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Salvando las incomparables distancias, y la mutua antipatía de que hacen gala, a mí Netanyahu me parece de la misma cuerda que Pedro Sánchez: ambos resistentes natos y con gran capacidad para dejar atrás a sus oponentes, cuando estos creen tenerlos acorralados. En el caso ... que nos ocupa la situación ha llegado a tal extremo que Netanyahu se permite torear al mismísimo presidente de EEUU para, a renglón seguido, hacer su santa voluntad. A mi juicio, la clave está en otra cualidad común a ambos personajes: su manifiesta falta de respeto a los principios éticos generalmente aceptados. Todo les vale para conseguir sus objetivos.
El objetivo de Netanyahu ha sido siempre el mismo, desde su primera jefatura de gobierno en 1996: la construcción del Gran Israel, ocupando todo el territorio entre el río Jordán y el mar Mediterraneo. Curiosamente, el mismo objetivo de Hamás respecto a Palestina. Pero mientras Hamas jamás va a poder realizar su sueño, Netanyahu cuenta con los medios materiales para realizar el suyo. Otra cosa es que, no solo los palestinos sino el resto de países de Oriente Medio –desde Libia hasta Irán y desde Turquía hasta Arabia– estén horrorizados por la idea de que Israel (ese pequeño país que se fundó en 1948 sin contar con ellos) termine convirtiéndose en la potencia hegemónica de toda la región. Dichos países van a estar dispuestos a hacer lo imposible para evitarlo.
Lo imposible podría ser una guerra que incendie toda la región. Razón por la cual Netanyahu está haciendo todo lo posible para extender el conflicto y forzar así la intervención directa de EEUU (al que le une un acuerdo de defensa mutua) cosa de llevar a buen término hasta el último de sus objetivos. Algo que no podría hacer por sí solo. Por la misma razón, Netanyahu engaña a los suyos.
Una cosa es que los israelitas, que parecían decididos a defenestrar a Netanyahu hace unos meses, apoyen hoy de forma indiscriminada la estrategia ofensiva de su gobierno en Gaza, en Líbano y en Cisjordania (el sentimiento de inseguridad y la absoluta desconfianza hacia los palestinos ha obrado el milagro) y otra, muy distinta, que los países occidentales se dispongan a aceptar las aterradoras consecuencias que sin duda tendría semejante aventura.
Occidente teme, con toda razón, una III Guerra Mundial. Si la guerra se expande en Oriente Medio y, simultáneamente, en Ucrania (tengamos presente que Zelinski busca la intervención directa de la OTAN, por muy parecidas razones a las de Netanyahu) la probabilidad de que el conflicto desemboque en algo muy parecido a una guerra nuclear aumenta exponencialmente.
La denominada 'destrucción mutua garantizada' ha obrado el milagro de que, a partir de 1945, las grandes potencias renunciaran a enfrentarse directamente y, en su lugar, los conflictos territoriales solo se dirimieron por país interpuesto (desde Corea a Afganistán, pasando por Berlín, Hungría, Checoslovaquia, Vietnam, Angola, Nicaragua). Hoy en día la II Guerra Fría, esta vez entre China y EEUU, tiene por escenarios potenciales Taiwán, Japón, Filipinas, Vietnam, e incluso India, debido a la competencia entre la nueva 'ruta de la seda' China) y la defensa de la libertad de navegación por el océano índico (USA). Adicionalmente, Rusia (apoyada por China) se enfrenta a la OTAN en Ucrania y el eje iraní (apoyado por Rusia) se enfrenta a EEUU en Palestina, Líbano, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico.
Dado que una III Guerra Mundial no le conviene a ninguna de las partes, es de esperar que 'la detente' que funcionó relativamente bien durante la primera Guerra Fría (1950-1989) siga surgiendo efecto durante la segunda, y a esta le suceda la tercera, la cuarta, etc. No solo es lo más probable sino lo que está en la mente de los principales actores, mientras parecen jugar a otra cosa.
Las cosas así, a EEUU solo le queda aplicar todas las técnicas probadas de persuasión a los aliados díscolos, en defensa de sus propios intereses: a) Disuasión: no escalar el conflicto por las consecuencias imprevisibles; b) Incentivos:medidas para que la superioridad militar de Israel quede garantizada; c) Sanciones:cancelación o retraso de envíos de armamento por uso indebido; d) Derrocamiento de Netanyahu:apoyo a la oposición.
Y eso es exactamente lo que Biden ha estado haciendo; pero ninguna de esas técnicas parece surtir resultado porque Netanyahu ha apostado por una victoria de Trump en noviembre, en la creencia de que las inevitables negociaciones serán más beneficiosas para Israel. Por ejemplo, Trump no cree en la solución de crear dos Estados: Israel y Palestina.
Dicho todo lo cual, no olvidemos que la historia ha demostrado con harta frecuencia, particularmente en las acciones bélicas, que lo que parecía más probable a priori no es lo que termina por suceder. Están jugando con fuego real. Y lo saben.
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