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En mi primera juventud nos lo dejaban claro: «tu libertad termina donde empieza la libertad del otro»; es decir, que la libertad de una persona ... es la falta de libertad de la otra persona. La libertad personal de vacunarse es un buen ejemplo: si para que la vacuna funcione es preciso que al menos el 80% de la población esté vacunada, la decisión de no vacunarse pone en riesgo la vida de miles de personas. No se puede pensar en la libertad de una persona sin pensar en las consecuencias imprevistas que tendrá para los demás. De ahí aquella idea de que una limitación aceptable de la libertad personal redundará en beneficio de una convivencia más armónica. Pero dicha idea parece haber sido echada al basurero de la historia y, en su lugar, se ha instalado la idea neoliberal de la libertad personal sin límites ¡y el que venga detrás que arree! El egoísmo y el materialismo han socavado la solidaridad social.
La consecuencia más evidente ha sido la ampliación desaforada de la brecha entre ricos y pobres. La precarización de la clase media ha supuesto que la mayor parte de la población viva en condiciones tan difíciles de soportar que han empezado a rebelarse contra el sistema establecido. Dado que el sistema establecido en Occidente es la democracia liberal, es esta la que está siendo seriamente cuestionada. Y no, como dicen los nacional-populistas, para restaurar las viejas libertades sino para cancelar las viejas y las nuevas, con un sistema autocrático cuyo objeto es instaurar la ley del más fuerte.
A mayor fuerza mayor libertad, a menor fuerza menor libertad e impuesta desde arriba. Incluida la imposición de la libertad de no vacunarse, no por amor a la libertad sino por la obsesión de poner fin al «Estado asistencial», que tan buenos resultados ha tenido en los últimos 80 años, y así recortar los gastos más importantes de los actuales gobiernos. ¿Con el fin de aligerar los impuestos a la sufrida clase media? No, para que sus socios oligárquicos dispongan de más fondos para financiar sus particulares proyectos. Por ejemplo, crear una colonia de terráqueos en Marte entre otras locuras por el estilo.
Los «siete magníficos» tecnológicos son los más libres… para explotar al grueso de la población, que está sufriendo una merma en su poder adquisitivo. Pero hay otros oligopolios que cojean del mismo pie: el complejo militar-industrial, que se beneficiará masivamente de que todos los países occidentales dupliquen –y más– sus presupuestos de gasto en defensa; o las grandes corporaciones farmacéuticas y alimentarias, que han reducido la esperanza de vida en Estados Unidos y han duplicado sus beneficios en todo el mundo. Pero ¡ojo! la culpa se la echan a los inmigrantes y a los países tercermundistas que, según dicen, no cejan de chupar de la teta. Al parecer, los oligarcas no tienen ninguna responsabilidad al respecto; al contrario, debemos estarles eternamente agradecidos.
El sistema propuesto por Trump en Estados Unidos, ese que quiere exportar al resto de países occidentales, puede causar daños irreparables sí como pretende consigue sobrepasar el punto de no retorno. Un cambio de régimen a sistemas que, sin ser directamente dictatoriales, aplicarían un híbrido: la politización y conversión en arma de asalto de la burocracia gubernamental, para castigar a los que se opongan y favorecer a sus simpatizantes. Politizar, tribunales, inspecciones de hacienda, denegación de subvenciones a la educación, adjudicación arbitraria de contratos estatales… Todo ello sin atender a los méritos sino a las afinidades electivas.
Me van a perdonar que vuelva a la carga con la Democracia Cristiana (DC); pero es que me parece la salida más factible y eficaz ante tamaño despropósito. La DC había encontrado la respuesta al conflicto de clases: en lugar de la lucha la cooperación entre las mismas. El neoliberalismo pretendió haber ganado dicha lucha; pero hoy sabemos que ha sido una victoria pírrica, el verdadero ganador es el nacional-populismo y sus oligarcas. Se necesita recuperar una forma de gobierno que, primero, detenga la acumulación de riqueza en cada vez menos manos y, a continuación, renueve el orden social que surgió en Europa tras el fin de la II Guerra Mundial. Aquel orden salvó lo mejor del capitalismo: la competencia leal, y la innovación; a la vez que desarrolló un orden donde la solidaridad jugó un papel muy importante. Una justa redistribución de la riqueza, mediante seguridad social, medicina pública y otras conquistas que hoy corren peligro de deteriorarse sin remedio.
En Estados Unidos, la oportunidad de darle la vuelta a la tortilla trumpista es que la debacle provocada por la aceleración de sus intervenciones lleve a que pierdan el control del Congreso. Momento que la oposición debe aprovechar para desenmascarar todo el tinglado y hacer que pierdan también la presidencia. ¿Ilusos? posiblemente; pero peor sería el derrotismo.
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