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Llevamos –mea culpa– años hablando del incremento de la desigualdad entre pobres y ricos, dando por supuesto que se trata del incremento de la diferencia entre el poder adquisitivo de unos y otros, sin matices; lo cual explicaría en gran medida el aumento del desafecto ... de las clases media y baja, que ahora orientan su voto hacia los extremos del arco parlamentario en los países occidentales. Una verdad a medias que requiere ser matizada.
Un reciente estudio realizado en el Reino Unido y Estados Unidos –lo cual me hace pensar que los datos no deben ser muy distintos en la Unión Europea– desvela que la diferencia entre el 10% más rico de la población y el 10% más pobre, no solo no ha aumentado en términos relativos sino que se ha estancado o disminuido levemente. La realidad, sin embargo, es que la escandalosa diferencia entre los de arriba y los de abajo (por utilizar la clásica expresión) no ha hecho sino crecer; en 2023-24 escandalosamente. ¿Cómo se explica?
Aquí entra en escena una expresión que un servidor ha utilizado con frecuencia: la proletarización de la clase media. El dato globalizado de la desigualdad, lo que en estadística se denomina 'coeficiente Gini', puede desglosarse en dos secciones: la brecha entre los más ricos y los que están en el medio, y la brecha entre estos y los más pobres.
Cuando hacemos esta operación descubrimos que lo que en realidad ha ocurrido es que la primera brecha no ha hecho más que crecer desaforadamente, mientras la segunda se ha ido cerrando cada vez más.
Durante los últimos 25 años el incremento salarial de los más pobres ha crecido significativamente, dado que tienen los salarios más bajos y estos han sido revisados reiteradamente por encima del coste de vida, en parte, un intento de reparar una injusticia endémica; pero no olvidemos que la demanda de mano de obra no cualificada crece sin cesar, mientras los puestos en el medio se han reducido por obra y gracia de las economías de escala, la automatización y la informática. Así pues, la experiencia de muchos que se encuentran en la mitad del espectro es la opuesta: la precarización de sus puestos de trabajo.
Profesiones que hasta anteayer eran contempladas con pretensión –doctores, enfermeras, azafatas, oficiales…– han visto deslizarse sus emolumentos hacia la parte baja del espectro. Los salarios hoy al alza se los llevan informáticos y técnicos por el estilo.
Hasta hace 50 años no se necesitaba un título para llevar una vida desahogada; gentes de todo pelaje, con las más variadas habilidades, podían soñar con 'triunfar' en la vida. La 'titulitis' constituye hoy una barrera infranqueable… Y sin garantías de éxito para los titulados. La mayor parte de los puestos elevados requieren graduaciones superiores, y la mayor parte de la población sabe muy pronto que no va a estar entre los elegidos.
El coeficiente Gini ha dejado de ser un indicador confiable de la desigualdad real. La distribución de la riqueza obedece hoy a un conjunto de factores bastante más complejos. La brecha es más difícil de medir, no digamos ya ponerle remedio. La disparidad entre los afluentes y la clase media no ha hecho más que crecer. Y la posibilidad de acortar distancias se antoja cada vez más inalcanzable, dado que el aumento de dicha distancia apenas obedece a la manipulación intencionada de los actores sino, más bien, a lo que Adam Smith llamaba «la mano invisible del mercado».
Se trata de cambios inherentes al propio funcionamiento de la economía. La recompensa y el prestigio de cualquier puesto de trabajo oscila arriba y abajo con el paso del tiempo. Siempre ha sido así y seguirá siéndolo.
Lo cual no significa que debamos aceptarlo con resignación cristiana. Las estadísticas sobre la desigualdad desempeñan un papel importante en la macroeconomía; pero pueden enmascarar realidades sociales amenazadoras al sistema, en general, y a la convivencia, en particular. Es necesario prestar mucha atención al hecho de que el sector más amplio de la población –la clase media– está experimentando dolorosas diferencias en la oferta de oportunidades, su compensación y, en definitiva, la posibilidad de asegurarse un futuro estable para sí y sus familias.
En Estados Unidos, la clase media y la gente joven –muy inquietos por su futuro– han dado un desesperado aldabonazo en las puertas del sistema; han apoyado a Trump, a MAGA y a una colección de anarcos mil millonarios, dispuestos a realizar un cambio de régimen desde dentro. Son los mismos que denuncian la existencia de un 'enemigo interior', para desviar la atención del público de quienes son los verdaderos enemigos del régimen establecido: ellos mismos.
Nada permite pensar que este fenómeno no se contagie a los países europeos; de hecho, los líderes de movimientos similares al de MAGA ya están organizados, operando en nuestros países, y creciendo a costa de los partidos institucionales.
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