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No quisiera que se me malinterprete. Pienso que Hamás y Hezbolá son organizaciones de fanáticos consagrados a la desaparición de Israel, nefastos para las gentes de Gaza y Líbano. El régimen de Irán (como el de Rusia o Corea del Norte) es nefasto para sus ... súbditos. Ambos, los tres, son tóxicos para los territorios donde operan y alrededores. Solo parecen entender realmente el lenguaje de dominación-opresión-destrucción. Responderles con la misma moneda es la mejor forma de llegar a un conflicto generalizado que nadie dice querer, pero en el que tampoco nadie hace lo necesario para evitarlo. Aún peor, es la mejor manera de perpetuarlo.
Dicho lo cual, recordemos la profecía de Bill Clinton con motivo del atentado a una fragata americana en los alrededores del Golfo Pérsico: «La III Guerra Mundial empezará en Oriente Medio». En efecto, el horno de Oriente Medio lleva muchos años muy recalentado y los múltiples actores de uno y otro bando hoy andan echando mucha leña al fuego.
Para simplificar el problema, algunos plantean el conflicto como un enfrentamiento entre dos confesiones islámicas: suníes y chiítas; pero ese es solo un aspecto de un asunto bastante más complejo. Yo distinguiría entre dos tipos de actores, ambos interesados en ser potencia hegemónica en el área: musulmanes y seculares. Dentro de los musulmanes está el grupo de chiítas alrededor de Irán; y el grupo de suníes alrededor de Arabia Saudita. Dentro de los seculares están Egipto y Turquía (aunque actualmente esté gobernada por un musulmán), además de Israel (aunque ahora esté dominada por ultraortodoxos judíos).
Por otra parte están los agentes exteriores, también divididos en dos: occidentales y orientales. Dentro de los occidentales están Estados Unidos y la Unión Europea, junto a un número de países fuera de la órbita de la UE y alineados con EE UU. Dentro de los orientales están China y Rusia, además de los numerosos países del 'sur global' más o menos aliados con estos; excepto Brasil, Sudáfrica, India e Indonesia que quieren moverse con autonomía entre occidentales y orientales. Occidente está alineado con los seculares desde el final de la II Guerra Mundial, y Oriente se ha ido decantando por los musulmanes. Una región cada vez más importante es África; pero el horno de África, igualmente recalentado, prefiero tomarlo en consideración separado del de Oriente Medio.
Israel es hoy el más poderoso actor militar en Oriente Medio. Israel era David frente al poderío de Goliat –Egipto, Siria, Irak– pero estos tres países son hoy una sombra de lo que fueron. Un estudio del CSIS, publicado en 2010, probaba que Israel ya superaba en poderío militar a sus vecinos, en todas y cada una de sus dimensiones; en 2024 el presupuesto militar de Israel duplica en términos absolutos al de Irán, a lo que hay que añadir los 2.000 millones que le contribuye anualmente EE UU; de propina, Israel tiene submarinos provistos de misiles atómicos, el más efectivo disuasor existente. Pero Netanyahu lleva veinte años presentando a Irán como un gigantesco peligro para el mundo libre, una exageración solo comparable a la de presentar a Israel como tal enemigo. Al contrario que Israel, Irán no puede serlo ni siquiera para Oriente Medio, aunque lo pretenda.
Este largo prefacio es necesario para entender adecuadamente 'Los acuerdos de Abraham'. Firmados a lo largo de 2020, ha sido una iniciativa patrocinada por EE UU para alinear a los países suníes con el grupo de los países seculares frente al 'eje de resistencia' iraní. Presentarlo como un acuerdo de paz (de hecho lo es entre los Emiratos Árabes e Israel, al que se ha sumado Marruecos, a la espera de la firma del pez gordo: Arabia Saudita), es cuando menos equívoco. La obvia intención era derrotar, por medio de una guerra fría, el proyecto iraní de convertirse en la gran potencia de Oriente Medio. Irán se ha olido inmediatamente las intenciones, la cortina 'pacífica' se ha rasgado, y en su lugar ha asomado la jeta el 'cambio de régimen'.
Visto el resultado de los sucesivos intentos de cambio de régimen en Irak, Afganistán, Egipto, Libia y Siria –solo en los últimos 20 años–, a uno se le cae el alma a los pies. Una y otra vez se ha comprobado que cuando un régimen opresivo es destruido lo que viene a ocupar el vacío de poder no son líderes más tolerantes y liberales, son los grupos mejor armados y más despiadados. En lugar de un acuerdo pacífico se produce una guerra civil por el incremento del sectarismo, impermeable a cualquier acuerdo. Y podemos darnos con un canto en los dientes si el conflicto no se extiende a los países vecinos. En un periodo de tiempo similar, los únicos cambios de régimen sostenibles que se han producido fueron por acuerdo mutuo entre las partes. Polonia, Sudáfrica, Chile son los que acuden a la memoria; como España en 1978.
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