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A veces tratamos prácticamente como conceptos sinónimos algunos que no lo son en absoluto. En su día señalé la diferencia entre equidad –rectitud, imparcialidad– y equidistancia –ocupar el medio entre dos posiciones extremas– confusión muy frecuente en los mentideros de la política. Ahora quisiera ocuparme ... de otros dos conceptos que suelen confundirse con parecida frecuencia: razonar y racionalizar.
Se trata de dos actividades opuestas. Uno razona, discurre, piensa, habla consigo mismo y se cuestiona, habla con otros y se cuestionan, para encontrar respuestas a cuestiones que no tienen del todo claras: 'deducir unas ideas de otras para llegar a cierta conclusión' (María Moliner). Por el contrario, uno racionaliza cuando busca cargarse de razón para justificar sobradamente una actitud que ha tomado o piensa tomar; es decir, que no abriga ninguna duda respecto al asunto de que se trata sino que busca tapar la boca a quienes se atreven a ponerlo en duda.
En el caso de la 'equidistancia', se trata de una etiqueta que los extremistas le colocan a los moderados, haciendo tabula rasa del esfuerzo que estos hacen para mantener la equidad al formular sus juicios. En el caso que ahora nos ocupa, suele ser el propio animal racional el que se hace trampas en 'el solitario': en lugar de razonar, racionaliza sus cuestionables actos a fin de justificarlos. Podemos pues afirmar sin temor a equivocaciones, que razonar es lo que hacen los filósofos y los científicos; mientras que la acción de racionalizar es característica de los dirigentes, ya sean sociales, políticos o empresariales. No dudo de que estos también razonen en privado o que aquellos racionalicen en público; pero su actividad más consecuente es la señalada en primer lugar para cada grupo.
Desde un punto de vista social el mejor dirigente sería aquel que, en lugar de recurrir a las racionalizaciones, esté dispuesto a debatir sus puntos de vista sabiendo que no está en posesión de la verdad; y que, por tanto, un debate honesto permitirá llegar a conclusiones más acertadas, a mejores resoluciones. Aunque este tipo de dirigente siempre es excepcional, en ocasiones me lo he encontrado en los puestos más relevantes de las grandes corporaciones privadas, y en algunos líderes sociales; también en algunas personas jóvenes en puestos bastante menos relevantes, pero a los que se percibe como capacitados para promocionar a posiciones de mayor responsabilidad (personas, todo hay que decirlo, que no necesariamente son las que acabarán llegando). La gran excepción a esta advertencia es la actividad política: ¿cuáles son las consecuencias de que nuestros dirigentes se apliquen a racionalizar sus actos presentes y futuros, en lugar de debatir honestamente con sus oponentes para encontrar la mejor solución?
En primer lugar, resulta evidente que están poniendo sus intereses y los de su partido por delante de los intereses comunes a todos los ciudadanos, ya se trate del gobernante o del líder de la oposición. Puesto que lo 'normal' es que ambos recurran a racionalizar sus posiciones, ello hace que las resoluciones adoptadas no solo dejen que desear respecto a las que pudieran haber sido, sino que serán cuestionadas inmediatamente por la otra parte poniendo en juego todos los recursos disponibles para evitar que se lleven a efecto o forzar que se cumplimenten defectuosamente. En todo caso, amargando el dulce de lo que podría haber sido un trabajo bien hecho.
Aún más importante, los efectos a largo plazo de esas prácticas, que como digo son habituales, son la degradación del sistema. El sistema democrático ha sido diseñado básicamente para ser administrado por agentes honestos, que tienen el interés de los administrados como objetivo común. En esto se asemeja a las Sociedades Anónimas, donde los intereses de los accionistas ocupan el primer lugar. Pero a diferencia de dichas empresas, donde los empleados tienen claro el objetivo, a sabiendas de que lo que es bueno para los accionistas es bueno para ellos mismos; en el caso de los políticos, la correspondencia dirigente-ciudadano se ha deteriorado y hasta puede funcionar en sentido contrario; lo que es bueno para el dirigente y su partido sería la defensa de intereses creados, aunque vayan en contra de los intereses generales de la ciudadanía.
Bien entendido que, en la realidad, las empresas no suelen funcionar exactamente como han sido diseñadas; pero en mi experiencia se aproximan mucho más y mejor al modelo, que los partidos políticos; la relación empresario-accionista es bastante más directa y transparente, de modo que las consecuencias para unos y otros también lo son. En política, la relación dirigente-ciudadano está mucho más mediatizada y se diluyen los lazos; actúan con mayor independencia unos de otros. En otra ocasión dije, para ilustrarlo, que la actividad política era la única en que el actor podía escupir para arriba sin temor a que le cayese de vuelta en la boca.
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