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Para cuando se publique este artículo estaremos en la víspera de las elecciones generales en Estados Unidos. La insistencia en que este país está electoralmente dividido en dos mitades casi milimétricamente iguales hace pensar que hay gato encerrado. La realidad es que un porcentaje cada ... vez mayor de votantes, hastiado de un martilleo electoralista difícilmente soportable, se niega a responder a las encuestas; con lo que la credibilidad de éstas disminuye a ojos vistas. Tanto es así que algunos medios de comunicación dan mayor credibilidad a los datos de las casas de apuestas.
La obvia explicación de la proliferación de las apuestas sobre todo lo humanamente imaginable, es que es un negocio muy rentable (por algo en España siempre estuvieron monopolizadas por el Estado) y quieren convertir a toda la población en ludópatas. En Estados Unidos -donde se mide todo- el porcentaje de ciudadanos que hacen apuestas deportivas es 19% (los jugadores compulsivos son 1%). Una quinta parte de la población, no necesariamente representativa del 80% que prefiere no apostar. En todo caso, estamos ante una banalización de algo tan serio como unas elecciones; pero las propias elecciones se han vuelto así de banales, siendo los políticos los primeros interesados en banalizarlas.
Presenciando los actos de campaña americanos es imposible imaginarse lo que realmente está en juego. Si gana Trump, posibilidad cada vez más verosímil, habrá ganado un movimiento más interesado en imponer sus principios reaccionarios que en defender el sistema democrático. Es más, Trump está dispuesto a sacrificar el sistema, que a su juicio juega contra los intereses valores y creencias de MAGA, para establecer en su lugar lo que se viene llamando una democracia iliberal, a imagen de la Hungría de Víctor Orbán. Ello consiste en consolidar los tres poderes -legislativo, ejecutivo y judicial- bajo un presidente todopoderoso que nombra los congresistas, los jueces… y los generales (según confesión propia, lo más parecidos a los generales de Hitler que cumplían sus órdenes a rajatabla y estaban dispuestos a jugarse la vida por él-Él). Esto, en política interior; en la exterior, está en juego la supervivencia de la OTAN ¡a corto plazo!
Los países miembros de la OTAN no tienen la capacidad de proyectar un futuro defensivo en el que no esté a su cabeza Estados Unidos; por más que las señales emitidas por Trump dejan claro que un plan, donde la UE tenga que defenderse por sí sola, debería estar sobre la mesa y con la posibilidad de implantarse a corto plazo. Así pues, por defecto, los dirigentes europeos recurren a la esperanza de que Trump acabará entrando en razón y mantendrá la alianza europea, tal y como ha venido operando durante los últimos 75 años. Una esperanza sin otro fundamento que el de la inexistencia de una verdadera alternativa. De hecho, Trump no necesita disolver la OTAN 'de jure', le basta con rendirla inoperante negándole el pan y la sal.
Y no es que si gana Kamala, Ucrania y los países bálticos vayan a encontrarse mucho más protegidos. La prueba está en que Polonia ha levantado un ejército mayor que el de Francia o Gran Bretaña, como es sabido, las dos grandes potencias militares europeas bomba atómica incluida. En cuanto a los países bálticos y Finlandia, son los que en este momento tienen el presupuesto militar más elevado. ¿Cuál es la razón? Muy sencilla: Rusia está dispuesta a sacrificar a la población en edad de ir a la guerra, a unos niveles absolutamente inaceptables para los europeos. Ya lo demostró en la Segunda Guerra Mundial (21 millones de soldados y 16 millones de menores perdieron sus vidas) y lo está demostrando en Ucrania, donde sus muertos superan ya el millón. Solo las bajas que ha sufrido en la toma de la pequeña ciudad de Avdiivka superan a las bajas sufridas por USA y sus aliados durante los últimos 50 años. Está claro quién va a tirar la toalla antes en la guerra de Ucrania.
Podemos estar al borde del abismo y seguir actuando como si nada malo fuera a ocurrir. Según parece, es el modo de comportarse de los países al borde de la catástrofe. En estos momentos el mundo se ha recuperado de la pandemia del covid, no hay disturbios en las calles, se ha frenado la inflación y la miseria y el hambre se han reducido a escala mundial. Sin embargo, vivimos en un mundo en 'estado de excepción' cada vez más evidente: ni la ONU ni el Tribunal Internacional de Justicia consiguen hacerse respetar. Es doloroso ver la impunidad con que actúan los líderes, grandes y pequeños, en el escenario nacional e internacional. Fruto de una cultura liberal que nos ha predispuesto a creer en las instituciones, seguimos depositando la fe en ellas mientras son degradadas a la vista de todos, con un cinismo que ha encontrado su mejor causa.
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