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El titular no simboliza una suma aritmética sino una reacción química que al combinar dos ingredientes produce un tercero.
Argumentaba en la tribuna anterior (̈España del revés, Diario Montañés, 3/09) que después de todo va a resultar que la segunda Transición será liderada por ... Pedro Sánchez. Ésta es su clara intención, otra cosa es que la carambola a múltiples bandas le salga bien. De ser así, el papel de Carrillo le correspondería a Yolanda Díaz, el papel del PNV a la dupla Orturaz- Urkullu y el de Puyol a Puigdemont, que ya ha asumido el de Tarradellas.
Si alguien cree encontrarse ante una especulación sin mucho fundamento, no tiene más que revisar las declaraciones de Urkullu y de Puigdemont para entender que esas aguas sí mueven el molino. Sánchez está cocinando un nuevo guiso en el que los grupos que vienen apoyándole están dispuestos a ir bastante más allá de asegurarle la investidura, para luego seguir con el raca-raca y obtener réditos adicionales, según la vieja versión del «cuento de la buena pipa» (no quiero que me digas ni que sí ni que no, lo que quiero es seguir repitiendo la jugada 'ad infinitum'). Esta vez creen que ha llegado el momento de revisar seriamente la Constitución de 1978, de manera que sus reclamaciones históricas se hagan realidad.
¿Por qué se meten Sánchez y sus compañeros de viaje en este berenjenal? Los que piensen que se trata exclusivamente de la manifestación de una ambición de poder sin límites, podrían llevarse una seria sorpresa. La ambición de estos dirigentes va más allá, quieren pasar a la historia de la Península Ibérica como en su día pasaron los protagonistas de la primera Transición; adicionalmente, el presidente del Gobierno ahora en funciones quiere pasar a la historia de Europa como el salvador de la socialdemocracia y como uno de los artífices de la conversión de la Unión Europea en un bloque político supranacional, a la altura de Estados Unidos y de China.
Pero quedémonos en la Península por el momento. En una Europa cada vez más dominada por una derecha nacionalista, Iberia ha aparecido como esa península donde la izquierda ha conseguido resistir el envite y defender una concepción europeísta que, es evidente, está pasando por horas bajas. Para ello, no ha tenido más remedio que convertirse en el nexo de unión de una serie de partidos minoritarios que, o bien se reclaman de izquierda, o quieren romper con la hegemonía del gobierno central y se reclaman independentistas.
En la primera Transición, Adolfo Suárez lideró el cambio de régimen; pero fue Felipe González el que hizo efectivas las disposiciones más trascendentales de la Constitución, destacando entre ellas la organización territorial. Es esto último lo que ahora se pretende revisar a fondo, lo cual llevaría a Sánchez a combinar el papel de ambos líderes históricos. De hecho, sería la reforma de la organización territorial lo que, esta vez, traería aparejado un cierto cambio de régimen; no tan drástico como el primero –de autocracia a democracia– pero sí sustantivo, por ejemplo, si se adopta el federalismo con todas sus consecuencias.
La tarea que se ha impuesto Sánchez es monumental. Desde los ya mencionados expresidentes, Suárez y González, no tenemos noticia de otro líder con la ambición y la capacidad para llevarla a cabo que está demostrando el socialista. Por otra parte, la imagen de que es un líder muy debilitado a quien los independentistas van a sacar las hijuelas (parte aneja a otra principal) y la oposición va a hacerle picadillo, porque controla el Senado y la mayoría de comunidades autónomas y ayuntamientos, es una visión equivocada.
Los principales partidos independentistas –PNV, ERC, Junts– han perdido posiciones en las últimas elecciones; posiciones que han sido ganadas por los socialistas en sus respectivas comunidades. En cuanto al Senado, todos los presidentes han sabido cómo torearlo, y tanto ayuntamientos como comunidades mandan mucho en sus territorios, pero no en el Congreso.
La fuerza de un presidente democrático es siempre relativa a la fuerza de sus oponentes. La realidad es que los independentistas están más débiles, aunque no lo parezca porque se agarran a un clavo ardiente. Y el principal partido de la oposición no tiene un líder consolidado, ni un proyecto que no sea echar a Sánchez y erradicar el sanchismo. La derecha está pasmada y más dividida que en la época de Rajoy.
Esto anterior lo sabe Sánchez mejor que nadie y ha decidido utilizarlo a fondo. Siente que en estos momentos es «el puto amo» y entiende que la oportunidad la pintan calva. Incluso una repetición de elecciones, para lo que también se ha preparado, es dudoso que cambie el actual panorama.
Las cosas así, la derecha tiene que consolidar un líder que desempeñe el papel de Fraga en la primera Transición. Hoy por hoy, sigo creyendo que Feijóo es el que tiene más experiencia y un perfil más idóneo para asumirlo. De ello trataremos la próxima semana.
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