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A mi juicio, con la segunda llegada de Trump nos encontramos ante la mayor prueba de que la posmodernidad ha alcanzado su apogeo. Se cumplen ... ahí, al máximo, dos características que formularon Baudrillard y Marx. La teoría de 'la sociedad del espectáculo'la formuló Guy Debord; pero Baudrillard la llevó a sus últimas consecuencias, al escribir sobre 'la cultura del simulacro' por otro nombre 'cultura posmoderna'. Por su parte, Marx había dicho que «la historia ocurre dos veces, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa». Personalmente prefiero calificar la segunda de 'tragicomedia', pero reconozco que simulacro y farsa van de la mano.
La 'gran depresión' de 1929 se vivió como una auténtica tragedia que desembocaría en la Segunda Guerra Mundial; pero la 'gran recesión' del 2008, inicialmente calificada como la mayor crisis experimentada desde la 'gran depresión', llevó a una drástica toma de medidas que aparentemente la difuminaron tres o cuatro años después. Eso sí, escenificando la victimización de los miembros mediterráneos de la UE, que fueron calificados de PIGS (siglas y calificativo en inglés: cerdos); pura tragicomedia. Por otra parte, la 'gran depresión' llevó a una guerra arancelaria que terminó de hundir la economía mundial y contribuiría decisivamente al desencadenamiento de la Segunda Gran Guerra, hecho histórico que hoy se repite como tragicomedia. Me explico.
El esperpento de Trump lleva la 'sociedad del espectáculo' a unos niveles que solo Hitler y Mussolini fueron capaces de alcanzar; en su caso, una verdadera tragedia. Pero lo de Trump no pasa de ser una comedia trágica. Toda su vida pública ha sido un simulacro: desde que se inició como constructor simuló una fortuna que no tenía, para obtener los créditos que le permitirían construir urbanizaciones y luego, a la hora de declarar impuestos, simuló unos costos y pérdidas que reducían sus pagos a hacienda lo más próximo al cero que la ingeniería fiscal hacía posible; a la hora de hacer tratos comerciales simuló las prácticas utilizadas por la mafia para imponer sus condiciones (ahora aplicadas al gobierno); con el tiempo decidió llevar a la televisión el espectáculo con el que había cimentado su carrera, en un programa donde simulaba tratos comerciales. Trump, actor principal y juez supremo, daba su aprobación a los concursantes que habían aplicado sus enseñanzas en 'El arte de la oferta' mientras representaba un humillante despido sin indemnización a los perdedores.
Agotadas esas etapas de su vida, decidió montar el espectáculo en una actividad que se ajusta como un guante a sus citadas habilidades: la política. Ahí, el insaciable exhibicionismo de Trump ha encontrado el caldo de cultivo jamás soñado. No solo pone en práctica las órdenes ejecutivas más destructivas del actual entramado político, sino que lo hace poniendo en escena el mayor espectáculo del mundo. Un par de ejemplos: exhibe inmigrantes supuestamente ilegales, encadenados y con la cabeza entre las piernas del esquilador que rapa su cuero cabelludo; diezma las plantillas de los departamentos dedicados o servicios sociales, con la ayuda de un súper rico enfermo mental subido a un escenario armado de una motosierra; por no hablar de la falsificación de la factura de lo gastado en la defensa de Ucrania –el doble del dato real– y la aún mayor falsificación del déficit comercial de EEUU respecto al resto del mundo.
Hay que recurrir a una famosa fábula de Borges para describir el tamaño del simulacro de país que Trump está construyendo. En el cuento borgiano los cartógrafos del imperio trazan un mapa tan detallado, que llega a recubrir con toda exactitud el verdadero territorio. Los habitantes del imperio deambulan ahora por ese mapa; pero el ocaso del imperio contempla el paulatino desgarro del mapa, que acaba convertido en una ruina despedazada. Dice Baudrillard que esta fabulosa abstracción da fe del orgullo característico del imperio, que a la vez se pudre como una carroña, regresando al polvo de la tierra. No es raro que las imitaciones lleguen con el tiempo a confundirse con el original.
Pero justo en su cénit, la posmodernidad cae en picado y, al ser desplazada la democracia liberal por el poder absolutista –la autarquía–, aquella deja de ser lo que era. Trump presume de ser el más fuerte, pero es una pura infatuación. Sus tristemente famosas tarifas arancelarias van camino de ser un gran fracaso y su más que probable hundimiento lo arrastrará con ellas. Aunque entre tanto declarará una victoria… que será pírrica. Genio y figura.
Dice Tom Friedman (NY Times) que el claro ganador de esta guerra arancelaria sería China. Propone que, dada la ventaja tecnológica y financiera que alcanzaría China como consecuencia del desgobierno trumpista, la única salida que le quedaría a Estados Unidos es centrarse en el desarrollo de la industria y la mano de obra local y dedicarse a producir utilizando capital y tecnología China: el mundo al revés.
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