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E l titular señala que las decisiones tomadas en el pasado crean un camino que condiciona significativamente las decisiones tomadas en el presente y restringen ... las opciones futuras. Este concepto permite explicar cómo las instituciones, los patrones sociales y la propia cultura han ido tomando forma a lo largo del tiempo hasta llegar al estado en que ahora se encuentran. El ejemplo clásico es la carretera que se construyó para unir entre sí diversas comunidades; ésta ha determinado el crecimiento de ellas a lo largo y ancho de dicha carretera. Aunque en teoría podría construirse una ruta más corta entre sus extremos, a efectos prácticos la vieja ruta seguirá siendo la preferida de la gente dado que su forma de vivir se ha desarrollado a lo largo y ancho de aquella y no de la nueva. Así mismo, dicho concepto pone en cuestión los análisis políticos que no prestan suficiente atención a los factores históricos, por otro nombre la dependencia de la senda.
La globalización y la revolución tecnológica están haciendo obsoleto el sistema, la senda establecida. Las viejas instituciones, los patrones sociales y la propia cultura dejan de funcionar adecuadamente, el descontento aumenta y se extiende por la población hasta concernir a una masa crítica que, ante el afán de renovarlo, prefiere destruirlo y levantar uno nuevo; es decir, se muestra favorable a un cambio radical.
Pero las dos causas que acabo de señalar son solo la gota que ha desbordado el vaso. En realidad las razones son múltiples y las culpas están repartidas. En términos generales puede afirmarse que lo que realmente ha fallado es el cuidado y mantenimiento de la vieja senda, la previsión y provisión de las necesidades que se han ido presentando y que, al no haberse remediado satisfactoriamente, se han agudizado hasta resultar muy difíciles de sobrellevar. En cuanto al reparto de culpas, estas giran alrededor del conflicto entre el interés general y los distintos grupos de intereses particulares; los cuales ciegan la capacidad de prever las consecuencias indeseables de salirse con la suya.
Todo esto produce una disgregación social que lleva de cabeza a la decadencia del sistema vigente, dado que la situación se ha podrido al extremo de provocar reacciones calificables de guerra fría, civil de puertas hacia adentro y contra otros países de puertas hacia afuera. Ni más ni menos que la situación que ahora estamos atravesando. En efecto, en lugar de presentar un frente unido para emprender una salida consensuada nos encontramos con tres alternativas enfrentadas entre sí: engolfarse en un bucle melancólico, nacionalista, que quiere restaurar un pasado que nunca existió; un populismo de izquierdas que sigue obsesionado con ganar la lucha de clases, hoy de géneros; una opción moderada que busca estrategias de adaptación conciliables con las antiguas decisiones que configuraron la senda.
Las estrategias que buscan amoldarse a las decisiones pasadas son el mayor obstáculo a la implementación de soluciones alternativas: el enfrentamiento es su consecuencia lógica.
La revolución reaccionaria del trumpismo es, a este respecto, paradigmática: busca volver a un momento de la historia en que el Estado se financiaba fundamentalmente con tarifas arancelarias (la introducción del impuesto sobre la renta en EE UU data de 1913).
Los aranceles son un impuesto indirecto al consumidor, de tipo regresivo como hoy lo es el IVA, en lugar de los impuestos directos aplicados de forma progresiva en consonancia con los presupuestos del Estado, cuyo objeto es lograr una redistribución de la riqueza nacional que favorezca la armonía social: uno más uno es más que dos. En su lugar, el proyecto que el trumpismo califica de «suma cero» (lo que yo gano es lo que tu pierdes) mediante la aplicación de la ley del más fuerte, lejos de favorecer obstaculiza la citada armonía. Aún peor, más que una suma cero se produce un equilibrio a la baja donde todos acaban perdiendo por la ausencia de cooperación (el famoso dilema del prisionero).
Dado que el grado de pudrición del sistema actual ha alcanzado un nivel crítico difícil de revertir, las posibilidades de éxito de Trump han resultado más elevadas de lo esperado. Al punto de que la oposición, interior y exterior, parece haber adoptado una postura de brazos caídos, poniendo todas sus esperanzas en que el trumpismo implosione por sí solo. El trumpismo está jugando esta partida de póker sabiendo que el contrincante solo tiene una pareja de jotas.
Si Trump consigue dar un golpe de Estado como el de Víctor Orbán en Hungría, la conversión de EE UU en una autocracia autárquica sería un hecho. La diferencia con otras autocracias históricas es que EE UU tiene hoy la capacidad del histórico Imperio Romano para imponerse al resto del mundo. Con la importante excepción de China, que acabaría buscando algún tipo de arreglo que hiciera posible la conllevancia… hasta más ver.
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