Secciones
Servicios
Destacamos
En 1945, Stalin consideraba que Rusia había sido la autora material de la victoria en el frente europeo. Dado el alto precio que había pagado (21 millones de soldados y 15 millones de niños muertos, más un nivel de destrucción igualmente desaforado), Stalin exigía que ... las reparaciones de guerra fueran equiparables. Churchill, consciente de que el imperio británico no había sido capaz de defenderse por sí solo, negoció con Stalin un acuerdo que convertiría a Rusia en la potencia hegemónica europea. Roosevelt se mantuvo al margen, primero, y murió antes de que terminara la guerra en el frente oriental. Entonces llegó Truman, con la bomba atómica bajo el brazo, y obtuvo una victoria sin paliativos en dicho frente. Estaba claro que el imperio británico iba de salida y en su lugar se consolidaría el imperio democrático americano, por un lado, y el imperio absolutista ruso, por el otro. Lo que no estaba claro era cómo se repartirían el mundo estos dos imperios.
Cuando Stalin, Churchill y Truman se reunieron en Potsdam para dirimir este asunto, Stalin descubrió dos cosas: que Truman no era Roosevelt y que los previos acuerdos de Yalta no iban a ser respetados. Truman quería hacer valer su arma atómica, más allá de la derrota de Japón, para disuadir a Stalin de sus ambiciones imperialistas; particularmente en Alemania, pero también en Polonia y el entorno del mar Negro (Bulgaria, Rumanía, Turquía, Irán…); o de sus sueños con los partidos comunistas de Francia Italia y Grecia. Truman ejercería una resistencia portentosa en la negociación de cada uno de esos países, y ni hablar de hacer concesiones en África o en Asia. A China, con su propia revolución comunista en marcha, había que echarla de comer a parte.
Stalin nunca abandonó sus ambiciones; pero, realista, le embargó una preocupación aún mayor: la seguridad nacional. A cuenta del arma atómica, aunque su proyecto estuviera muy avanzado aún no estaba en sus manos, la posibilidad de que EE UU aprovechara la ventana de oportunidad le quitaba el sueño. Esto vino a determinar todas sus maniobras. Tenía claro que sus aliados habían dejado de serlo, para convertirse en competidores geoestratégicos. Aunque parezca mentira, las ideologías aquí jugaron un papel secundario. Así pues, comenzó a poner en marcha planes para asegurar su actual «área de influencia» y extenderla lo más posible. Su primer paso fue crear el Kominform, un sucedáneo de la Internacional Comunista destinado a coordinar las acciones de los partidos hermanos, sobre los que Rusia tenía un gran ascendiente.
EE UU, por su parte, había ganado los apoyos del Reino Unido, Francia, China y otros países circunstanciales, de modo que en todas las reuniones de ministros exteriores para dirimir las citadas reparaciones Rusia se encontró en minoría. Renunció a participar en tales reuniones y propuso celebrar elecciones para formar gobiernos en los países en disputa, a lo cual Estados Unidos asintió. Aunque en Francia e Italia los partidos comunistas eran fuertes y se habían aliado con los socialistas, EE UU exigió la expulsión de los comunistas de los primeros gobiernos provisionales tras la liberación, y en las subsiguientes elecciones hicieron campañas anticomunistas abrumadoras de las que aquellos salieron trasquilados. En contrapartida, las elecciones en los países del Este fueron auténticos pucherazos coordinados por Moscú.
En 1947, Stalin había llegado a la conclusión de que nada iba a conseguir por vía democrática; pero aún no se atrevió a sovietizar esos países. Con el caso de Alemania se terminó de inclinar la balanza: Stalin siempre había pensado que toda Alemania debía formar parte de su «área de influencia», a lo que EE UU se opuso frontalmente proponiendo en cambio una reunificación alemana. Aunque a Stalin le gustó inicialmente la idea, comprendió que una Alemania reunificada quedaría dentro del «área de influencia» de EE UU. Palabras mayores. Sintiendo que todo su proyecto corría inmenso peligro, incluida la propia URSS, Stalin rompió la baraja, bloqueó Berlín, mandó construir una alambrada separando el este del oeste y se dedicó a sovietizar todo el territorio que se extendía entre Alemania y Rusia.
La supuesta ventana de oportunidad no fue aprovechada por Truman. La I Guerra Fría duraría hasta 1989. El punto es que esta guerra había tenido menos que ver con las aspiraciones imperialistas de uno y otro bando, y bastante más con el mutuo miedo a que se produjera un conflicto armado entre ambos. Tal parece que, por mucho miedo que Stalin tuviera a entrar en guerra con EE UU, los americanos tuvieron aún más miedo a entrar en guerra con la URSS.
Demos un salto de 75 años. He hablado repetidamente de que, por miedo a una III Guerra Mundial, Oriente y Occidente han entrado en la II Guerra Fría –¿otros 40 años?– y es desde esa perspectiva que leo los acontecimientos. La promesa trumpista de terminar con las guerras en dos patadas no parece que tenga muchas oportunidades de llegar a buen puerto.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.