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No, no voy a hablar de los sospechosos habituales –China y Rusia– sino de otros más letales: los enemigos interiores. Dentro de estos, los partidarios de la democracia iliberal –Víctor Orbán & Co–, tampoco serían los peores. Los más deletéreos son los liberales conservadores –una flagrante ... contradicción en los términos– que a partir del s. XIX echaron raíces en España.
Tras el fracaso sin paliativos de la Primera República, que duró un año (1868) y tuvo cuatro presidentes, tres de los cuales murieron asesinados; vino la Restauración de la monarquía, que priorizó la estabilidad política sobre la representación democrática, al establecer el llamado mecanismo del 'turno pacífico': la alternancia en el poder de Cánovas (conservador) y Sagasta (progresista) durante los siguientes 26 años. Tuvo éxitos económicos y sociales; pero el sistema estaba estaba llamado al fracaso –dictadura de Primo de Rivera– porque la 'buena sociedad' se sentía atraída por las vías reformistas, mientras que la monarquía, con Cánovas de adalid, era esencialmente conservadora: «que todo cambie para que todo siga igual».
'Mutatis mutandis', nuestros conservadores de hoy en día siguen teniendo el mismo problema. Son capitalistas hasta las cachas, llegan hasta emular a Milei –anarco capitalista–; pero socialmente se abrazan a las tradiciones y políticamente abogan por un nacionalismo sin restricciones. El nacionalismo está al alza entre las élites de Europa y América, y España no es una excepción.
Del mismo modo que el conservadurismo inglés se abrazó al 'Brexit', y eso les ha llevado al desastre arrastrando al país tras de sí, algo que va a necesitar no menos de una década para recuperarse; así también el conservadurismo americano, que ha abrazado a Trump y, si Dios no lo remedia, va a precipitar la decadencia de su imperio. De igual forma el nacionalismo europeo, Dios no lo quiera, va a dar al traste con el proyecto de Unión; única tabla de salvación en el nuevo orden mundial que se avecina. Se trata de intentos infructuosos de frenar el progreso económico y la ebullición cultural, los cuales devienen conflictos irresolubles; conflictos que si no se afrontan con un espíritu negociador que conduzca a un compromiso aceptable para los diferentes grupos de interés, terminan como aquel otrora famoso rosario de la Aurora (a hostias).
En tanto que liberales se vanaglorian del éxito de la globalización; pero, en tanto que conservadores, se rasgan las vestiduras nacionalistas porque el capital extranjero se queda con los activos nacionales más preciados. Se felicitan por el progreso de las grandes urbes y lloran porque los turistas se han adueñado de sus calles, no digamos ya por la subida de los alquileres. Se quejan de que el Emporio económico afincado en estas, invierte los ahorros nacionales en bolsas más rentables (Wall Street). Pero es que, hoy en día, los mercados premian el riesgo; han dejado de ser conservadores.
A los conservadores les encanta la idea proteccionista de aumentar los aranceles y producir en casa todo lo que ahora se importa; pero no quieren que se aplique el mismo rasero a sus exportaciones. Tampoco quieren reconocer las consecuencias no buscadas de un aumento de los precios muy significativo, por repatriar todo lo que ahora se importa bastante más barato.
A los liberales conservadores se les llena la boca hablando de un sistema basado en el imperio de la ley, tanto a escala nacional como internacional; pero rechazan la regulación de los mercados porque ¡viva la libertad, carajo!
En fin, los conservadores abrazan la 'guerra cultural' contra los progresistas de toda laya; pero ignoran olímpicamente el negativo impacto económico que, como consecuencia, tendría su victoria. Resumiendo, los liberales conservadores prefieren no parar mientes a la flagrante contradicción afincada en el corazón de sus concepciones de la realidad. La tensión entre la realidad y sus deseos, que a todos nos aqueja, resulta clamorosa en el caso de los conservadores. No solo en España sino en todo Occidente.
El famoso «que paren el mundo, que me apeo» no es la actitud más provechosa para afrontar los problemas. Por ejemplo, en lugar de llorar por los estragos que los móviles están causando entre los niños, debieran haberse puesto las pilas y apoyar la regulación de las Tecnológicas cuando empezaba a despuntar el fenómeno. Ahora, con la IA, hagan lo que hagan será demasiado tarde. El genio ha escapado de la botella y no hay modo de volver a embotellarlo.
Lo que nos toca ahora es aclimatarse a las nuevas circunstancias. El precio de ser tradicionalista es demasiado alto para afrontar su costo. Hay que combinar el entusiasmo por el mercado (de la derecha) con los brazos abiertos a la inmigración (de la izquierda); pero sin equidistancias, dando a la media naranja liberal más cancha que a la mitad conservadora.
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