Secciones
Servicios
Destacamos
A finales de abril ('¿Dos no se pelean…' DM 29/04) comentaba las razones por las que los nacionalistas catalanes y vascos dan la espalda a España: sueñan con crear nuevas regiones europeas –Cataluña-Ródano y un Gran País Vasco a ambos lados del Pirineo– ... con el fin de tener su propio grupo en el Parlamento Europeo. Dado el resultado de las elecciones autonómicas en ambas comunidades, me gustaría profundizar más en esta idea.
En principio pareciera que el independentismo catalán está a la baja mientras el vasco ha salido reforzado. Pero, por otro lado, tal parece que los nacionalistas vascos han relegado a segundo término el asunto de la independencia, mientras los nacionalistas catalanes se agarran a ella como a un clavo ardiendo porque su proyecto corre el riesgo de naufragar. Las cosas así, no conviene caer en la tentación de elevar lo anecdótico a categoría. Mejor centrarse en el meollo de la cuestión: su deseada Independencia sigue siendo un problema para el que no tienen solución a la vista; y denostan la conllevancia porque supondría su jubilación política anticipada.
En el caso de Cataluña, la jubilación anticipada de los líderes independentistas lleva nombre y apellido: Salvador Illa. Pero el cainismo que hoy caracteriza a la política española hace que esta posibilidad evidente pudiera no ser aprovechada a fondo por los constitucionalistas. Al interés independentista por hacer fracasar la investidura de Illa, habría que sumar el interés de la derecha española en que esto no sea leído como un triunfo de Sánchez; y, no menos importante, seguir capitalizando en el resto de España el resentimiento hacia los nacionalismos periféricos.
Habría que pasar página; pero los políticos separatistas no van a hacerlo. Y habrá que ver si la derecha dura le permite a Feijóo cambiar de tercio. Estoy convencido de que, en la intimidad, Feijóo considera que la salida al conflicto catalán pasa por enfocarlo desde la racionalidad política; relegando a un segundo término la confrontación emocional que hoy es el factor dominante. Esta es exactamente la estrategia que está aplicando Illa y el resultado de las elecciones parece haber premiado su apuesta.
Como indico al principio, el separatismo tiene una única razón de ser. La posibilidad de que el electorado opte por otras soluciones salta todas sus alarmas. El dato del abstencionismo de sus tradicionales votantes lo lee como algo a corregir; pero el dato de que la gente joven parece haberse hartado del procés y quiere cambiar de pantalla, con razón, le quita el sueño. El dato de que las grandes urbes han votado al PSC en proporciones muy elevadas; el dato de que «los otros catalanes» han despertado del desistimiento y sí van a votar; el dato de que la mayoría silenciosa ha recuperado la voz… Estos datos sí hacen que el independentismo vea el abismo abrirse bajo sus pies. Nada que no sospecháramos, pues es lo mismo que ha pasado en Canadá y está pasando en Escocia.
El problema es que esta iniciativa proviene de la izquierda y Sánchez ha sido el factótum. La derecha se encuentra frente al dilema de destronar a Sánchez, como primera prioridad, y solo después sumarse a la iniciativa que parece ser la yegua ganadora. En mi opinión, dicho dilema solo encontrará una salida si el nacionalismo español está dispuesto a abrazar la conllevancia, y poner a un lado la reconversión del Estado de las Autonomías en un sistema centralizado. Pero pedir esto a un nacionalista genuino es casi tanto como pedir a un separatista que renuncie al separatismo. Y conste que no me olvido de que el propio PSC da prioridad al catalanismo; simplemente el nacionalismo ha cambiado de siglas, en este caso, a uno no independentista.
Hay una idea bastante extendida sobre la reacción nacionalista española, según la cual, esta sería producto de la cerrazón nacionalista catalana y vasca. En estos casos siempre me viene a la memoria el diagnóstico de Bertold Brecht: el nacionalismo es la enfermedad política más contagiosa. Puede ser que la epidemia de nacionalismo español sea consecuencia del contagio de los otros dos; pero una vez contagiada, la enfermedad cobra vida propia, es decir, que la hipotética derrota de estos últimos no lleva implícita la curación de la enfermedad contraída por el primero.
No hay más que ver el alarmante crecimiento del nacionalismo en toda Europa, que bien puede dar al traste con el proyecto de Unión Europea que se diseñó en Lisboa –Tratado de Lisboa de 2007–; o el nacionalismo de Putin, que ha provocado la Guerra de Ucrania y puede ir más allá; o la guerra arancelaria de EEUU contra China, producto del nacionalismo de Trump contagiado a Biden; etcétera. Todo ello potencial prolegómeno de una III guerra mundial.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.