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Hay una cierta confusión entre el movimiento MAGA liderado por Donald Trump, cuyos militantes se cuentan por miles, y los votantes de Donald Trump, que son millones. Al hablar del fascismo en Estados Unidos me referiero al citado movimiento, no a sus millones de votantes. ... La historia se repite, los militantes de los movimientos mussoliniano y hitleriano se contaron por miles; pero sus votantes fueron millones. Millones que, una vez derrotados tales movimientos, se desvanecieron como pompas de jabón.
Dice el historiador de Yale Timothy Snyder que mientras un gobierno democrático tiene que hacerse y responder a tantas preguntas (cientos) como las que provocan los múltiples problemas de una sociedad cosmopolita; los comunistas tienen una única respuesta para todos: puesto que la raíz de los problemas es una y la misma –el capitalismo– la única respuesta es el materialismo dialéctico. Pero el fascismo se limita a construir un relato ficticio que cuaje entre la masa de sus potenciales seguidores. Puesto que el fabulista ha desprendido a las palabras de su significado establecido, no precisan reflejar la realidad real. El narrador solo precisa dar con la tecla que haga creíble el relato para lograr que sus seguidores se hagan propietarios de este y lo asuman como propio. Conseguido esto, el relato pasa a reemplazar la realidad en las mentes de sus votantes. El fascismo no requiere de respuesta sustancial alguna.
¿Cuál es el sistema operativo del fascismo?: lo primero que hace es designar un enemigo sobre el que cargar todas las culpas, muy bien seleccionado para que dispare todos los resortes defensivos de sus potenciales votantes. Hitler, famosamente, designó a los judíos; Trump ha señalado a los inmigrantes. La inmigración es un problema real, el relato sobre los inmigrantes es ficticio de arriba a abajo, se enfoca en un muy reducido grupo de malhechores, narcotraficantes atracadores violadores etcétera, un grupo que porcentualmente ni siquiera es comparable al de malhechores oriundos, y hacen extensiva la acusación a toda la población inmigrante. Dado que el inmigrante provoca una desconfianza natural ante cualquier extraño –el 'otro'– el relato prende fácilmente entre sus potenciales votantes y los convierte automáticamente en simpatizantes de MAGA. El mismo trato se aplica a otros grupos «antagónicos»: universitarios, mujeres partidarias del control de la natalidad, LGTB…
Lo siguiente es asociar al enemigo político con susodichos grupos, convirtiéndolos en los malvados gestores de la conspiración. La publicidad electoral en los Estados clave, en estas elecciones, ha machacado dos cosas: Kamala es la principal responsable del desbordamiento de la frontera mexicana; y entre estos inmigrantes hay millones de extranjeros transexuales que le roban los puestos de trabajo a los americanos de pro. Obsérvese que la acusación toca tres palos muy sensibles entre sus simpatizantes: el género, la economía y la vulnerabilidad sexual; amén del racismo, dado que Kamala es mestiza de hindú y jamaicano. La teoría del «Gran Reemplazo» ha sido el paso subsiguiente: los conspiradores demócratas te van a rendir inútil, sustituyéndote por gente traída de fuera para adueñarse de tu país.
El mecanismo distintivo del fascismo mussoliniano y hitleriano fue la exhibición de la fuerza bruta. El actual se apoya, en cambio, en la infinita capacidad que tienen las redes sociales para ablandar –fertilizar– las mentes de modo que prenda la palabrería (pregunten a Musk). Aquel fascismo y este de ahora comparten el mismo objetivo.
Una vez conquistado el poder, el relato, igualmente ficticio, consistirá en hacer creer a sus seguidores que han cumplido sus promesas: extradición de inmigrantes (no serán 11 millones, solo miles, y muy posiblemente reos de cárcel); limpieza de LGTB en el ejército y la administración (excusa para reemplazar profesionales independientes por leales a la causa; que no resolverán los problemas de fondo); reducción del déficit comercial así como d el endeudamiento (en realidad van a seguir creciendo; pero le cargarán las culpas a Biden); supuestos tratados de paz para terminar con las guerras (de nuevo, sin atajar los conflictos de fondo que volverán a asomar su fea jeta años después).
Lo que sí van a intentar, como el viejo fascismo, es establecer un régimen autoritario. Convertir al ciudadano democrático en súbdito –siervo vasallo subordinado– bajo una autoridad superior a la que tendrá que obedecer sin rechistar. Con un objetivo, dar libertad sin límites a los oligarcas, partidarios genuinos de los planteamientos antagónicos: nosotros, los más fuertes, contra todos los demás. Nada de compartir democráticamente el mercado, más bien acabar con las empresas intermedias. Los oligarcas americanos hoy son dos grandes grupos, el lobby energético y el lobby tecnológico, estamos hablando de un puñado de oligarcas que acaparan el 90% del PIB. Todo ello compatible con los propios objetivos de MAGA: cambiar el sistema electoral para perpetuarse en el poder; culto a los mártires de su causa, empezando por los frustrados golpistas del 6 de enero de 2021; cooperar con los gobernantes extranjeros de su misma cuerda, y con los aspirantes de extrema derecha en Europa.
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