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He glosado a Fraga varias veces en los últimos tiempos; pero hay otros grandes personajes de la derecha que me vienen a la memoria, empezando por Suárez y sus ministros democristianos: Marcelino Oreja, Íñigo Cavero, un poco conocido Alfredo Nasarre –al que también le cabía ... el Estado en la cabeza–, todos ellos crecidos a la sombra de 'Cuadernos para el diálogo' (Joaquín Ruiz Jiménez); sea dicho de paso, otro democristiano muy destacado fue el cántabro Alfonso Osorio. Personajes decisivos fueron: Torcuato Fernández Miranda, Gutiérrez Mellado, Leopoldo Calvo Sotelo, Abril Martorell, Fuentes Quintana, Pérez LLorca. En el plano internacional, empezando por la DC alemana: Adenauer, Khol, Merkel; siguiendo por la italiana: De Gasperi, Fanfani, Aldo Moro y el popular Andreotti; en Francia la derecha estuvo capitaneada inicialmente por De Gaulle, seguida por el gaullismo, del que su último exponente fue Chirac; Inglaterra también tuvo una excelente cosecha conservadora: Churchill, Mc Millan, Heath, Thatcher y Major.
Lo que yo añoro de aquella derecha española es su condición de personajes «incómodos», de visión clara y mirada con las luces largas, que desmentían flagrantemente la afirmación izquierdista de que todo avance social ha salido de ellos y nunca podrá salir de la derecha. Derecha moderada que molesta, igualmente, a la derecha carpetovetónica.
Los personajes más emblemáticos de la derecha actual, tanto nacional como internacional, son reaccionarios, malas copias de los tóxicos Trump y Bolsonaro (a quienes, últimamente, se les ha unido el anarcoliberal Milei), en América; o Víctor Orbán y sus comilitones de la extrema derecha, en Europa. ¿Dónde está esa derecha valiosa, a fuerza de moderada, que en lugar de encastillarse abre los horizontes? ¿Dónde esa derecha que en vez de rezumar odio y resentimiento, alimentando los deseos de venganza, adopta posiciones constructivas? Esta derecha, al retroalimentarse con las posiciones extremas de la ultraderecha, de lo que en España por desgracia tenemos abundantes ejemplos, hace que la nomenclatura pseudoprogresista se cargue de razón para afirmar que el conservadurismo siempre ha sido así.
Mentira cochina, como digo; pero se echa de ver a esos líderes que, lejos del ultraliberalismo que ha provocado tantos desmanes en lo que llevamos de siglo y está empujando a un creciente porcentaje del electorado en brazos del populismo, ocupe un centro político que hoy brilla por su ausencia. Un centro que se plante sin miedo frente a las demandas trasnochadas y claramente autoritarias de la extrema derecha, hoy en aumento. Demandas que pasan por exigir puestos ministeriales en el potencial gobierno de la derecha, cuando no la vicepresidencia; demandas que obviamente obstaculizarán cualquier política moderada que pretenda construir puentes hacia la oposición. Algo imprescindible para encontrar salidas sostenibles a los graves conflictos de todo tipo que hoy gorgotean en el puchero de cualquier sociedad donde predomine la pluralidad sobre la homogeneidad; lo cual es nuestro caso.
Me dirán, «pero si eso es justamente lo que estamos sufriendo con el gobierno actual». ¡Pues claro! Precisamente para poder salir del callejón sin salida donde se han metido, necesitamos una derecha moderada que haga justo lo contrario; no una derecha cuyo gobierno sea imagen en el espejo del actual. Cosa que, siento decirlo, hoy por hoy se antoja la opción más probable.
La tentación extremista es enorme, porque permitiría a la derecha acceder al Gobierno en las próximas elecciones. Reconozco en Feijóo la voluntad de formar un gobierno centrado; pero Feijóo ha accedido a entrar en coalición con Vox en la formación de todos los gobiernos regionales que le salieron al paso, y tal parece que en sus planes estaba utilizar a estos como pista de despegue para formar un gobierno nacional tras el 23J. De nuevo, pienso que Feijóo va a hacer lo imposible por expulsar a Vox a las tinieblas exteriores y poder gobernar con mayoría absoluta, como acaba de conseguir en Galicia. Pero todos sabemos que la política gallega no es exportable al resto de España; lo cual me lleva a formular la misma reflexión de hace un mes: ¿Seguiría la derecha sosteniendo que sus líderes deben ser personas de carácter moderado y principios sólidos, si al hacerlo pusiera en peligro su acceso a la Moncloa?
Si de verdad pretende dar la vuelta a la nefasta dinámica que hoy padece la política española, Feijóo tiene que atreverse a enfadar a una parte significativa de sus partidarios; eso es lo que, exactamente, hizo Suárez. Repito mi aleluya: el único consuelo para mi añoranza es que en algún momento surja un verdadero partido de centro que, haciendo de bisagra, impida que los extremos a la derecha y la izquierda (amén de los nacionalismos independentistas) sean los que inclinen la balanza del poder hacia uno u otro partido mayoritario.
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