oficio». Más claro, el agua.
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