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A juzgar por la situación política del momento en Estados Unidos y en España, la suma del voto extremista a izquierda y derecha del espectro arroja unos índices de entre el 30% y el 40% del total de los votantes. Hablamos de un porcentaje que ... en cualquier contexto que lo miremos representa lo que se llama una 'masa crítica', es decir, con el peso suficiente para influir en el devenir de los acontecimientos. Ello explica la razón por la que los dos grandes partidos, en ambos países, se pliegan a las demandas del 20% de sus votantes en detrimento del otro 80%. Hablo de 'votantes' y no de 'electorado' porque el efecto colateral de este fenómeno es que un cada vez mayor porcentaje del electorado opta por abstenerse al no sentirse representado.
Es muy fácil culpar a las élites de esta situación; pero, como suele ocurrir, la realidad es bastante más compleja. De pronto parece que la razón de que Donald Trump tenga cada vez más simpatizantes se debe a que los medios de comunicación le hacen el juego, para robustecer sus enclenques arcas, o a la negligencia de los dirigentes republicanos. En el caso de España, la culpa de la consolidación de VOX como tercera fuerza y posible futuro socio de gobierno del PP, también se carga sobre los hombros de Pedro Sánchez, o sobre el entreguismo de la facción moderada del PP.
Y luego existe otro chivo expiatorio: la élite económica. Esta ha desmantelado el tejido industrial, ha exportado los puestos de trabajo a regiones con la mano de obra más económica, ha desbaratado el movimiento obrero y sus sindicatos. En todos los casos hay argumentos que avalan estas afirmaciones; pero también en todos los casos se hace una enorme elipsis sobre la responsabilidad que cabe a los propios votantes respecto a los denostados resultados electorales.
Curiosamente, de lo que sí son responsables las élites es de la proliferación de este enorme malentendido.
La arrogancia de sus sueños húmedos ha hecho que las élites se crean sus propias mentiras. Para ellas, todo lo que ocurre o deja de ocurrir en el mundo se debe a sus manipulaciones: si una empresa triunfa es mérito de la élite correspondiente; si algo va mal es porque la élite no ha tomado las medidas apropiadas; por ejemplo, la invención de las redes sociales y el fracaso de su autorregulación. Lejos de su mente la idea de que el resto de los mortales haya tenido algo que ver con el desarrollo de los acontecimientos. Tratan al público como si fuera una masa inerte que no tiene ninguna capacidad de intervenir en los acontecimientos para modificar su curso. ¡Son como niños! dictaminan, y como tales los tratan.
Inmenso error. Muy al contrario, la resultante de la composición de los actos individuales de las masas es, en última instancia, decisiva.
Una mirada más humilde, más realista, sobre el fenómeno del populismo, permite comprender cómo hemos llegado a la incomprensible situación descrita en el primer párrafo. Lo cierto es que hay mucha gente desencantada por acontecimientos que las élites, muy a su pesar, han sido incapaces de controlar. Una crisis financiera puso fin a un crecimiento desaforado, cuya marea hizo subir a todos los barcos, grandes, medianos y pequeños; una incontrolable pandemia puso patas arriba nuestros modos de vida: un viejo Imperio que, como todos, ha terminado por entrar en decadencia lucha con uñas y dientes para impedir que otro nuevo imperio ocupe su lugar… Dicho desencanto les lleva a votar, quizá a su pesar, alternativas radicalizadas por líderes extremistas a izquierda y derecha, dado que los demás han demostrado su impotencia. Dichas gentes actúan sin miramientos, con grave dejación de sus deberes civiles, o por puro nihilismo.
En efecto, esas minorías que sumadas representan dicha masa crítica no necesitan ser manipuladas para votar a líderes populistas. Hay una parte de ella movida por agravios comparativos; pero hay otra que no sufre tales agravios, aquellos que se alimentan del sentimiento tribal, los votantes de Trump, del Brexit y de los partidos de extrema derecha en el resto de Europa. Culpar de este fenómeno a las élites, en exclusiva, es un recurso fácil para proteger nuestra buena conciencia; si han sido las élites las que han perdido el control de la situación, elijamos otra élite que le ponga remedio: o un gobierno tecnocrático o una gran coalición. Pero hay otra interpretación más peliaguda: la política ha devenido un deporte de contacto, como el rugby o el boxeo; los votantes se comportan como viejos hinchas hambrientos de victoria, pura emoción y nula cogitación; el líder del equipo (el difunto Berlusconi, Trump, Johnson, etcétera) comanda una fidelidad sin condiciones y por tiempo ilimitado que aquellos le garantizan.
Una interpretación bastante más espeluznante, el problema no sería ya la democracia sino el demos (el pueblo).
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