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Llevo años denunciando que en España estamos reviviendo la guerra civil en versión larvada o fría. De pronto, la chispa de la amnistía ha sacado a la superficie la realidad subyacente: la estrategia de la izquierda es una coalición que recuerda dolorosamente al Frente Popular ... de 1936; la reacción de la derecha no se ha hecho esperar y recurre a prácticas además de extraparlamentarias (en el Parlamento ha perdido de forma nítida) extrainstitucionales, con la connivencia de algunos sectores de la judicatura y de las fuerzas del orden. La derecha ha declarado abiertamente su oposición frontal al PSOE con todas las consecuencias. Ambas partes acusan de ilegítima, ilegal y golpista a la otra.
El objeto de la guerra es vencer a la otra parte, mientras que el objeto de la paz es la convivencia. El principal objetivo de la convivencia es el entendimiento: solo cuando consigamos enmarcar con precisión lo que nos está pasando, abarcando la totalidad de las diversas crisis –constitucional, territorial, social– interconectadas y chocando entre sí, estaremos en posición de definir el tipo de acciones necesarias para defender lo que más importa. Pero, claro, este es un discurso conciliador que queda arrumbado y sepultado por el ardor guerrero.
El problema es que, aquí, todos los grupos ven la paja en el ojo ajeno y se niegan a ver la viga en el propio. La viga en el ojo del PSOE es el frente popular; la negativa a negociar las cuestiones de Estado con la otra parte, e imponer sus acuerdos unilaterales con los socios de investidura y legislatura. No hace falta recalcar que esos socios representan una exigua minoría del espectro político, que no solo no goza de las simpatías de una mayoría del electorado español sino que son rechazados por su flagrante sectarismo 'guerracivilista'.
La viga en el ojo del PP se llama Vox, un partido tan sectario como cualquiera de los socios de Sánchez. De nuevo, se trata de una minoría que no goza de la simpatía de la mayor parte del electorado sino que es rechazada por causa de sus propuestas radicales (escuchen los gritos en sus manifestaciones). El PP ya probó la amarga medicina de asociarse con Vox en las elecciones del 23 de julio. Es muy probable que el PSOE la pruebe ahora; es decir, siempre que la derecha salga ganadora de esta guerra civil como lo hizo de la primera.
La guerra de Irak, en el periodo de 2003 a 2005, fue aprovechada por el PSOE para defenestrar a Aznar, en la persona de Rajoy. La amnistía puede ser la tumba del PSOE. PP y Vox se han puesto de acuerdo, sin necesidad de acordarlo abiertamente, para llevar a cabo dicho objetivo. Dado que un nuevo gobierno de Sánchez es ya inevitable, van a utilizar el periodo de su mandato (no más de dos años según sus cálculos) para poner en marcha todo tipo de recursos que lleven a su defenestración. No existe la más mínima posibilidad de que Feijóo se siente con Sánchez para negociar las más candentes cuestiones de Estado, en el supuesto negado de que Sánchez quisiera hacerlo. La condición sine qua non sería que Sánchez cese como secretario general del PSOE y que el PSOE se divida para quedarse el PP con una porción sustancial de sus votantes. Ya me dirán.
Luego están las repercusiones a escala Europea de esta guerra civil. Los europeístas de la UE están muy preocupados con que los ultranacionalistas españoles (Vox) lleguen al poder, aunque sea en coalición. El ultranacionalismo gobierna ya en Hungría e Italia (acaba de perder en Polonia), podría gobernar en Francia y amenaza con hacerlo en coalición en Alemania. Como consecuencia, prefieren que en España haya un gobierno de Sánchez, no tanto porque simpaticen con sus infames maniobras políticas como porque evita el susodicho acceso de Vox. El sempiterno dilema del mal menor: saben que el nacionalismo periférico no va a gobernar en España, aunque ese sea el mensaje de determinadas terminales mediáticas; piensan que el mensaje de que España se hunde y que la amnistía pone en peligro la democracia son radicalmente sectarios; es más, los europeístas creen que una amnistía ampliamente consensuada pudiera ser el punto de partida de una reconciliación territorial hoy hecha añicos. Lo explica muy bien un editorial del Financial Times.
Llega un momento en que uno reconoce que la guerra ya es inevitable (cuando la flecha está tensada en el arco tiene que partir) y decide retirarse a sus cuarteles de invierno. Seguiré opinando mientras pueda, pero el debate, el diálogo y actividades afines han sido cercenadas y tendrán que esperar a mejor ocasión. La esperanza es lo último que se pierde.
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