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Cuando uno concibe la política como el arte de resolver los conflictos de interés creados entre los diferentes grupos sociales que borbotean en su caldo, a fin de conseguir una convivencia más armónica y llevar a cabo un proyecto atractivo de vida en común, se ... resiste a contemplar la concepción de esta como el arte de manipular el miedo. Sin embargo, es esta la predominante a lo largo de la historia y, muy evidente, en los tiempos que corren.
Esta segunda forma de concebir la política razona más o menos de la siguiente manera: la acción política tiene un único objetivo: gestionar los miedos del ciudadano. De acuerdo con esta aproximación, el principal deber del Estado es proteger a la gente; si fracasa en esto, la verdadera razón de su existencia se pone en cuestión. Lo que en realidad ocurre es que estos políticos caen en la tentación de, primero, atizar el miedo, para calmarlo a continuación.
Una vez se ha provocado la atmósfera de lo que yo particularmente vengo llamando 'guerra civil fría', la buena gente ve levantarse delante de ella el espectro de la anarquía, la disolución, incluso la muerte. Este terror primigenio, que no había conseguido despertar el mercado persa de la política al uso, de pronto comienza a infiltrarse en la mente del ciudadano de a pie: ¿qué nos va a pasar? ¿qué va a ser de mí?
Este es el caldo de cultivo ideal para poner en marcha políticas autoritarias como única respuesta satisfactoria al caos. Políticas que, ahora, no solo resultan aceptables a dicho ciudadano sino que le devuelven el sentimiento de seguridad que había perdido.
La única política que puede calmar la ansiedad del ser humano cuando se ve expuesto a la ferocidad de la ley de la selva es el restablecimiento del poder autoritario. Sustituir los supuestamente inútiles debates de unos burócratas hipnotizados por las gráficas y las estadísticas, por las presentaciones en 'powerpoint' para transmitir sus mensajes… imponiendo en su lugar un sistema que responde a las necesidades primigenias del propio ser humano.
De forma un tanto hipócrita, la concepción liberal de la política se basa en el imperio de la ley y descansa sobre las espaldas de abogados litigantes que se comunican por correo certificado y se embolsan minutas multimillonarias por prestar sus servicios, y sobre las espaldas de políticos y empresarios que adoran asistir a las reuniones de Davos y del OCDE… pero que cuando se trata de militares y policías lo hacen como si sus uniformes debieran estar en un museo, o sea, pasar a la historia. La concepción autoritaria, por el contrario, descansa sobre las espaldas del hombre-fuerte. El hombre-fuerte basa su actividad política en la capacidad de infundir miedo; lo cual se traduce en mantener el orden interno y proyectar al mundo exterior la fuerza de su Estado.
De este retrato descarnado podría deducirse que estoy hablando de Rusia, un ejemplo obvio; pero no, estoy pensando en EEUU y España: los dos estados que sigo más de cerca, a sabiendas de que en todas partes cuecen habas.
En el caso de EEUU, la utilización del miedo para evitar que gobierne el 'fascista' Trump es claro y transparente; aunque no alcanza la fuerza del miedo a los 'comunistas' que tienen copados el partido gobernante, la Casa Blanca, el sistema judicial, el FBI y la CIA, amén de las universidades y la enseñanza pública. Trump y sus Republicanos no dejan títere con cabeza.
Detengámonos algo más en el caso español. La utilización del miedo para defenestrar el Gobierno de Pedro Sánchez, trufado de 'comunistas', 'separatistas' y 'terroristas', tiene una amplia tradición en un PP al que nunca le han dolido prendas para ganar con creces, en el resto de España, los votos que se le niegan en el País Vasco y Cataluña o, ahora, incluso hasta en Galicia.
El caso del PSOE, que utilizó la imagen del doberman y el franquismo sociológico para mantenerse en el gobierno 25 de los 45 años de nuestra democracia, se antoja más grave con la llegada de Sánchez a la presidencia. La imagen del hombre-fuerte ha asomado la patita por debajo de la puerta de la Moncloa. Que los líderes del PP le nieguen ese atributo y le presenten como un pelele de comunistas, separatistas y terroristas, no solo no parece surtir el efecto deseado sino que le ayuda a consolidar su liderazgo.
Más parece que es Sánchez el que utiliza a dichos socios para llevar a cabo su proyecto de democracia plebiscitaria: plebiscito para quedarse con el partido, idem para la aprobación partidista de la amnistía, lo mismo para los referendos independentistas, igual para decidir la forma del Estado (monarquía/república). Eso de que «el poder absoluto corrompe absolutamente» es muy liberal; el poder del hombre-fuerte no corrompe necesariamente, puede hacerle más eficaz si es capaz de manejarlo. He ahí nuestro dilema: ¿Quién se llevará el gato al agua, el autoritarismo o la democracia?
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