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Para empezar poniendo el asunto negro sobre blanco: el conflicto que genera en nuestras sociedades la inmigración, dado que esta afecta objetivamente la identidad nacional, es irresoluble. Como todo conflicto irresoluble solo admite una salida, el compromiso entre las partes.
Inmigración, integración, marginación y un ... cierto terrorismo son cuestiones indisolublemente unidas. Y, sin embargo, claramente distintas. El asunto de la inmigración exige que nos ocupemos del problema de la integración de los inmigrantes; y el fracaso de la integración tiene como secuela su marginación e, in extremis, el terrorismo (p. e., el yihadista).
La integración es un problema muy rocoso. Dada la dificultad, se cae en la típica trampa de creer que hay respuestas simples a una cuestión tan compleja: pongamos coto a la inmigración y, muerto el perro, se acabó la rabia. Hoy por hoy, un espejismo para uso de políticos cínicos, que no dudan en explotar el temor de la gente para su propio beneficio. Políticos que no se paran en mientes al asociar la inmigración con todo tipo de crímenes, incluido el terrorismo. Esta asociación es bastante más problemática y, sin ninguna duda, engañosa. Tratemos, pues, los cuatro asuntos por separado; no solo por entenderlos, sino por encontrar una salida que evite un conflicto de mayores proporciones.
Como digo, la inmigración está en el origen de la cadena; pero se trata de un hecho consumado e irreversible. La experiencia vital, en la gran mayoría de ciudades europeas, es el hecho de que son pluralistas y multiétnicas. Un proceso de muchos años, que se ha desarrollado pacíficamente hasta épocas muy recientes, del que la sociedad se ha beneficiado enormemente. La inmigración ha contribuido de forma decisiva a la prosperidad experimentada durante décadas. No quiero pensar en las consecuencias del recurso a los métodos utilizados para la expulsión de judíos y musulmanes; de infausta memoria, desde la Edad Media hasta nuestros días.
Como también digo, el asunto clave no es la inmigración sino la integración. Es ahí donde deben enfocarse todos los esfuerzos. Lo que está fallando es la integración social de los inmigrantes, más concretamente de sus hijos y nietos. Es decir, que el trabajo de remediarlo debe correr a cargo de escuelas y demás instituciones públicas. Solo aquellos países occidentales que alimenten el pluralismo podrán prosperar en el siglo XXI. Solo dichos países van a gozar de estabilidad política y se van a beneficiar del talento y la abierta colaboración de los inmigrantes a largo plazo. El futuro pertenece a quienes construyan redes de innovación y conocimiento, no muros de contención al talento exterior. Nadie confiesa rechazar el talento; pero cuando se rechazan los diferentes atributos culturales que acompañan al talento, es justamente eso lo que se está haciendo.
La consecuencia del fracaso en la integración conduce inevitablemente a la exclusión y la marginación. Como con la integración, también con la marginación se buscan respuestas simples y engañosas: los guetos son bombas de tiempo donde se acumulan todas las miserias: desempleo, drogas, radicalización; las cárceles, el otro gran paliativo, se convierten en escuelas de delincuencia y, en los casos más extremos, de radicalización religiosa y centro de reclutamiento de militantes de bases para la Guerra Santa, en Oriente Medio, y para actos terroristas en los países europeos que apoyan allá a sus enemigos.
Desafortunadamente, la lucha contra el terrorismo se convierte en arma arrojadiza en las batallas de política nacional. Cosa que saben los terroristas y lo utilizan para estimular las divisiones internas de cara a la consecución de sus fines. Por otra parte, están los 'irrenunciables' intereses de los países desarrollados a escala internacional; lo cual les lleva a intervenciones bélicas (véase Oriente Medio) que, paso a paso, nos acercan a una III Guerra Mundial. Mirarse al ombligo sin preocuparse de las consecuencias imprevisibles que ello acarrea fue lo que llevó a Europa a la I Guerra Mundial (y, ésta, a la II). Lo lógico es mirar alrededor para detectar y prevenir las consecuencias antes de que sea demasiado tarde.
En este sentido hay que plantearse la integración del Sur Global y de los países con regímenes fallidos que están provocando emigraciones masivas que van en aumento, en un nuevo orden internacional. Ello implica, en primer lugar, el perdón de sus deudas impagables; y, a renglón seguido, ayudarlos a salir del agujero en que están metidos para que vuelvan a tener un proyecto de vida en común. No solo se frenaría la inmigración sino la repatriación voluntaria de los que ahora deambulan como sonámbulos transterrados por los países desarrollados.
No es que tenga muchas esperanzas de que algo así vaya a ocurrir, cuando la extrema derecha es el movimiento en alza en todos los países occidentales, y la paranoia de los supremacistas blancos ha conquistado la presidencia y las dos cámaras del Congreso en Estados Unidos. Pero al menos, que quede ahí como aviso para navegantes.
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