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Para quienes no lo hubieran notado –o sean nuevos en esta plaza– me considero defensor de los ideales liberales, entendiendo por estos «la confianza en la capacidad de los humanos para decidir los asuntos que les conciernen por sí mismos» (Martin Wolf). Pero debo confesar ... que, a la vez, experimento la paradoja de estar convencido de que el liberalismo se halla en trance de ser desplazado por diversas formas de autoritarismo. Un rumbo muy difícil de rectificar.
Los medios liberales alardean de que en 2024 más de la mitad de la población mundial elegirá sus dirigentes mediante votaciones. Lo que no dicen es que solo el 20% lo hará en democracias liberales, el resto tiene que hacerlo en democracias iliberales, como Turquía, y autocracias electorales, como Rusia. Las democracias liberales representan el 40% de la economía mundial; pero solo el 20% de su población.
La democracia liberal se caracteriza por ser representativa, es decir, por dejar en manos de los representantes elegidos en elecciones libres la administración del Estado, la formulación y aprobación de sus leyes por mayorías cualificadas en su Constitución, y el control judicial de todas las actividades de dicho Estado. Tres poderes bien diferenciados –legislativo, ejecutivo y judicial– que deben gozar de plena autonomía para desarrollar sus funciones.
Su alternativa es la democracia plebiscitaria. Ésta se caracteriza por haber eliminado la autonomía de los tres poderes, característica esencial de la liberal, y la centralización de los mismos en un solo poder central, que pronto adquirirá características autocráticas. El ejemplo más temprano son las democracias populares que cristalizaron en la Unión Soviética, si bien cuajaron así mismo en los países centro-europeos en su área de influencia: Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Yugoslavia, Albania y Bulgaria; también en América Latina: el peronismo en Argentina, la Cuba de Castro, la Nicaragua de Ortega y dictaduras por doquier; finalmente en África: Argelia, Libia, Egipto, Angola y alguno más que se me queda en el tintero. Dejo Asia como un caso aparte, pero donde la democracia brilló por su ausencia.
El problema de la Democracia liberal es que parece que descansa en exceso en la probidad de sus actores, ya sean legisladores, ejecutivos o jueces; lo cual hace que se degrade con relativa facilidad. Algo que ya se temía Benjamin Franklin cuando, a la pregunta de cuál era el régimen que estaban estableciendo en América, respondió: «una República, si podéis preservarla».
Como manera de proteger el sistema, se ha propuesto un punto intermedio entre el liberal y el plebiscitario: la democracia participativa, que pide al ciudadano algo más que elegir a sus representantes. Un esfuerzo que ha resultado más voluntarista que realista. La mejor prueba de ello es el invento de las elecciones primarias. En efecto, las primarias pueden verse como la introducción de una cuña plebiscitaria en la democracia representativa, con la consecuencia de abrirle la puerta al populismo; el cual es tan dañino como las propias democracias populares. El ejemplo más evidente hoy en día es el fenómeno del trumpismo en Estados Unidos; si lo que se buscaba era reducir el elitismo y el despotismo ilustrado que corrompen la idea democrática, nos encontramos con que el remedio –Donald Trump– es peor que la enfermedad: elitismo de baja estofa y despotismo ignorante.
Tenemos un ejemplo más cercano. Pedro Sánchez aprovechó las primarias del PSOE para quedarse con el partido contra la voluntad de su Comité Federal, órgano que reunía a todas sus lumbreras. A continuación de eso, apeó a todos sus oponentes del Comité Central y confeccionó unas listas para las elecciones generales al Congreso que le garantizaron la unanimidad. Se acabó el debate de ideas dentro del partido. Lo trágico es que algo muy parecido había ocurrido en el PP, cuando Casado ganó las primarias. Así nos luce el pelo.
Llegamos así a la paradoja que mencioné al principio. No solo tiene China un régimen autocrático dictatorial, que merece más confianza al llamado Sur Global que Estados Unidos, y que con el apoyo de Rusia en Europa y de Irán en Oriente Medio ponen en jaque el equilibrio mundial que venimos disfrutando desde el final de la I Guerra Fría; sino que el panorama en la propia Europa es realmente descorazonador. La estadística de parlamentarios de extrema derecha en Europa habla por sí misma: 59% en Hungría, 35% en Polonia, 30% en Italia, 23% en Holanda, 23% en Finlandia, 21% en Suecia (el soporte más sólido de la socialdemocracia hasta antesdeayer), Austria 16%, Francia 15%, Bélgica 12%, Alemania 10%. Solo la Península Ibérica tiene menos de un 10%: España el 9% y Portugal el 5%. En casi todos estos países está creciendo la ultraderecha. Y ya he mencionado la 'bicha' –Donald Trump– en Estados Unidos.
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