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Las huestes trumpistas andan por aquí muy atareadas intentado endulzar la brutalidad que Donald Trump, su faro e inspiración, está desplegando contra Ucrania y la ... Unión Europea y la magnífica relación que, de un día para otro, ha formalizado con Putin, que ha encontrado en Trump a su mejor propagandista y el mas poderoso gestor del expansionismo belicista de Moscú.
La entrevista concedida por Trump a la cadena Fox a dúo con Elon Musk –otra fijación hipnotizante para la extrema derecha continental– fue un acabado compendio de inmoralidad política: deslegitimación del presidente ucraniano Zelenski, reproducción de groseras mentiras como el supuesto mínimo de popularidad de este, culpabilización a Ucrania y a la UE de la invasión rusa, desprecio a la integridad territorial de un Estado cuya independencia y soberanía fueron garantizadas por la grandes potencias incluida Rusia, con el argumento de que Putin se habría conformado con un poco de territorio ucraniano. Por el contrario, ni una sola palabra que pudiera identificar la guerra como lo que es, una invasión, ningún reproche a un autócrata que maneja un régimen de corrupción oligárquico sin freno alguno, ni un mínimo gesto de reconocimiento a la resistencia de los ucranianos.
Lo que ha quedado claro es el interés por las tierras raras de Ucrania y esos «increíbles proyectos» que Rusia y EE UU pueden llevar a cabo desde esta amistad. Trump y la derecha trumpista optan por Rusia, revientan el vínculo atlántico, promueven una política de poder en la que Europa, tanto la vieja como la nueva, no tiene cabida y quiebran con ello el principio de respeto a la integridad territorial.
Todo lo que ha dicho Trump después de esa entrevista no ha hecho más que agravar el fatal desvarío del inquilino de la Casa Blanca. Zelenski no es que sea impopular según unas encuestas falsas que Trump ha comprado a la factoría de desinformación de Putin. Zelenski «es un dictador» –Putin, para Trump, debe de ser un demócrata jeffersoniano– y debe convocar elecciones –para que Rusia intervenga– porque se arriesga a «quedarse sin país». No, no se trata de ningún 'patinazo' del presidente de EE UU. El alineamiento de Trump con Putin es política y moralmente repulsivo y una amenaza existencial para Europa.
Los europeos sufrimos muchas taras, pero contamos con la ventaja de conocer la historia. Sabemos lo que supuso el apaciguamiento de Hitler en la Conferencia de Múnich –siempre Múnich–, cómo Alemania y la Unión Soviética acordaron repartirse Polonia con el pacto Ribbentrop-Molotov, hasta qué punto las cesiones fueron interpretadas por los autócratas de aquellos momentos como el signo de debilidad que confirmaba la incapacidad de las democracias europeas para impedir el nuevo orden totalitario que se anunciaba en Berlín. Por eso podemos adelantar que este nuevo Múnich, este imperdonable ejercicio de apaciguamiento de un agresor compulsivo que busca la revancha a la disolución de la URSS, esta cesura traumática y grosera en la alianza que ha permitido la paz, la estabilidad y el progreso desde la Segunda Guerra Mundial, tendrá consecuencias y graves. Y saldrá mal.
Trump no solo traiciona a Ucrania. Sobre todo, traiciona a su propio país y a su historia. Ha demolido 'la ciudad sobre la colina', esa imagen fundacional de EE UU que ha venido expresando el liderazgo de este país en Occidente, su compromiso con la libertad, y la responsabilidad asumido durante décadas en la salvaguardia de orden internacional.
Todo lo que Trump ha dicho y lo que ha hecho es absolutamente indistinguible de Putin: neutralizar la OTAN, despreciar a la Unión Europea, deslegitimar a Zelenski, poner en cuestión la propia continuidad de Ucrania y dar por consolidada por derecho de conquista la ocupación rusa de más del 20% del territorio ucraniano.
Y, mientras tanto, los sedicentes 'patriotas' que festejaron la victoria de Trump como si hubieran sido ellos los que ganaron las elecciones, abarrotan el caballo de Troya construido por su líder global para desmantelar las democracias liberales europeas.
Trump, cuya textura ética parece discutible, sin embargo les ha convencido de que es el abanderado de los valores, el motor del renacimiento moral de nuestras sociedades declinantes, la firmeza de las convicciones frente al relativismo, el látigo anti 'woke'. Y por si eso no fuera suficiente, en esa cruzada cuenta ahora con Putin. Trump y Putin como reserva de los valores occidentales y cristianos es una mala broma, pero les está funcionando, al menos hasta ahora. Como el flautista de Hamelin, la melodía ha atraído a millones hacia quien busca que 'América sea grande de nuevo, a costa de otros.
El apoyo que prestan a Trump aquellos a los que no se les cae de la boca su jactancia en la virtudes patrióticas y su apego a la nación –siempre que no sea ucraniano–, los rectos, los moralmente superiores, es tan patético como incomprensible. Aquí abundan los que en la izquierda y la extrema derecha declaran estar en el lado bueno de la historia. Lo que tendrían que aclarar unos y otros es a qué historia se refieren. Los demás debemos concentrarnos modestamente en que siga habiendo historia, una buena historia al margen del lado en que cada cual quiera colocarse.
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Ana del Castillo
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