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Las guerras se producen cuando, sobre el barco en el que navegamos juntos (juntos, pero no revueltos; separados en clases bien diferenciadas, pero juntos), los líderes de cada parte han decidido que es mejor hundirlo que mantenerlo a flote. Lo hacen creyendo que, si ganan ... la guerra, habrá merecido la pena; a pesar de que la parte en que cada cual estaba, tendrá que ser reflotada a un precio en el que prefieren no pensar. Antiguamente yo usaba la imagen del tren de los hermanos Marx, del cual iban desguazando y quemando vagones para mantener el tren en marcha: «¡Es la guerra, más madera!».
Empecemos por poner ejemplos en los que nos será más fácil ponernos de acuerdo: la guerra de Ucrania, de ahora mismo, donde Putin está aplicando una estrategia de tierra quemada, a un precio que se antoja insoportable; pero que, con tal de hundir a Ucrania, le parece aceptable, aunque el terreno conquistado esté reducido a humeantes cenizas. Por la otra parte, Zelinski resiste a un precio más insoportable todavía, con la esperanza de que Europa entre directamente en la guerra y ello les permita hundir a Rusia, en el mismo mar donde durante tantos años navegaron juntos; eso sí, con su propio país reducido a cenizas. Otro ejemplo, la Segunda Guerra Mundial, donde el papel de Putin lo desempeñaba Hitler y el de Zelinski, Churchill, con una Inglaterra ardiendo por los cuatro costados; pero decidido a forzar la entrada en la guerra de Estados Unidos, para así destruir Alemania. Finalmente, la subsiguiente Guerra Fría, continuación de las dos guerras mundiales por otros medios, entre los Aliados y la URSS; a pesar de que Europa se había desgastado hasta la saciedad en aquellas y también auspiciada por Churchill. Ahora hemos entrado en la Segunda Guerra Fría, para hundir el barco que se construyó a partir de 1945.
Va a ser más difícil que nos pongamos de acuerdo sobre lo que está pasando en ese barco llamado España, donde estamos asistiendo a una guerra civil fría, continuación por otros medios de la caliente de 1936-39.
El independentismo catalán ha decidido que, entre salvar el barco o hundirlo, prefieren hundirlo, convencidos de que eso les abrirá las puertas a la independencia. El precio que ya está pagando Cataluña debería desanimar al más pintado. El que pagaría si sus deseos se hicieran realidad aumentaría de forma exponencial, porque perdería sus clientes más importantes y no ganaría ninguno nuevo. No tendrían más que mirarse en el espejo del 'Brexit' para entenderlo; pero no van a hacerlo. Los independentistas consideran que sembrar y alimentar la discordia entre el PP y el PSOE, para que se agudice la crisis institucional que el país atraviesa, es la mejor manera de hundir el barco del Estado, en el que a su pesar ellos también navegan. Está claro que sueñan en sacar a flote a su querida nación… ¡cuando logre serlo!. Han arriesgado tanto en la apuesta que su única salida es doblarla. O todo o nada. Si el procés independentista fracasa tendrán que dedicarse a criar hongos, y dejar que sean otros los que manejen el futuro de la región.
Pero es que en el otro frente de esta guerra fría tampoco se andan con órdagos a la chiquita. El PP parece haber decidido que, entre salvar a Cataluña y hundirla, prefieren esto último; convencidos de que eso les entregaría el gobierno de España, por los siglos de los siglos, dado que el PSOE se ha abrazado a los catalanes con tal ahínco que no podrán zafarse y se hundirían con ellos.
Así pues, la obvia salida que el devenir de los acontecimientos le ha presentado a las élites dirigentes españolas para encauzar el conflicto territorial de Cataluña, investir a Salvador Illa, un dirigente nacionalista como el PSC pero no independentista; no va a prosperar. El PP prefiere que se repitan las elecciones para que Cataluña se hunda más en la crisis institucional en que se halla metida. Las consecuencias que ello tendría para España las consideran un precio aceptable, si con ello consolidan la unidad territorial. Pues bien, a poco que estudien la historia entenderán que no van a conseguir ni una cosa ni la otra.
A Sánchez, que se había erigido en el pararrayos de todas las discordias, el control de la situación se le ha ido de las manos de forma manifiesta. No era difícil predecir que su proyecto iba a terminar mal. Ni era realista, ni había calculado correctamente el tamaño de los riesgos y sus potenciales consecuencias. Lástima que el resurgir del Laborismo inglés, sabiamente centrado por Keir Stamer tras la desastrosa aventura de Jeremy Corbin, no haya ocurrido antes. El PSOE tiene ahí el modelo a seguir; pero tendrá que hacer los deberes pendientes en mucho peores condiciones.
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