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Podría pararme en medio de la 5a. Avenida y matar a alguien y no perdería ni un voto». (Donald Trump, enero 2016, en un acto de campaña en Iowa). La noche del 27 de junio 2024, en CNN ante más de 50 millones de espectadores, ... demostró que no mentía.
Estamos ante la crónica de otra muerte anunciada. El asesinato político de un hombre bueno, ante nuestros ojos, atónitos, sin podernos creer lo que estábamos viendo, a manos del más desalmado criminal que nunca participara en un debate televisivo. Donald Trump mató a un ruiseñor, afónico e indefenso, y luego se dio la vuelta, salió… Y no fue nada.
¿A qué grado de ignominia ha llegado la política americana?. Elegir entre un candidato que no es viable y otro que no es de recibo, ambos en grado máximo. Una disyuntiva desesperante. Un callejón sin salida en el que la política de uno y otro bando ha metido a los votantes que aún gozan de alguna lucidez. Ahí los tienen acorralados; condenados al voto en blanco en el mejor de los casos.
Los chinos y rusos no lo hubieran hecho mejor si hubiera estado en su mano. La decadencia de Occidente, arrastrada por la del imperio americano que es su líder indiscutible. Putin puede dormir tranquilo porque su Guerra de Ucrania, tras el inesperado fracaso inicial, parece ir bien encaminada al logro de sus objetivos. Xi JinPing no tiene prisa para conquistar Taiwán, porque calcula que caerá como fruta madura. Su prioridad es la hegemonía en el Pacífico Oriental que, como en el caso de Putin, parece ir bien encaminada. Incluso la capacidad de Israel para alzarse con la victoria contra palestinos e iraníes, parece estar hoy en entredicho; depende esencialmente de la ayuda americana y esta, con Trump al timón, no está asegurada.
La crisis europea merece capítulo aparte; ahora me limitaré a señalar que el irresistible ascenso de la derecha extrema en sus principales países –hoy por hoy con la excepción ibérica– no augura nada bueno para el ambicioso proyecto de una Unión cada vez mayor, hasta llegar a los Estados Unidos de Europa como tercer bloque en el nuevo orden mundial.
El debate dejó, negro sobre blanco, dos puntos muy debatidos entre quienes siguen de cerca la política e incluso entre el público en general:
–Fue penoso hasta las lágrimas contemplar la impotencia de Biden, no solo para responder a un Trump desatado que lo tumbaba en la lona a cada intervención, hasta vencerle por KO tras verlo trastabillar grogui por el ring durante 90 minutos; sino su manifiesta incapacidad para gobernar otros cuatro años (está claro que mis plegarias al respecto no habían sido escuchadas). No digamos ya para ser el líder del bloque occidental, que la situación internacional exige cada vez más perentoriamente.
–Fue indignante ver al feroz Trump, una vez más, falseando sus logros con el mayor descaro y denigrando los del adversario, tachándolo de traidor, asesino y carne de presidio. A la vez que se afirmaba en llevar a cabo unas políticas económicas que ponen en riesgo no solo la economía americana sino la mundial; unas políticas de defensa con parecidas consecuencias; y unas políticas sociales que reavivarán la llamada guerra cultural. Lo cual, en el caso que nos ocupa, significa la reedición de la Guerra de Secesión con el objeto de ganarla esta vez.
¿Qué hacer ahora? Mentiría si les digo que conozco la respuesta. Una parte de mí dice que estamos en la situación de haber traspasado 'el punto de no retorno'. César ha cruzado el Rubicón y ha dicho 'Alea jacta est' (La suerte está echada). En este caso, el resultado parece muy claro: la victoria sería para Trump. El segundo reinado de este César de cartón piedra, en pleno Siglo XXI. América y el mundo deberán prepararse para lo que se nos viene encima, no será fácil.
Por otra parte, hay un coro de analistas y políticos demócratas que sostienen (inevitablemente me evoca aquello de 'agarrados a un clavo ardiendo') que se está a tiempo de elegir un nuevo candidato para derrotar a Trump. Pienso que infravaloran las dificultades de darle la vuelta a la tortilla a estas alturas del combate; pero quizá me puede el pesimismo. En situaciones desesperadas, y esta lo es, el pesimismo no es la opción más recomendable.
Dice mi siempre admirado Thomas Friedman que «estamos ante un gran salto histórico, tanto tecnológico (IA) como climático. El inicio de una nueva era, el amanecer de una revolución que va a cambiar todo para todos: cómo trabajamos, aprendemos, enseñamos, comerciamos, inventamos, colaboramos, guerreamos, cometemos crímenes y los combatimos». No podemos dejar esto en manos de Trump; pero tampoco de Biden.
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