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Hace un mes, antes de cerrar por vacaciones, escribía sobre la necesidad de 'La segunda Transición' (DM 31/7). Me pareció entonces que «el devenir democrático le había asignado el papel de Suárez a Feijóo» y que «algún día el PSOE tendrá que desenganchar a ... Sánchez de la Secretaría General». Pero, la primera vez la historia sucede como tragedia y luego se repite como farsa; hoy me parece que la historia va a asignar a Sánchez el papel de Suárez y a Feijóo le va a tocar hacer de Fraga. La necesidad de una segunda Transición sigue estando ahí –como el dinosaurio de Monterroso– pero, en manos de Sánchez, la historia puede ser muy distinta y el aire de farsa no sé si inevitable.
El modelo de Estado del PSOE, liderado por Sánchez, es la República Federal; sus socios de Sumar propugnan una Confederación Ibérica; y las formaciones dispuestas a apoyarlo en la investidura, a cambio de concesiones independentistas, ¡son! independentistas (ERC, Junts, Bildu, PNV, BNG). Por tanto, una reforma de la Constitución liderada por esta mayoría sería muy distinta de una liderada por la derecha. Sobre todo, supondría un auténtico cambio de régimen; no solo de monarquía a república sino una concepción del Estado fundamentalmente distinta.
¿Dónde está la farsa?, me preguntarán. Sin ir más lejos, en la fraudulenta formación de grupos parlamentarios. Pero vayamos más lejos: las actitudes de los actuales actores, de uno y otro partido. Para empezar, ninguno alcanza la talla de los principales actores de la primera Transición. Unos pocos nombres bastarán para ilustrarlo: Suárez, Gutiérrez Mellado, Carrillo, Fraga, Felipe González, Pujol. No digamos ya los Marañón, Ortega, Azaña, Pietro, Calvo Sotelo, Negrín… de la Segunda República. Comparativamente, las actitudes de los dirigentes actuales son tan impostadas que resultan un simulacro de aquella realidad.
¿Es Sánchez un verdadero socialdemócrata al que le cabe el Estado en la cabeza, como ocurría con Felipe González? ¿Es Feijóo un verdadero conservador liberal como Fraga, de quién González decía que le cabía el Estado en la cabeza? ¿No es Ayuso una Meloni disfrazada de ultraliberal, cuyas propuestas políticas semejan las infames de Liz Truss en Reino Unido? ¿Abascal?, dice estar en la derecha moderada, pero su modelo es Víctor Orbán y sus compañeros de fatigas, los Meloni, Le Pen, las extremas derechas alemana, danesa, finlandesa, polaca… Sumar es quizá la formación política más impostada, ni son eurocomunistas como el PCE de Carrillo ni son marxista-leninistas; más bien son populistas de una pseudoizquierda que hoy ha venido a reemplazar el proletariado, como sujeto histórico de la lucha de clases, por un feminismo radicalizado que ni siquiera convence a las feministas de verdad; su modelo teórico es el 'conjunto vacío', nunca mejor dicho, donde caben todas las reivindicaciones de los grupos más extremos y minoritarios de la izquierda.
Lo cual me trae a la memoria la etiqueta de 'España plural' que no se les cae de la boca. La pluralidad española es innegable, una de sus características más ancestrales, para bien y para mal, con la que debe contarse a la hora de diseñar cualquier modelo de convivencia, por otro nombre sistema político; pero hacer pasar las manifestaciones más extremas de esa pluralidad –separatismo, diferencias de género, feminismo, etcétera– por el núcleo esencial de tal pluralidad, es uno de los mayores fraudes jamás conjurados por la lamentable mente de un manipulador político al uso.
Conclusión: tenemos uno de los mejores sistemas democráticos, homologado por las más prestigiosas instituciones internacionales; pero unos dirigentes políticos pseudo demócratas, y un electorado con una educación democrática que deja bastante que desear. Lejos de practicar el consenso, los dirigentes se dedican al disenso. El consenso es mucho más difícil e ingrato; los simpatizantes sectarios están lejos de entenderlo y tienden a calificarlos de blandengues, en el mejor de los casos, y de traidores a la causa, en el peor. El disenso, por el contrario, les gana apoyos, y les hace más populares. Elegir esto último les ofrece muy pocas dudas. El electorado, en general, no es sectario; pero adolece de una cultura tribal que le lleva a votar a 'los nuestros' cuando simpatiza con sus propuestas o teme a 'los otros', y se va a la abstención cuando está en serio desacuerdo. Son muy pocos los que cambian su voto. Las cosas así, los dirigentes de PP y PSOE prefieren pactar con grupos minoritarios antes que ponerse de acuerdo para que su elección no dependa de estos… y pueda producirse una alternancia en el poder ejecutivo, que es esencial para el buen funcionamiento del sistema democrático.
Sánchez tiene un sudoku irresoluble con los grupos que apoyarán su investidura; pero ha demostrado capacidad de gestión y será receptivo a las exigencias fiscales de Bruselas. La derecha está desesperada por sustituir a Sánchez; apoyarán a quien quiera que sea capaz de conseguirlo, sin importarles las consecuencias posparto.
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