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El riesgo de que el proyecto europeo de Unión, tras estancarse, inicie el descenso a los infiernos, asoma su fea jeta: la economía ha dejado de crecer (la excepción española ¡oh sorpresa! es eso, una excepción); la evolución de la renta per cápita lo pone ... de manifiesto; la comparación con la economía americana resulta patética.
A comienzos del siglo XXI la ampliación de la UE, hasta alcanzar los 450 millones de habitantes, fue como tomar el elixir de la eterna juventud: un futuro de estabilidad política, democracia y prosperidad económica estaba al alcance de la mano. Un cuarto de siglo después aquel sueño se está convirtiendo en una pesadilla: la Unión deviene Desunión Europea por momentos; Europa ha perdido la brújula y, con ella, la dirección y sentido del proyecto. Al perro flaco todo se le vuelven pulgas; la llegada de Donald Trump a la presidencia americana, con su proyecto mercantilista de poder tarifas arancelarias a todo bicho viviente, amenaza con aumentar la distancia económica entre Europa y Estados Unidos sin esperanzas de cerrar la brecha. Por si fuera poco, el «bloque asiático» también parece dispuesto a distanciarse de Europa en similares proporciones.
¡Despierta Europa! El «mercado único» europeo es una herramienta única, 450 millones de consumidores es –más que de sobra– una masa crítica que muy pocos conglomerados pueden alcanzar. Los Estados Unidos son 336 millones, solo China e India tienen más población; si no me equivoco, por detrás de Estados Unidos están Indonesia (284), Brasil (212), Nigeria (206) y pare de contar. Pero para que este mercado unificado funcione como tal, se necesita asimismo la unificación de recursos y un plan de crecimiento estructural coordinado a escala europea. A su vez, este plan no puede llevarse a efecto sin un mercado de capitales unificado y una unión bancaria que den su apoyo al susodicho plan de crecimiento e inversiones. Al proyecto de unión bancaria hace tiempo que le pusieron los cimientos; pero sigue estando incompleto, tras todos estos años, y no se ven grandes esfuerzos para su culminación. Lo cual dice poco de la seriedad con que un proyecto de tal envergadura debiera emprenderse.
Es, pues, legítimo preguntarse hasta qué punto el bloque europeo está dispuesto a integrarse al nivel requerido, para funcionar como tal bloque competitivo frente a los bloques que están tomando forma a velocidad de crucero. De la respuesta a esta pregunta depende que el crecimiento europeo vuelva a tomar impulso o bien que el conformismo hoy instalado entre sus miembros haga que el «mercado único» sea otro de tantos sueños húmedos.
En la derecha europea más conservadora, en compañía de la extrema derecha, se ha instalado un atlantismo que ve en Estados Unidos la tabla de salvación. No acaban de entender que el proyecto de Unión Europea nunca ha sido santo de la devoción americana. Lo que siempre les ha interesado a los americanos es una OTAN que sirva de paraguas defensivo conjunto, frente al resto del mundo; pero sin duda prefieren un mercado europeo discriminado, y realizar acuerdos bilaterales con los distintos actores: divide y lograrás acuerdos comerciales mucho más favorables que si te ves obligado a negociar con un bloque unido. Ante la duda, pregunten a Donald Trump.
La economía de escala solo se optimiza con la unión paneuropea. La acumulación de conocimientos y experiencia a escala europea haría lo demás: la innovación tecnológica es la vía más directa al crecimiento, lo demás es mantenimiento de lo que ya se obtiene. Hoy Europa va por detrás en diseño y producción de chips, desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA), producción de vehículos eléctricos, ordenadores cuánticos... El incremento de la productividad lleva años estancado. La economía de escala, junto a la acumulación de conocimientos y experiencia, fomentaría una mayor inversión de capitales en negocios expansivos. La abundancia de capital inversor potenciaría la iniciativa de emprendedores con una clara voluntad de crecer, sin verse coartados por la escasez de recursos financieros. La seguridad de los propios bancos a la hora de financiar proyectos de riesgo contaría con el respaldo de la unión bancaria.
Lo que en realidad está ocurriendo es que la falta de convergencia produce ralentización de las inversiones, frena la producción de riqueza y aumenta la brecha entre el bloque europeo y el resto del mundo. Incluso favorece la huida del talento juvenil a latitudes más favorables. Lo cual pone en peligro la prosperidad europea a más largo plazo y, con ello, los ideales de la UE.
Si algo bueno tiene la crisis que ahora atraviesa la Unión Europea, es aprovechar la oportunidad –y la obligación por parte de sus líderes– de escalar la unión política y, con ella, las ambiciones del bloque. Si la potencialidad del «mercado único» no se realiza en toda su extensión la muerte anunciada a la que aludo en el primer párrafo se hará triste realidad.
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