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Quienes estén familiarizados con mis artículos saben que la idea de que existen conflictos irresolubles, problemas que no tienen arreglo y que por tanto exigen salidas consensuadas, es uno de esos asuntos que me quita el sueño. De hecho, la propia exposición de esta idea ... produce rechazo entre tantos lectores que a veces pienso si no será éste el primer obstáculo insalvable para iniciar la búsqueda de dichas salidas. «E pur si muove», que diría Galileo. Hoy les traigo unos cuantos ejemplos de flagrante actualidad.
Empecemos por el índice de nacimientos. Como es bien sabido, en los países desarrollados éste está muy por debajo de la mínima tasa de crecimiento –2%– universalmente aceptada como el teórico nivel de reposición para que no decrezca el personal. Es asimismo bien conocida la preocupación generalizada por el asunto, y una cierta voluntad de hacerlo frente entre nuestros dirigentes. El problema está en el cómo. Si la solución fuera el subsidio del cuidado de los niños de 0 a 2 años y el permiso de paternidad compartido, por citar dos medidas bien conocidas, hace tiempo que la fertilidad de los países más avanzados –por ejemplo Japón, pero también España e Italia– hubiera experimentado un giro espectacular. La realidad real es que ambos países se encuentran entre los menos fértiles, por debajo de otros con medidas menos onerosas, y todos lejos del dichoso 2%.
Dicha realidad sugiere que la baja natalidad, el poder adquisitivo y la secularización de nuestras sociedades, están directamente relacionados. A este respecto les contaré que, en Israel, los ultraortodoxos tienen un promedio de siete hijos, y se calcula que para 2045 van a representar el 33% de su población; hoy representan el 13%. Los expertos se devanan los sesos buscando una solución, llegan a la conclusión de que es un problema irresoluble, y optan por el compromiso de la inmigración regulada. No hay otras salidas.
Lo cual nos remite al irresoluble problema de la inmigración. Es políticamente, si no físicamente, imposible para Estados Unidos y Europa aceptar a todos los que ansían cruzar la frontera Sur –sea americana o europea– para instalarse allí y dejar atrás el hambre y la destrucción en sus lugares de origen. Ni siquiera es posible acoger a la mayoría o a un porcentaje suficientemente elevado. Por otra parte, hay que ser muy insensible y despiadado para desentenderse y mirar para otro lado, ante la pobreza, las catástrofes naturales y el bandidaje generalizado, en aquellos países con Estados claramente fallidos. Estoy pensando en casi todo África y Centroamérica; pero no son los únicos.
Problema de parecido rango es el que llamamos 'la España vaciada', y en otros países desarrollados le llaman desindustrialización. Revivir aquellas zonas de cada país que han perdido el tren del desarrollo económico, es una promesa que he escuchado en todos los lugares donde he vivido, o he visto de cerca por razones de trabajo: menos en África, en el resto del mundo. En todos estos países se han creado comisiones mixtas de gobierno e instituciones semi públicas, dirigidas por un alto cargo de rango ministerial, para estudiar el problema y proponer soluciones. Pero la condición irresoluble del mismo está siendo aprovechada por los populistas de toda laya, para demonizar al gobierno de turno y arañar un buen puñado de votos.
La dificultad real está en reconocer que determinadas regiones van a jugar en segunda o tercera división durante un número de generaciones impredecible. Los gobiernos de turno prefieren seguir pretendiendo que están en ello; pero es obvio que no tienen respuestas para competir con los salarios de regiones menos desarrolladas, con la automatización tecnológica y con otras fuerzas globales, que erosionan sin cesar la capacidad de subsistencia en determinadas zonas. La única salida es el vaciado de dichas regiones, mediante la inmigración interior, y el subsidio de los que no puedan desplazarse por las razones que fueren.
Luego están conflictos como el de Israel/Palestina. Israel no va a aceptar un Estado Palestino que se interponga en su proyecto del Gran Israel, para poder defenderse por sí mismo y dejar de depender de EEUU a este respecto. Y Palestina considera a Israel un cáncer anidado en sus territorios históricos que no cesa de crecer. La mediación de Occidente ha sido infructuosa porque el Estado de Israel es el pago de su deuda histórica con el pueblo judío. Uno NO se imagina a las Naciones Unidas imponiendo por la fuerza la solución salomónica, o sea, la coexistencia de dos Estados.
Y ya en nuestro terruño, el no menos irresoluble conflicto entre Cataluña, País Vasco, Navarra y el resto de España. Una ecuación de suma cero que, como todas ellas, no tiene solución práctica. Aquí, el compromiso entre las partes está más verde que las famosas uvas de la fábula de Esopo.
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