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El proyecto de Transición de Sánchez es todo un experimento. El experimento de Suárez estuvo justificado porque se trataba de transitar de la autocracia a la democracia; pero ahora, una segunda transición, tal y como la conciben Sánchez y los nacionalistas catalanes, se nos antoja ... muy arriesgada. Sería una transición sin el más amplio consenso. Una confrontación con la derecha y un sector, bien que minoritario, del propio PSOE augura un proceso traumático. Incluso si se respetase escrupulosamente la legalidad ello no aliviaría el trauma, más bien podría agravar la ya de por sí grave división del sistema político en dos bloques cada vez más difíciles de reconciliar. Me da miedo imaginar a dónde podría llevarnos esto; en el mejor de los casos, a nada bueno.
Si es necesaria una nueva transición para salir –por vías democráticas– del callejón sin salida en que el sistema se ha visto metido por unos y otros, como parece creer no solo el PSOE sino el propio PP solo que con proyectos contrapuestos –federalización el primero // recentralización el segundo– mejor imaginar cuál sería la forma pragmática de construir una salida, aceptable para ambas partes. Al ponerme a ello, inmediatamente me viene a la memoria el pragmatismo con que se llevó a cabo la primera Transición. La España política renunció entonces a las políticas radicales, precisamente por lo mucho que iba a perder de seguir por dicha senda. Lo hizo porque le vio las orejas al lobo y, acordándose de la guerra civil de 1936, puso fin a la guerra civil fría que se estaba gestando en las postrimerías del franquismo. A mí me caben pocas dudas de que hoy, España, se encuentra en medio de otra guerra civil fría en pleno proceso de gestación.
La revolución, sea conservadora o progresista, no es lo más recomendable a la hora de reformar un edificio ya existente. Los mejores proyectos arquitectónicos para remozar un edificio, y vi muchos durante 20 años deambulando por Nueva York, son los que remozan las fachadas y rediseñan el interior, en lugar de echarlos abajo y construirlos de nuevo como, al contrario de NY, he visto hacer a menudo durante los 15 años que llevo viviendo en las afueras de Washington.
La primera Transición marginó a los partidos extremos, a derecha e izquierda; exigió al PCE reconvertirse en socialdemócrata y el PSOE renunció de 'motu propio' a su vitola marxista; políticos como Blas Piñar quedaron al margen y otros, menos conocidos por haberse movido en la clandestinidad, tres cuartos de lo mismo. Surgieron de las catacumbas políticos moderados que enseguida fueron promocionados por los distintos partidos a puestos de responsabilidad. Consumada la transición, predominó la falta de carisma y de visión futurista, señal inequívoca de que la situación política se había normalizado.
No quiero decir con esto que sus políticas fueran más sabias, sino que los políticos que las aplicaban se comportaron como personas maduras, conscientes de que gobernar consiste en renunciar a algo a cambio de otra cosa, y sabedores de que saldrán del horno panes a medio cocer. Sánchez y Feijóo deben tener todo esto en cuenta si no quieren que salga del horno un pan en forma de hostias sin consagrar. Empezando por el partido gobernante, los socialistas, que debería debatir un asunto tan comprometido como el perdón a los independentistas en el Congreso, y no imponerlo desde la Moncloa; al menos eso es lo que acaba de prometer Sánchez.
La historia prueba que la salida de situaciones estancadas sin remedio, solo se produce cuando la situación actual se ha podrido hasta resultar insoportable. No sé cuánto más tendrá que pudrirse la actual situación para que la política española salga del hoyo en que se encuentra metida. Tal parece que los congresistas van a elegir a un político nada convencional llamado Pedro Sánchez. Si a esto añadimos un proyecto nada convencional como su pretendida Transición, ello incrementará el proceso de pudrición a niveles insospechados. Francamente creo que en absoluto conviene elevar el nivel de fragmentación que ya estamos sufriendo, al nivel insoportable que bien podría alcanzar si lo dejamos a su propia inercia, en vez de aplicar medidas correctivas.
El espíritu de los tiempos es revolucionario, no solo en España sino, en general, en Occidente. La única diferencia es que en España predomina la versión izquierdista, mientras en el resto de Europa predomina la derechista. Hay una excepción: el Reino Unido. Por causa del fracaso del revolucionario 'Brexit', allí empieza a imponerse el pragmatismo político. ¿A qué grado de fracaso esperan llegar los políticos españoles antes de sentarse a negociar?
La segunda Transición tendrá que hacerse contando con el PP. Mientras esto no suceda, es mejor no intentarlo. Hágase una reforma de la Constitución de 1978, incluyendo una reforma de la ley electoral, consensuada entre ambos partidos de la forma más pragmática posible. Pero experimentos como el 'Brexit', ¡con gaseosa! por favor.
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