Secciones
Servicios
Destacamos
El diagnóstico lo hizo Bush-padre, vicepresidente de Reagan, refiriéndose a la política económica de su jefe; pero en realidad puede aplicarse a la política económica en general; de entonces (1980) para acá, más de 40 años. Bush senior se refería al imparable incremento de ... la deuda nacional, de forma impune mientras el público estuviera dispuesto a comprar deuda del Tesoro; cosa que el público ha venido haciendo, no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo, por considerar que es la forma más segura de colocar sus ahorros. Como consecuencia, la deuda pública estadounidense ha pasado de un trillón de dólares en 1980 a más de 31 trillones en 2022. Que el público siga dispuesto a acarrear dicha mochila con la mayor inconsciencia es ¡cosa de magia!, sin ninguna duda.
De forma simplificada podemos decir que la deuda pública es la acumulación, año tras año, del déficit entre la cantidad de impuestos recolectados y los gastos reales incurridos por el gobierno de turno, en cada uno de esos años. La magia consiste en gastar el dinero que no se tiene, a base de emitir deuda pública de la que solo se pagan los intereses.
Ello proporciona a los gobiernos de turno una capacidad de manipulación de la economía pública imparable. Tradicionalmente los gobiernos empezaron a endeudarse en épocas de crisis, cuando recolectaban menos impuestos, o bien en situaciones extraordinarias como guerras y pandemias, donde los gastos se incrementaban exponencialmente. Luego, cuando venían las vacas gordas, se frenaba e incluso se condonaba una porción de la deuda.
Pero esta segunda parte comenzó a relajarse progresivamente. Los gobiernos prefirieron pagar los intereses a condonar la deuda. Este cambio de estrategia no se produjo de golpe, como la aguja de las horas en el reloj analógico, que no sentimos moverse pero con el paso del tiempo comprobamos su desplazamiento inexorable, la deuda pública se ha ido incrementando sin darnos cuenta. Hasta los años 80 del siglo pasado, rara era la deuda que en promedio sobrepasaba el 50% del PIB; se consideraba que rebasar la línea roja del 90% sería insostenible. Hoy, tras las crisis de 2008, la pandemia y la Guerra de Ucrania, raro es el país desarrollado que no ha cruzado dicha barrera. En muchos, España entre ellos, la deuda se mueve por encima del 100%.
Lo más preocupante es que los gobiernos actuales han perdido el miedo al coco. No se les ve ninguna intención de restaurar la deuda a los niveles tradicionales. No importa que sean conservadores o progresistas, ambos están enganchados a la economía vudú y aprovechan el aumento en la recolección de impuestos para seguir huyendo hacia adelante.
Los gobiernos conservadores aprovechan para bajar los impuestos; pero dado que se hace una rebaja generalizada, quienes más se benefician son ese 5 al 10% de la población que cotiza en el tramo más alto. Individualmente son quienes pagan más impuestos pero, como son solo el 5-10%, el 90% restante son los que pagan los platos rotos. La gran mayoría de este 90% apenas le ven el queso a la tostada de la rebaja. Esto a nivel individual, a nivel de empresas el escándalo es que cada vez cotizan más bajo por causa de la competencia entre países y, dentro de cada país, por la competencia entre regiones ¡Carrera suicida a la baja!. Los gobiernos progresistas hacen lo contrario, aprovechan la bonanza para incrementar el presupuesto de los servicios públicos, promover servicios adicionales y acoger a los sectores más minoritarios y desprotegidos. La consecuencia es que el Papá Estado cada vez requiere de más fondos para llenar ese pozo sin fondo.
Como hubiera dicho mi abuela «unos por otros la casa sin barrer». No cabe duda de que la deuda pública debe someterse a estricto control para que no se desmadre, especialmente en estos tiempos en que tres grandes crisis de impacto mundial se han producido una tras otra; pero el cerrilismo de los dirigentes políticos para sostener una cosa cuando están en el gobierno y la contraria cuando están en la oposición, es la peor forma de afrontar una cuestión de Estado que exige una solución consensuada. Si hay una cuestión de Estado indiscutible, es la deuda pública que se va acumulando en el tiempo sin que importe quienes gobiernan y quienes están en la oposición.
Este tipo de crisis es imposible de predecir. No tenemos el suficiente conocimiento de todos los datos para saber cuándo se producirá una crisis financiera de los grandes bancos (2008) o la quiebra de los bancos medianos (2023); es imposible predecir cuando una pandemia será controlable o se extenderá 'urbi et orbe'; es muy difícil predecir cuándo y dónde un dirigente de una gran potencia decide resolver sus problemas por las armas. Aprovechar las crisis para hacer política partidista es de infames. Pues bien, la infamia es hoy el menú del día.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.