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No les contaron alguna vez el cuento de 'La buena pipa'? Cuando respondías sí o no te decían: «No me digas ni que sí ni que no, dime si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa». No importan las ingeniosas respuestas que ... se te ocurrieran, el cuentista repetía el mismo estribillo hasta que agotaba la paciencia del oyente. Me he acordado del cuento contemplando el panorama político español: la regresión al restablecimiento de tribus identitarias (donde lo único que cambia son las señas de identidad específicas pero no las actitudes), tras haber ensayado la democracia liberal, lleva camino de convertirse en un estancamiento interminable. Una pipa que a veces recuerda la de opio (tragedia) y otras la de tabaco (farsa), ambas de efectos corrosivos a largo plazo.
Verán, en el asunto de la organización territorial del Estado la derecha española se encuentra ante un conflicto de intereses irresoluble. No puede prescindir de Cataluña, País Vasco y Navarra, porque juntos representan un tercio de nuestro PIB, un cuarto del territorio nacional y algo parecido en población. España, sin ellos, dejaría de ser la cuarta potencia de la Unión Europea, por derecho propio, y la tercera de hecho mientras en Italia gobierne la extrema derecha. España pasaría a ocupar el sexto lugar, ahora que la extrema derecha ha sido derrotada en Polonia, e incluso sería sobrepasada por Ucrania si finalmente ingresa en la UE. No quiero mirar más allá.
Por otro lado, esa misma derecha se niega a conceder a Cataluña el estatus de 'Estado Libre Asociado' del que, de hecho, gozan las otras dos autonomías. Algo que puede leerse entre líneas en el Título Octavo de nuestra constitución; pero que el famoso 'café para todos' hizo que descarrilara. Es imposible saber cómo hubiera transcurrido la historia si España hubiese implantado la fórmula de una España 'foral' (nombre histórico de lo que 'mutatis mutandis' hoy se conoce como Estado federal); pero sí sabemos que, desde muy pronto, Cataluña reclamó gozar del mismo estatus que el País Vasco y Navarra. También sabemos que, la negación a reconocer dicho estatus, ha sido uno de los principales alimentos del independentismo catalán.
Sí, sí, ya sé, la teoría de salchichón de Felipe González se ha practicado a calzón quitado por los dirigentes vascos y catalanes; pero, a mi juicio, se debe al círculo vicioso que se había creado: no te voy a dar lo que más quieres/pues te saco lo más que pueda. Como digo, imposible saber qué hubiera ocurrido; pero sospecho que las relaciones hubieran sido menos problemáticas y, quizá, más productivas. En todo caso, es inútil llorar por la leche derramada. Lo que habría que plantearse es si la recuperación de los fueros históricos por parte de Cataluña pudiera ser el compromiso consensuado, algo que es de rigor en el sistema democrático cuando se enfrenta a un conflicto irresoluble. La imposición autoritaria es otra salida históricamente disponible; pero no creo que la Unión Europea esté dispuesta a consentir una ocupación forzada (artículo 155) y seguir alimentando esta división en dos bloques irreconciliables para ver quién se lleva el gato al agua.
El cuento de nunca acabar, una bronca perpetua sin posibilidad de entendimiento.
Quiero dejar claro de antemano que la opción de Sánchez –acuerdo con los nacionalistas excluyendo al PP– me parece inviable. A mi juicio, la única opción sostenible a largo plazo debe incluir al PP en la mesa de negociaciones. La primera opción no deja de ser una batalla más de la guerra civil fría en que España está enzarzada. Pero, dejado esto claro, no dejo de reconocer que Sánchez sí entiende dicho conflicto de intereses como irresoluble y busca, de forma torticera, una salida pactada que sea aceptable para el gobierno de España y para los nacionalistas periféricos. El obvio talón de Aquiles de dicha propuesta es la exclusión del partido que, hoy por hoy, representa a más españoles que el propio PSOE.
Dos reflexiones. La oposición frontal que el ala dura de su partido quiere imponer a Feijóo, con el fin de echar a Sánchez con cajas destempladas, soñando que así restablece la armonía entre todos los españoles, es obvio que solo va a conseguir el efecto contrario: un PSOE tan enrabietado como el propio PP, haciendo una oposición igualmente frontal si no peor. El supuesto de que el PP conseguirá echar a Sánchez a las bravas, tendría la indeseable contrapartida de prolongar 'sine die' el sanchismo, incluso sin Sánchez.
Prefiero, aunque temo que no se hará, el modelo Fraga (ver DM 4/12) que entonces demostró su eficacia. Las circunstancias no son las mismas (Sánchez y sus socios quieren algo diferente, aunque consecuente con los acontecimientos transcurridos desde entonces); pero el procedimiento puede ser el mismo, aunque el resultado –como casi siempre pasa en política– no será a gusto de todos.
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