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Si en lugar de estar en una guerra civil «fría» estuviéramos ante una segunda Transición como la de 1978, la no elección de Alberto Núñez Feijóo y la transición que Pedro Sánchez pretende llevar a cabo permitiría una comparación entre el papel que entonces jugó ... Fraga y el papel que hoy debería representar Feijóo. Fraga, desde la oposición, fue siempre un personaje decisivo y, al frente de la autonomía gallega, el espejo en que se miró Feijóo.
Fraga venía abogando por la Transición desde su embajada en Londres. Fundó en 1974 un Gabinete de Orientación y Documentación que promovió el «espíritu del 12 de febrero» con el nombre de Reforma Democrática. Frente a la ruptura con la legalidad franquista, abogó por una línea que permitiera llegar, sin convulsiones, a un régimen democrático. De hecho, formó parte del gobierno de Arias Navarro y, junto a José María de Areiza, presionaron a aquel sin éxito para que iniciara la reforma democrática. Incluso declaró al New York Times que había que legalizar el Partido Comunista y, más tarde, presentaría en sociedad a Santiago Carrillo.
Perder la batalla por el poder frente a Adolfo Suárez no le hizo tirar la toalla. En septiembre de 1976 fundó Alianza Popular, aglutinando una serie de fuerzas conservadoras partidarias de una democracia de corte europeo que frenase el avance del marxismo y del separatismo. El partido de Fraga sacó 16 diputados en las primeras elecciones (junio 1977) frente a los 155 de UCD; pero suficientes para que Fraga formase parte de la ponencia que redactó la Constitución, junto a tres centristas, un socialista. un comunista y un nacionalista catalán. Allí defendió el carácter de España como nación, integrando a las nacionalidades históricas. Su contribución a la Constitución y a la política de consenso fue muy destacada. Felipe González diría que a Fraga «le cabía el Estado en la cabeza».
Ante una UCD en franca descomposición formó, en 1982, una amplia coalición con partidos desgajados de UCD; desde el centro democrático al partido liberal, pasando por la democracia cristiana y partidos regionalistas. Llegó entonces a ser candidato a la presidencia y sería líder de la oposición, con 106 diputados, en las elecciones de 1986. Realizó ahí una política de entendimiento sobre todos los grandes Asuntos de Estado con Felipe González.
Cuando un partido no controla ni el Congreso ni la Presidencia, si quiere conseguir que cualquiera de sus propuestas prospere debe cooperar con el gobernante; esto exige renunciar a lograrlo al 100%. La carrera de Fraga permite establecer un cierto paralelismo. Situándose más allá de la infamia con la que Sánchez ha llegado a la presidencia, Feijóo, que ha mamado desde los calostros la concepción de las autonomías históricas de Fraga, y la ha practicado durante 23 años, tiene la experiencia idónea para afrontar la segunda Transición. Como Fraga en su día, después de dejar claro y tajante que el PP no se opone a la idea de una reforma constitucional sino a una ruptura con la Constitución de 1978, debería abogar por una línea de acción que permita llegar a un nuevo equilibrio de poder entre el centro y la periferia, aceptable para todas las partes.
Ello implicaría que Feijóo formase parte del proceso de negociación entre el gobierno y los independentistas; idóneo si fuera de forma oficial en el Congreso, pero sin por ello renunciar a las imprescindibles vías discretas. Su función, como lo fuera la de Fraga, sería defender el carácter de España como nación, frente a la ambigüedad de Sánchez y la nada ambigua posición de los independentistas. Pero si el primer paso de la primera Transición fue legalizar el PCE, olvidando los delitos cometidos por esta formación (incluidos Carrillo y Dolores Ibarruri), ahora el paso equivalente es «legalizar» a los dirigentes independentistas.
Fraga hizo más, volvió a unificar todo lo que se movía a la derecha del PSOE, tras la debacle de UCD. No creo que la actual debacle de la derecha sea tan grave; pero parece claro que si no hace algo serio en este sentido –más allá de echarse a la calle mientras gobierna en coalición con Vox comunidades y Ayuntamientos– le va a resultar muy difícil apear a la izquierda de los poderes ejecutivo y legislativo. Hay que tragarse el sapo de la infamia y, a continuación, utilizar los mecanismos institucionales para reconquistar el poder perdido.
Una de las claves menos analizadas de la labor de Fraga en la oposición es que, tras la caída del franquismo, fue un firme defensor del consenso. Durante los años de oposición a González, Fraga puso en marcha una política de entendimiento en asuntos como la OTAN, el «café para todos» autonómico, la reforma económica… mientras se desayunaba todos los sapos que le salieron al paso.
Pero ni Feijóo es Fraga ni Sánchez es González.
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