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Este pacifista se siente obligado a insistir sobre el asunto de la autonomía defensiva de Europa. Hay que tener presente que la paz disfrutada por ... Europa desde el final de la II Guerra Mundial se basó en la subcontratación de su defensa a Estados Unidos; especialmente durante los últimos 30 años, en los cuales se redujeron los presupuestos de defensa drásticamente para invertirlos en otras prioridades.
Ahora, al suspender Estados Unidos su apoyo, Europa se ha encontrado con el mayor reto defensivo de los últimos 80 años. Lo que unido a la desestabilización que van a producir las tarifas arancelarias, mediante las cuales EE UU pasa factura por la bonanza que ha procurado a Europa durante dicho periodo, hace que el reto se eleve a la enésima potencia. De hecho no es una exageración decir que Europa ha entrado en una nueva era, con una exacerbada prioridad en la defensa al fallarle el suelo americano bajo los pies. A este respecto, Europa tiene que sostenerse ahora sobre sus propias plantas.
¿De qué ha protegido EE UU a Europa? Al final de la II Guerra Mundial, en la famosa conferencia de Yalta, Stalin presentó al cobro la factura por su decisiva intervención en la derrota de Alemania, que a Rusia le había costado muy cara en recursos humanos y materiales. Dicha factura consistía en convertir a la URSS en la potencia hegemónica europea, con el resto de Europa convertida en su 'área de influencia'. La América de Truman impidió que esto fuera así cuando una Europa desangrada y empobrecida no hubiera podido evitarlo. No solo eso sino que puso en marcha el 'Plan Marshall' para su reconstrucción.
Pero muerto Stalin no se acabó la rabia. Tanto Kruschev como Brezhnev siguieron con la idea de convertir al resto de Europa en su área de influencia, llegando a proponer a Johnson y a Nixon un acuerdo para repartirse el mundo. De nuevo, EE UU extendió su paraguas protector a lo que llamaron el 'mundo libre' para frustrar los planes soviéticos. Europa fue un claro beneficiario de esta estrategia. Hubo que esperar a la llegada de Gorbachov para que Rusia entendiera que no estaba en condiciones de imponer su voluntad al resto del mundo, incluida China, lo cual llevaría a la implosión de la URSS y la conversión de EE UU en la única superpotencia.
Sí, Estados Unidos ha sido sin ninguna duda el principal beneficiario del orden mundial vigente desde 1945; pero Europa ha ocupado un muy lucrativo segundo puesto y hasta abusó de ello tras la caída del muro de Berlín. Estemos o no de acuerdo con este análisis, lo verdaderamente trascendental es que quien no está de acuerdo en absoluto es el gobierno de Trump 2.0. Para este, el funcionamiento del orden mundial no debe basarse en la cooperación (uno más uno es más que dos), sino en la suma cero (lo que tú ganas es lo que yo pierdo y viceversa). De ahí, su abandono de facto de la OTAN, su desaforada política arancelaria y su plan de establecer un nuevo orden mundial con tres bloques, donde Europa pasaría a ser un 'área de influencia' repartida entre los tres.
Con las cosas así está claro que la integración europea, hasta formar un cuarto bloque que hable de tú a tú con los otros tres, no es ya un bello sueño aspiracional de los padres fundadores de la Unión sino una necesidad perentoria, esencial y existencial. En un mundo sumergido en la II Guerra Fría, dicha integración debe empezar por lo más urgente: su seguridad y su defensa.
Europa debe tener meridianamente claro que ninguno de los citados bloques va a dividir sus esfuerzos defensivos y ofensivos, imprescindibles para ganar la susodicha guerra fría, con el fin de proteger a Europa. La protección que puede esperarse de EE UU (como diría mi refranero abuelo) es la del viejo verde a la apetecible jovencita: no fortalecer sino debilitar sus defensas.
Así pues, Europa debe definir la forma de financiar las capacidades precisas para alcanzar la autonomía; lo cual debería contemplar la integración financiera, a nivel macroeconómico, y la involucración de la iniciativa privada a nivel microeconómico. Junto con las finanzas se encuentra la integración defensiva, ya sea dentro de la OTAN o en paralelo si la resistencia pasiva de Estados Unidos se convierte en un obstáculo insalvable. La tercera pata del banco ha de ser el desarrollo de la autonomía tecnológica, invirtiendo todos los recursos humanos y materiales necesarios para poner a Europa en condiciones de competir con Estados Unidos y China.
Esta hazaña requiere un esfuerzo que achicaría al mítico Hércules; pero si alguien puede llevarla a cabo es Europa: tiene el talento, tiene los recursos, tiene un mercado de 600 millones de consumidores y sobre todo tiene la estabilidad política de la que hoy carecen muchas regiones, incluido EE UU. Solo necesita el coraje político para llevarla a cabo.
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