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Si uno no quiere? ¡Por supuesto! Siempre que uno esté dispuesto a ceder a todas las desaforadas exigencias del otro. Cuando a ese uno se le acaben las existencias o la paciencia terminarán peleándose. Inevitablemente. El refrán funciona bastante mejor a la inversa: «Dos no ... se ponen de acuerdo si uno no quiere»; lo cual explicaría a las mil maravillas la situación política en Estados Unidos y, ay, en España. Pero hablemos de España.
Sánchez se sigue engañando a sí mismo cuando piensa que el independentismo catalán acabará entrando por el aro si se le conceden todos los privilegios que hoy tienen el País Vasco y Navarra. El nacionalismo catalán tiene un objetivo último: alcanzar 'masa crítica' en la UE formando grupo parlamentario propio en el Parlamento Europeo, en coalición con la región francesa que se extiende a lo largo de la cuenca del Ródano, entre el Macizo Central y los Alpes, hasta llegar a la Cuenca del Rhin. De momento, un sueño húmedo que insinuó Maragall; pero que señala a las claras la intención de ponerse de espaldas a España y centrarse en Europa. En el País Vasco, por su parte, alcanzarían esa masa crítica anexionando Navarra y coaligándose con el país Vasco-francés, para acabar entrando en el mencionado grupo parlamentario. De momento, otro sueño húmedo; pero que asimismo indica la intención última de darle la espalda a España. ¿Cómo pueden convivir los españoles con quienes tienen como objetivo último separarse de España de hecho y, cuando Europa lo quiera, de derecho?
El siempre lúcido Ortega habló de la conllevancia; es decir, relaciones de buena vecindad pero sin llegar a más. Otro famoso refrán que significa lo contrario: «Juntos pero no revueltos»; en realidad, separados pero sin pelearnos; o sea, llevarnos civilizadamente bien pero cada uno en su casa a la hora de comer.
Hoy, desde fuentes autorizadas y por razones muy diferentes, se hace una crítica radical de la Constitución de 1978. Fuentes que, sin embargo, coinciden en criticar la respuesta al problema territorial en la Constitución. En realidad, vienen a decir, la Constitución ha agravado el problema al generar un sistema de incentivos perverso, que ha desembocado en la actual situación. Un sistema que lleva a las autonomías, en mayor o menor grado pero a todas, a practicar la famosa 'teoría del salchichón' que formuló Felipe González: en lugar de aplicar el principio de igualdad, esencial en democracia, se aplica «primero yo y luego todos los santos». Traducido al castizo: apaña lo que puedas y sigue exigiendo más.
Para completar la explicación del engaño a sí mismo de Sánchez, hay que hablar dei PSC. El PSC siempre fue un grano, en sálvese la parte, del PSOE. En los tiempos de Maragall se llegó a hablar de que el PSOE debería presentarse a las elecciones autonómicas por separado; lo cual da idea de hasta qué extremo las prioridades de uno y otro diversan. Si el PSC se ve en el brete de tener que elegir elige Cataluña. Es más, si en las autonómicas del 12 de mayo ganara Junts sobre ERC, el PSC presionaría a Sánchez para la aprobación del referéndum consultivo y gobernar con Junts. Si les caben dudas acuérdense de que Maragall, con el Estatut, prendió la mecha del procés y Montilla dijo que el recorte del Estatut por parte del Tribunal Constitucional haría el procés inevitable.
Así pues la apuesta de Sánchez, jugando todo a la carta independentista, soñando pasar a la historia como el presidente que resolvió el conflicto territorial, poniendo de paso en entredicho el Estado de Derecho y la igualdad entre españoles, ni va a resolver el conflicto ni va a meterle en la Historia por la puerta grande. Aún peor, posiblemente le cercene el soñado siguiente paso en su carrera: la UE.
En el reparto de responsabilidades por la gangrena del citado conflicto, el PP tampoco sale bien parado. Si de nuestros gobernantes dependiera, no quedaría un solo ciudadano sin ser llamado a las barricadas desde uno u otro lado. Mientras tanto, Feijóo parece predispuesto a firmar una reedición del 'pacto del Majestic' que tan eficaz le resultó a Aznar.
Siguiendo la vena refranera: «Unos por otros la casa sin barrer». Y este sí que no tiene vuelta de hoja.
Cada vez me resulta más difícil terminar los artículos con una propuesta verosímil de rectificación del rumbo; algo que es de manual a la hora de escribir editoriales. Pero ahí va mi cuarto a espadas: los nacionalismos, incluido el español, son los enemigos declarados de la convivencia pacífica entre los diversos grupos de interés que componen nuestra sociedad.
Habría que desactivar los discursos nacionalistas antes de confeccionar, en amor y compañía, un proyecto sugestivo de vida en común –de nuevo, Ortega–. No es que sea la mejor, es que es la única salida del Laberinto.
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