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Lo he contado alguna vez. Viví la caída del régimen de Noriega, en Panamá, en primera persona. Dado mi puesto de trabajo en una multinacional ... americana, hube de asistir a algunas reuniones muy discretas con personajes que sabían lo que se estaba cocinando. Alguien preguntó en una de ellas por qué Estados Unidos no intervenía directamente en el conflicto: «Porque la situación tiene que ponerse mucho peor antes de que la intervención resulte aceptable a la mayoría de la población», fue la respuesta. En efecto hubieron de pasar varios meses, en los que la situación se fue deteriorando progresivamente, antes de que finalmente se produjera la susodicha intervención.
Luego, he podido comprobar reiteradamente la exactitud de este axioma. Algo tan lógico como la medicina preventiva tiene grandes dificultades para imponerse como práctica aceptable entre la inmensa mayoría de la población. Habitualmente la enfermedad tiene que agravarse de forma manifiesta, antes de que el paciente acepte someterse a un tratamiento que, para entonces, será bastante más penoso.
Esto aplica, por igual, a la salud personal y a las enfermedades sociales. Los humanos nos pasamos la vida, privada y pública, apagando fuegos en lugar de previniendo incendios. Tal parece que se trata de una característica de la condición humana, pues de otro modo no habría guerras; pero la 'destrucción creativa' suele llevarse el gato al agua las más de las veces, cuando no es el 'cuanto peor, mejor' tan socorrido en la política española. En estos casos suele venirme a la cabeza un dicho cubano: «Lo bueno de esto es lo mal que se está poniendo»; solo que, al menos entre los cubanos, deben andar repitiéndolo desde hace 100 años sin que a los ciudadanos se les agote la paciencia. Los agotados optan por exiliarse en lugar de enfrentarse a la situación.
Sin embargo, de acuerdo con el axioma, no es arriesgado afirmar que en las sociedades democráticas es preciso entrar en crisis muy serias para que se produzcan cambios sustanciales. Sin ir más lejos, la catastrófica situación que se produjo en España tras el reventón de la burbuja inmobiliaria en 2010: el país en quiebra, empezando por los bancos; Bruselas amenazando con enviar a los 'hombres de negro'; la estrepitosa caída del Gobierno de Zapatero; la llegada del Gobierno de Rajoy dispuesto a coger el toro por los cuernos… Se echaron ahí los cimientos de un cambio en el modelo económico que supuso apretarse el cinturón durante una serie de años sin que nadie rechistara, sin huelgas ni nada por el estilo. La ciudadanía compró la reforma drástica, consciente de la gravedad de la situación, tras las alegres locuras de la primera década del siglo XXI. La situación actual, con la economía española creciendo el triple que la alemana o la francesa, se fraguó sin duda en aquellos momentos, y gracias a las medidas que entonces se implantaron.
No solo en el caso de España. Los dos compañeros de viaje en el desastre del 2010, Grecia y Portugal, también florecen hoy día gracias a la reforma fiscal griega y a la envidiable creación de empleo portuguesa. Por el contrario, los verdugos de esos tres países son hoy las víctimas propiciatorias de una crisis que, en su caso, no fue lo suficientemente grave como para provocar los necesarios cambios en su modelo económico. Hoy no van a tener más remedio que emprenderlos. Hablo de Francia y Alemania. El caso de Macron es emblemático. Llega a la presidencia tras el desprestigio de los políticos tradicionales, por causa de la gran crisis financiera, prometiendo un cambio en el modelo económico francés. Para evitar una crisis en el sistema de pensiones, propone elevar la edad de jubilación, que había ido reduciéndose mientras la población envejecía; la medida fue rechazada sin miramientos. Lo mismo ha ocurrido con el presupuesto, que pretende cancelar una serie de gastos porque el déficit se ha disparado por encima del 6%. Esta medida no solo ha sido rechazada, sino que Macron ha perdido la mayoría en el Parlamento y posiblemente le cueste las próximas elecciones. Si hubiera esperado a que la situación se pudriese en lugar de prevenirla, otro gallo le cantara.
En Alemania, ni Schröeder ni Merkel quisieron ver el talón de Aquiles de las exportaciones alemanas: energía barata de Rusia para fabricar maquinaria y automóviles, que vendían en China y el resto del mundo sin amenazadora competencia. A esto hay que añadir, que están atrapados en su tecnología del siglo XX y con mentalidad y organización del trabajo de dicho siglo. Tuvo que producirse la guerra de Ucrania para que los alemanes se hicieran cargo del problema. Ahí andan, llorando por las esquinas porque las exportaciones se han venido abajo. Si en su momento hubieran diversificado las fuentes energéticas, y modernizado la tecnología y las prácticas empresariales, las penas serían mucho menores. Pero eso era pedirle peras al olmo.
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Ana del Castillo
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