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El futuro de la Unión Europea se ha puesto color de hormiga, los potenciales riesgos aparecen en todas direcciones. De puertas adentro, el recrudecimiento del nacionalismo en todos los países miembros; incluso los nacionalistas en apariencia más moderados –Meloni o Marie LePen– en el fondo ... rechazan el proyecto de una Unión cada vez mayor, única tabla de salvación de la UE. En su lugar, apuestan por una regresión a la Comunidad Económica Europea –la vetusta CEE– anterior a los acuerdos de Lisboa. Y de puertas afuera están, Rusia, China, el Sur Global… ¡y Trump!
En el último artículo que escribí sobre Trump ('Cuando gane Trump', DM 22/01/24) intentaba templar los miedos a lo que pueda pasar en Estados Unidos de puertas adentro; pero, ¡ay!, de puertas afuera su potencial trayectoria enciende todas las alarmas. No me duelen prendas al afirmar que, en menos de un año, podría convertirse en el mayor riesgo para los países europeos. El mayor, es decir, por delante de los antes citados.
Si parece que exagero les invito a contemplar el siguiente escenario: la globalización está en retroceso y el proteccionismo ha pasado a ocupar el primer lugar en las preocupaciones de las grandes potencias; los mercados se han convertido en campos de batalla y esto son malas noticias para la UE. La UE ha emprendido una carrera de obstáculos para proteger sus mercados, desde el control de inversiones al control de exportaciones e importaciones.
Aparentemente la UE ha designado a China como el mayor obstáculo, conclusión obvia dado que EEUU es su más importante aliado y, desde finales de la II Guerra Mundial, su dependencia de los americanos en cuestiones de seguridad no ha dejado de crecer, incluida la seguridad económica. Pero, precisamente por esto, la cada vez más probable reelección de Trump convertiría a EEUU en un obstáculo aún mayor que China. Ante este panorama la UE no debe esperar a ver quién gana en noviembre para redoblar esfuerzos a fin de conjugar el riesgo. Sería demasiado tarde.
Quede claro que China, de por sí, representa para Europa uno de sus mayores riesgos. No hay más que ver su política de inversiones en el exterior –la famosa ruta de la seda 2.0–, el descarado espionaje industrial y la manipulación de las tecnologías de doble uso. Pekín zarandea a la UE recurriendo a la toma de represalias si no se conforma a sus demandas; lo cual pone a la UE a la defensiva, y con razón. Pero la UE parece resistirse a reconocer abiertamente el riesgo de una nueva administración trumpista. Mi único consuelo es pensar que, al menos a puerta cerrada, sí se lo está planteando con toda la urgencia y gravedad del caso.
Fue Trump quién al imponer sanciones a Irán, sin contemplaciones sobre la repercusión que tendrían en Europa, puso en evidencia la impotencia de la UE para protegerse frente a las subidas del precio de gas y petróleo. Subidas que no afectan a EEUU, dado que había conseguido la total autonomía energética con producción propia.
Pues bien, Trump 2.0 tiene todas las apariencias de ser mucho más peligroso. Para empezar, la continuidad de la OTAN, tal como la conocemos, está en serio peligro; como mínimo, los gastos en defensa de la UE tendrían que aumentar exponencialmente. En cuanto a la Guerra de Ucrania, el riesgo de echar al basurero de la historia todo el esfuerzo bélico, para entonces de tres años, dejaría a la UE al pie de los caballos.
Volviendo a los riesgos económicos. Al indicar la mayor amenaza a la economía americana, Trump no señala a China sino que considera la UE como el enemigo público número uno. Arenga tras arenga, en su campaña electoral, promete incrementar los aranceles hasta el 10% para todos y cada uno de los productos importados. Adicionalmente usará sanciones, coacción financiera y controles de la tecnología punta, para obligar a la UE a doblegarse. La UE tiene que plantearse seriamente cuáles son sus puntos débiles y trabajar a fondo para minimizar los cuellos de botella.
El problema de las sanciones a terceros países es particularmente delicado. La UE depende del conocimiento y la experiencia de los americanos para imponerlas de manera efectiva. Trump no va a tener ningún reparo en aprovecharse de esta debilidad.
Solo hay una forma de pararle los pies a un matón, aunque sea de opereta como Trump: estar dispuesto a plantarle cara. La UE reza a todos los santos para no tener que confrontar a unos Estados Unidos gobernados por Trump. Pero la UE no carece de armas coercitivas, el mercado único y la unión aduanera las más sobresalientes; el problema reside en decidirse a utilizarlas contra la gran superpotencia. Las dudas y los temores socavan el efecto disuasorio. Si la UE no está preparada para usarlas, serían papel mojado.
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