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Por si cupiera alguna duda, ahí está el espectáculo de las elecciones municipales y autonómicas para confirmarlo: dos Españas irreconciliables: la de la derecha y la de la izquierda; la centralista y la periférica; la nacionalista y la liberal; la de los ricos y la ... de los demás… y así 'ad infinitum'. Dos Españas que funcionan en paralelo, una de espaldas a la otra, en universos distintos y enfrentados. Una variante de la democracia a la que deberíamos darle otro nombre, para distinguirla de lo que entendemos por democracia liberal: proyecto atractivo de vida en común, para resolver sus innumerables conflictos por medio de la negociación y el consenso, a través de sus instituciones. El sistema vigente ha degenerado en exacerbar los innumerables conflictos, utilizando sus instituciones como escenario para representar el desacuerdo de la forma más exorbitante, repugnante, escabrosa y demás sinónimos, con el único fin de imponer el propio discurso. Y del enemigo –que no oponente– ni agua; no vaya a ser que esté envenenada. La democracia liberal no funciona sin credibilidad ni confianza, la nuestra carece de ambas. Los versos de Machado más vigentes que nunca: 'Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón'.
Agapito Maestre escribió hace más de 20 años una columna que sigue pareciéndome extraordinaria: 'El complejo timótico' (16/10/2011). Decía allí que las manifestaciones de los indignados nada tienen que ver con el espíritu democrático. Se trata, decía, de una enfermedad social que padecen muchos individuos, un complejo timótico (de Thymos, dios de la ira), la cólera surgida de un mal genérico que ha prendido en las turbas populares, cuyo único objetivo es reventar la democracia. Sus líderes se agitan especialmente durante los procesos electorales, justo cuando la ciudadanía debería participar en el proceso de selección de sus representantes políticos sin presiones personales y sin movilizaciones sociales.
Libertad individual y tranquilidad social son exactamente los dos presupuestos que los indignados tratan de destruir; pues bien, es muy difícil señalar quién de nuestros dirigentes, a izquierda y derecha, se libraría de este sambenito. En efecto, la legitimidad de estos indignados es de carácter moral, no político y menos aún democrático, no someten su opinión a la crítica de los demás, al debate, tratan de imponerla cargándose de razón, sin razonarla, como si se tratara de un artículo de fe. Como digo, la democracia es la resolución pacífica de los conflictos, mientras que los indignados exhiben su falsa cólera para infectarnos con su enfermedad.
La consideración de la violencia verbal como algo negativo para la convivencia pacífica, con efectos que enrarecen la esfera pública, es una verdad de perogrullo; pero, sinceramente, viendo el comportamiento de nuestros líderes se diría que les ha entrado por un oído y salido por el otro. Por ejemplo, Ayuso está empeñada en ilegalizar Bildu, haciendo tabla rasa de la derrota y subsiguiente desarticulación de ETA, alegando que sigue viva porque el independentismo está vivito y coleando en Euskadi; confunde el culo con las témporas, que diría Cela, por razones bien conocidas: a) ETA fue derrotada durante un gobierno socialista; b) Utiliza el extinto terrorismo de ETA para ganar votos en el resto de España. Inversión especular del Cid, resucita a ETA para ganar una última batalla después de muerta.
Entre tanto, Sánchez sigue insistiendo en vendernos la burra ciega de que ha pacificado Cataluña, cuando lo que en realidad ha ocurrido es que el 'procés' ha implosionado; no por las acciones de Sánchez sino por el artículo 155 y la posterior actuación de los jueces. El trampantojo de la pacificación sirve para enmascarar las cesiones que le ha hecho a ERC (indultos, reconversión del delito de sedición, desamortización del de malversación) a cambio de sus votos para alargar la legislatura, infructuosamente. Ni eso ha conseguido y, de paso, deja la Constitución hecha unos zorros, mediante una coalición que no por legal fue menos indigna y políticamente disparatada. Sánchez y compañía declararon obsoleta la Constitución; cuestionaron la reconciliación nacional (Memoria Histórica); debilitaron la unidad nacional (propuesta de confederación); reniegan de la monarquía parlamentaria, de la supremacía de la Constitución e incluso del Estado de Derecho.
Nos queda esperar que Feijóo gane las Generales, Sánchez regrese a Bruselas, de donde nunca debió salir, y el PP ponga en práctica el discurso de investidura que Álvarez de Toledo ha publicado en el número 288 de Claves: derogar la ley de Memoria Democrática; reponer el delito de sedición y reforzar el de malversación; devolver a Policía y Guardia Civil sus competencias nacionales; giro total de la política presupuestaria que financia el desmantelamiento del Estado español; recentralización de la sanidad y la educación; derogación de las leyes de 'sí es sí', Trans y Violencia de Género… Es decir, la perpetuación de las dos Españas.
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