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Gentes como yo, 'yonquis' de la política, tendemos a filtrar todo a través de dicho marco de interpretación. Sin embargo, la duda sobre que podríamos estar sobrevalorando su importancia, empezó a prender en mi jardín bastante temprano. Al analizar el caso de Italia, años setenta ... del s. XX, era evidente la ausencia de correlato entre la prosperidad del país y sus gentes, por un lado, y la ejecutoria de sus gobiernos. Estos no duraban más de uno o dos años, se repetían las elecciones, los políticos gastaban el 80% de sus energías en conquistar y defender el poder frente a sus opositores; pero ello no parecía influir negativamente en la trayectoria de la sociedad.
La disfuncionalidad de la política española ha ido en aumento desde la crisis financiera de 2008: el estrepitoso final del gobierno de Zapatero; el no menos estrepitoso inicio del gobierno de Rajoy; la desastrosa austeridad impuesta por la UE a sus socios mediterráneos; la corrupción sistémica de los partidos que provocó, primero, la caída de Puyol, seguida por la de Rajoy, y no sabemos cómo acabará Sánchez. En lo tocante a disfuncionalidad, a lo que está ocurriendo durante el gobierno de Sánchez hay que echarle de comer aparte.
No se recuerda una época tan políticamente disfuncional como la que estamos viviendo en estos momentos; la putrefacción del sistema ha alcanzado tales niveles, que los pocos políticos que mantienen su compostura –comedimiento, circunspección o respeto en la manera de comportarse (María Moliner)– le ponen velas a todos los santos para que la judicatura no caiga en peores manos de las que ahora la sostienen.
¿Qué ha ocurrido mientras tanto en el ámbito de la economía? La supervivencia de la sociedad civil italiana a qué me refiero al principio, se acreditó entonces a una exclusiva resiliencia de sus ciudadanos de la que parecíamos carecer el resto; pero de entonces acá otras economías también han sido capaces de revertir la trayectoria de las políticas desnortadas, durante décadas. El PIB español ha crecido, desde los 800,000 millones al comienzo del gobierno de Zapatero, hasta los cerca de un billón y medio actuales. Como digo más arriba, durante la época de mayor disfuncionalidad política de nuestra democracia. Es más, cuanto mayor ha sido el despropósito político, más y mejor ha crecido la economía; en los últimos dos años, muy por encima de los mayores miembros de la UE.
Otro buen ejemplo es Polonia, cuyo PIB ha subido aún más que el español, en el mismo periodo, a pesar de su paralela subversión de las instituciones democráticas. Y el milagro económico de Grecia, en uno de sus más críticos períodos democráticos, ha dejado boquiabiertos a propios y extraños.
Ya fuera de Europa, el ejemplo más flagrante es el de Estados Unidos. Cuanto más enloquecida ha sido la política americana (el Tea Party, Trump, guerras calientes por doquier y una guerra cultural solo comparable a la civil de 1861-65) más ha crecido su economía; desde los 10.25 trillones en el año 2000, a 28.8 trillones en 2024. En el mismo periodo, la confianza de los americanos en su gobierno ha caído del 44% en el año 2000, al 16% en la actualidad. Incluso fueron incapaces de llevar a cabo una transferencia pacífica del poder en el año 2020, como si se tratara de una república bananera de principios del siglo pasado.
Todo lo cual me lleva a concluir que, con tal de que unas pocas funciones esenciales –orden público, respeto a los acuerdos contractuales, recolección de impuestos– no se vean comprometidas, el resto de los asuntos influyen bastante menos de lo que creemos. Incluso la idea muy extendida de que la economía más resiliente no podrá soportar por mucho tiempo un sistema educativo disfuncional, ha sido puesta en duda por la realidad en el caso de España. Tal parece que la salud del sistema político puede ser muy precaria, durante mucho tiempo, sin que sus efectos en la citada realidad sean comparables, ni de lejos.
No me atrevo a concluir que la relación causal entre política y economía se mueven en direcciones opuestas, que los votantes se sienten libres de jugar con opciones políticas extremas porque el crecimiento económico está garantizado; pero ¡por Dios! que tal parece ser el caso. En todo caso, no es fácil explicar las causas de la coexistencia entre el éxito económico y el fracaso político.
El primer axioma de la democracia liberal sería, que la estabilidad de las instituciones es condición necesaria de la prosperidad y el apoyo de los ciudadanos. Visto lo visto es posible concluir que la resiliencia de los emprendedores económicos es causa de que los votantes no sientan la necesidad de fortalecer sus instituciones políticas. Otra de las grandes paradojas de la condición humana.
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