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Desalienta tener que reconocerlo, pero es resulta evidente: en los desquiciados tiempos actuales, pensar se lleva poco. Escasos personajes del escaparate público, tan a menudo generadores de criterio, se muestran hoy capaces de forjar reflexiones de interés. Resulta, en consecuencia, obligatorio actuar al respecto como ... antaño con las lentejas. Hay que escoger, sí. Planteo aquí un florilegio de atinados pensamientos ajenos, puntos de luz en la oscuridad general. Los comentaré de manera breve.
«El bombardeo de información no hace más que cegarnos la realidad» (Stefan Sagmeister, diseñador). Sin duda. Acontece esto con una preocupante frecuencia. De no dosificar y seleccionar bien las fuentes, de la información se pasa en un abrir y cerrar de ojos a la desinformación e inevitable manipulación. A millones de individuos les conviene bajar cuanto antes de la higuera. Mañana será tarde.
«La intolerancia del siglo pasado se exasperó en la calle, donde los pescadores a río revuelto salían a aturdir a las masas. Hoy se riega y se distribuye por circuitos virtuales, y quienes la absorben y difunden son gente sola arrellanada en su sillón. No está claro que eso la haga más inofensiva» (Lorenzo Silva, escritor). De siglo en siglo nada o casi nada han cambiado en lo sustancial determinados males. Las redes, redes son.
«Como cineasta, muchas veces me planteo cómo mostrar y mirar de frente lo insoportable. La única y pobre conclusión a la que he llegado es que pertenecer a la raza humana es admitir y contar con ese lado horrible y oscuro, que todavía le da más valor a la luz y a la esperanza» (Isabel Coixet, directora de cine). «Esperanza». Hermosa palabra, tabla a la que con frecuencia nos agarramos en el naufragio particular o colectivo. Si no existiera, habría que inventarla.
Más madera. «La esperanza está siempre ahí, si bien resplandece más en tiempos oscuros. Y lo mismo ocurre con la fe y la caridad. Porque las tres, por encima de ser virtudes teologales, son herramientas con las que nos ha dotado la naturaleza. Herramientas para alcanzar no solo esa esquiva y muchas veces egoistona felicidad que tantos persiguen. También –o mejor dicho, sobre todo– para sentirnos útiles, necesarios, indispensables. O lo que es lo mismo, humanos en el mejor –y más divino– sentido de la palabra» (Carmen Posadas, escritora). Sentirse humano es, no cabe duda, el mayor reto de los retos. El que todos, sin excepción, afrontamos a diario. ¿Con qué resultado? Para saberlo, mírese cada cual en el espejo de su conciencia. Nunca miente.
«Sospecho que las más memorables ciudades imaginarias del cine se parecen inquietantemente a las ciudades que habitamos. Tal vez por eso, a la vez que nos fascinan, nos desasosiegan y sobrecogen» (Juan Manuel de Prada, escritor). Salir a la calle implica constatarlo de inmediato. Especialmente cuando se apodera de ellas la marabunta y los hechos le dan la razón a Tagore, quien afirmó que «el hombre entra en la multitud para ahogar el clamor de su propio silencio». No siempre, pero ocurre en bastantes ocasiones.
«Lo importante no es si las máquinas serán más inteligentes, sino que protejamos lo que nos hace humanos. Los planes de estudio deben dedicar mucho más tiempo a las humanidades. Eso nos ayudará a que lo que venga no se construya sobre nuestras peores tendencias» (Howard Gardner, profesor). Ahí le duele. ¿Acontecerá tal prodigio? ¿Le harán caso al señor Gardner los responsables políticos/educativos de los países en teoría desarrollados?
«La escritura, buena o mala, es una ficción donde lo real, a menos que sea autobiográfico –y en ese caso, desconfíen todavía más–, suele ser sólo unas gotas de vida propia mezcladas con otros elementos, diluidas en la trama, refundado todo en el resultado final que conocemos como literatura» (Arturo Pérez-Reverte, escritor). Lúcida matización. Hasta en la literatura conviene separar la paja del trigo.
«Somos los destructores de la creación. Nosotros mismos nos hemos llamado sapiens, pero lo que somos es primates inteligentes, aunque destructivos y devorados por la avaricia» (José María Merino, académico). Al loro con la avaricia, origen de apocalipsis morales. Carece de stop.
Epílogo. Se puede decir más alto aunque no más claro: «Hay una epidemia general de imbecilidad» (Javier Sádaba, filósofo). En vista de las actitudes de numerosos ciudadanos en cualquier rincón del planeta Tierra, está demostrado. Por desgracia, abunda la casuística. ¿Podrá combatir esa epidemia alguna vacuna? ¡Ojalá! RAE, Ojalá: «Interjección que expresa el deseo de que algo suceda». Ya lo dice el genial Chaplin en su emocionante película «Candilejas» a través del personaje Calvero: «La vida es deseo, no significado».
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Ana del Castillo
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