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El intercambio de papeles entre Rusia y China ha llegado a tal extremo que la Rusia de Putin me recuerda a la China de Mao y la China de Xi a la Unión Soviética de Jrushchov (r. 1953- 1964). En los años sesenta del siglo ... XX, Jrushchov, antes conocido por Khruschev, había defenestrado el estalinismo y puesto a Rusia a valer. Obsesionado como estaba con tomar el liderazgo mundial de las manos de Estados Unidos (su Sputnik había ganado temporalmente la carrera del espacio en 1957, un claro símbolo de sus ambiciones) miraba por encima del hombro a Mao y le preocupaba seriamente el maoísmo.
En dichos años setenta, el régimen de Mao parecía estar al cabo de la calle. Su política del Gran Salto Adelante había provocado una hambruna que se cobró de 15 a 60 millones de vidas entre 1958 y 1962. Así que Mao puso en marcha su no menos famosa Revolución Cultural, con el fin de afianzarse en un poder que internamente le discutían y ejercer férreo control sobre un país que suspiraba por una apertura.
La actual Guerra de Ucrania sería el equivalente a esa Revolución Cultural, en tanto que Putin la habría provocado para afianzarse en un poder cuestionado y ejercer férreo control sobre la población que ansía mayor libertad.
El caso es que la dichosa Revolución fue el canto del cisne de Mao, terminó en una masacre de las élites chinas, que si no perecían a manos de la Guardia Roja eran condenadas a trabajos forzados en aldeas remotas. Se destruyeron reliquias históricas, se saquearon centros culturales y religiosos, el movimiento paralizó políticamente a China y afectó gravemente a la economía y a la sociedad. En estas circunstancias, Nixon y Kissinger aprovecharon la crisis para tenderle a Mao la mano que Jrushchov le negaba y separarlos de hecho.
El paralelismo entre la trayectoria de los últimos años de Mao, y la de Putin a partir de 2014 resulta esclarecedor. El inicial éxito de la invasión en Crimea –¡su canto del cisne!– le ha llevado a doblar una apuesta que, lo mismo que la revolución cultural de Mao, lleva camino de ser su tumba. La heroica resistencia de Ucrania –cualquier otro adjetivo para definir la situación sería despreciativo– le ha puesto a Putin las cosas muy, pero que muy cuesta arriba. Aunque la espesa niebla de la guerra no permite ver con mayor claridad, tal parece que la victoria se le ha evaporado hace ya meses. Se diría que hoy solo aspira a un éxito parcial (quedarse con Crimea y, quizá, con un paso por tierra a Rusia). Pero Zelinski no quiere ni ceder en esto, no está dispuesto a permitirle al enemigo una salida del conflicto con la apariencia de haber salvado la cara; algo así como un honroso empate.
En las pocas imágenes ofrecidas de su encuentro con Xi se ha entrevisto un Putin nervioso y frustrado, por momentos incluso cabizbajo, mientras Xi guardaba las distancias manteniendo su proverbial serenidad.
Como Jrushchov entonces, Xi está obsesionado con tomar el relevo de USA en el liderazgo mundial. En este sentido, la guerra con EEUU le preocupa seriamente, es decir, que la invasión de Ucrania no solo le disgusta sino que perjudica su estrategia, a extremos que la convierte en un obstáculo a extinguir como el incendio que realmente es. Las cosas así, parece claro que Xi solamente ha escuchado las súplicas de Putin pero no está dispuesto a suministrarle todo lo que pide para «ganar» la guerra. Ni siquiera parece dispuesto a desplazar las líneas rojas de la OTAN, a la manera en que la OTAN desplaza las líneas rojas de Moscú.
En la tribuna «Ucrania en el alambre», publicada en este periódico el 20 de marzo, hablaba yo del debate entre los halcones nacionalistas chinos y sus asesores políticos realistas (tipo Kissinger para que nos entendamos). Pequinólogos que me merecen confianza sitúan a Xi más próximo a los primeros. Y estos, les recuerdo, contemplan dos opciones: ayudar a Rusia lo justo para que la guerra de Ucrania siga siendo una guerra que desgaste a la OTAN durante el mayor tiempo posible… hasta que se presente el momento oportuno para invadir Taiwán aprovechando que la OTAN andaría escasa de recursos por haberlos gastado ayudando a Ucrania.
Ahí termina el paralelismo, pero la historia nunca se repite. Hoy no se avizora en el horizonte el Dúo Dinámico que, como Nixon-Kissinger, esta vez le tienda a Putin la mano que le niega Xi. Al contrario, parece que como en el viejo chiste del enterrador, a Putin «no le encuentran vivo si no mal enterrado» y se aprestan a la faena. Algunos pensábamos que la paz de Ucrania tendría que ser negociada entre EE UU y Rusia, pero ahora, sin embargo, pienso que en realidad tendrá que negociarse entre China y EE UU.
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