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La sartén le dijo al cazo «apártate que me tiznas». Lo que hoy llamamos 'cancelación'̈ es algo más antiguo que la santanderina roca del ... Camello. De hecho, es un vicio que en mayor o menor grado padecemos todos, y lo practicamos a nivel personal y agrupacional, en público y en privado. Solo que ahora se ha puesto en boga subrayar ese aspecto de las relaciones humanas, y reducir éstas a un común denominador: la cultura de la cancelación.
En EE UU la llamada 'cultura de la cancelación' tiene un par de etiquetas, la cultura 'Woke' y la cultura '̈Maga'; sus acólitos se acusan mutuamente de practicarla. Por ese afán de emular a los americanos, a quienes por otra parte se critica despiadadamente, dichas etiquetas han prendido en el resto de Occidente: por un quítame allá esas pajas se le cuelga dicho sambenito al más pintado.
En nombre de la libertad para imponer sus convicciones, en temas tan polémicos como la igualdad y la paridad entre hombres y mujeres, el derecho a gestionar su cuerpo, la identidad genética y cultural de las minorías de género, etcétera, o simplemente en defensa de su ideología, los Woke pretenden subsanar evidentes carencias del entramado social con unas formas que han producido el efecto contrario: el rechazo generalizado de las gentes del común, inmersos como están en su cultura tradicional. Han llegado al extremo de recurrir a abrumadoras presiones sociales a todos los niveles –educación, empresas, gobierno–, para cancelar las normas establecidas y forzar la imposición de otras nuevas diseñadas por ellos; so pena de condenar a los disidentes al ostracismo, en el mejor de los casos, y a la persecución física, en el peor. Una forma de inquisición del siglo XXI.
Pero es que los Maga, asimismo en nombre de la libertad de expresar sus convicciones, exacerban los impulsos conservadores que llevan a proteger valores tan fundamentales como la familia, la capacidad de la religión para proporcionar dirección y sentido y practicar la Caridad con los necesitados, o la práctica de las libertades privadas sin interferencias del estado. Para ello, los Maga cancelan los derechos de administrar la propia reproducción genética y el aborto, imponen la religión cristiana cancelando todas las demás, proclaman la superioridad del hombre blanco y de este sobre la mujer, persiguen a los inmigrantes, etcétera. Su prioridad es la acumulación de poder, la politización de todos los conflictos sociales para imponer un régimen ferreamente autoritario, a fin de realizar sus fines sociales, políticos y económicos.
Por cierto que lo justifican como reacción a la cultura Woke, extendiendo un tupido velo sobre el hecho de que Maga es el heredero del 'Tea party' y este tuvo lugar antes de que los Woke se organizaran para imponer sus convicciones. Se trata, pues, de un círculo vicioso: el Tea party surgió como reacción al neoliberalismo, y este como reacción al New Deal de Roosevelt-Kennedy-Johnson... Y así sucesivamente hasta remontarse a los orígenes de la República americana.
Ante este panorama, la sociedad se ha ido acomodando a cada bandazo ideológico por aquello de la necesidad de aclimatarse. No al clima físico sino al espíritu de los tiempos. No solo los ciudadanos sino los empresarios, grandes y pequeños, se han prestado a hacer el juego, primero a los Woke, y ahora a los Maga, adoptando la típica hipocresía que antaño hacía homenaje a la virtud y ahora homenajea los peores vicios. Con los Woke se comportaron como los más diversos, equitativos e inclusivos (DEI). Ahora, con los Maga, son los más patriotas, machistas, discriminatorios y homogeneizadores sociales.
La sociedad tiene querencia por sus costumbres, y estas están enraizadas en la cultura establecida, de ahí que la duración de los procesos de cambio cultural no se cuentan por años sino por generaciones. Se requiere una nueva generación, nacida y crecida en un nuevo entorno, para que el cambio cultural se consolide. Pero, por otro lado, el impulso evolutivo, que lleva implícito revolucionar las estructuras establecidas, es imparable. La pretensión de frenar la evolución, pretendida por Maga en este momento, es como ponerle 'puertas al campo'; algo tan iluso como pretender encarrilar la evolución mediante 'orden y mando', por parte de los Woke.
El caso es que Wokes y Magas, unos con buenas y otros con aviesas intenciones, han embarrado el terreno de juego a unos extremos que claramente obstaculizan el buen funcionamiento de nuestras sociedades. El resultado es el hartazgo generalizado, común producto de ambos. Un hartazgo que está siendo utilizado por los extremos de uno y otro signo, para provocar un cambio de régimen en una misma dirección, el autoritarismo, si bien en sentidos opuestos; una sola carretera de dos direcciones. En este momento la dirección que predomina es hacia la derecha dura, después de haber predominado la izquierda intransigente durante el primer cuarto del siglo XXI.
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Ana del Castillo
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