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La historia de una sociedad, la trayectoria de una organización, el funcionamiento de un grupo, están influidos por sus dirigentes. Un buen jefe desarrolla la organización y produce bienestar a sus miembros; el jefe torpe o egoísta provoca lo contrario.
Uno. Como es ... natural, los jefes son diversos: su personalidad, capacidades, actitudes, valores y formas de interactuar varían. Hay jefes (y jefas) buenos y también les hay insufribles; trabajadores y vagos; generosos y egoístas; comprensivos y autoritarios; paternalistas y pasotas. Hay directivos que se fijan en el objetivo de la organización y en el bienestar de las personas que forman el colectivo, otros solo piensan en aprovecharse del puesto y en trepar. Algunos son de labor callada, a otros les encanta el protagonismo. Hay líderes que son buenas personas y también, lamentablemente, algunos son mala gente. Hay jefes que ayudan a todos, otros se dedican a colocar a los suyos (el amiguismo, el nepotismo es habitual) y a incordiar a los contrarios. Hay quienes hacen cualquier cosa por mantenerse en el puesto. Algunos antes de pisar el despacho dejan en la puerta escrúpulos y valores. Otros nada más estrenar el cargo se transforman, engordan de satisfacción; hay quien empieza a hablar en otro 'idioma' y cambia de vestuario, de coche, de vivienda... incluso de pareja.
Hay dirigentes competentes y otros ignorantes (como su entorno no se atreve a decirles que están desnudos caminan, con la cabeza alta, haciendo chapuzas y metiéndose en todos los charcos). Por cierto, las virtudes y defectos mencionados también se encuentran en todas las capas laborales; y se observan en la política, la iglesia, la universidad y en todo tipo de organizaciones.
Dos. Los que han estudiado las cualidades del líder subrayan, entre otras: saber establecer un objetivo; capacidad para planificar; ser flexible y rectificar cuando es preciso, adaptarse a las circunstancias; saber escoger a los colaboradores; distribuir correctamente responsabilidades, tareas y recompensas. Atender a las necesidades de todos los miembros de la organización. Escuchar los argumentos de los amigos y de los contrarios. Pedir disculpas y reconocer errores. Asumir que sus actos no van a ser aplaudidos por todos. Ser consciente de que nadie es imprescindible, que se ocupa el cargo de forma temporal. Y, también, estar en contacto con la realidad exterior y saber desconectar del trabajo.
En la serie de televisión 'Familia de policías' (Blue Bloods), uno de los protagonistas, Frank Reagan (interpretado por Tom Selleck), que desempeña el cargo de director de la policía de Nueva York, ejerce un liderazgo claro: da la cara por sus policías, es comprensivo con los errores, no consiente discriminaciones y, al mismo tiempo, no concede privilegios y no admite corruptelas. En el ejercicio del mando muestra competencia, flexibilidad y actitud de escucha; además, tiene un proyecto y unos valores evidentes.
Tres. En el trabajo en equipo todos los miembros son importantes; cada persona tiene su responsabilidad, pero al dirigente le corresponde la responsabilidad mayor. Aunque es frecuente que los malos líderes no quieran asumir las derrotas y se atribuyan todas las victorias. Robert Michels formuló la 'Ley de hierro de la oligarquía': en todas las organizaciones existe la tendencia a formar una élite que se separa del conjunto. Por su parte, el 'Principio de Peter' describe que en las organizaciones todo empleado tiende a ascender hasta llegar a su máximo nivel de incompetencia. Y como corolario: «El trabajo es realizado por aquellos empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia».
La falta de reflexión hace que algunos no se den cuenta de que quizá puedan aportar más y vivir mejor ocupando un puesto de menor estatus y, además, que todos los trabajadores merecen el mismo respeto, y todas las tareas contribuyen al objetivo de la organización. Alejandro Nieto señala que es frecuente:
1. Que los dirigentes participen en comisiones y reuniones inútiles.
2. Que no dediquen tiempo a reflexionar, a escuchar y a conocer la «realidad».
3. Que algunos cargos no son designados por su pericia o conocimientos, sino por pertenecer a una determinada «familia política». 4. Que es habitual la falta de continuidad en las políticas-proyectos.
En ocasiones el recién llegado a un alto cargo desea demostrar que tiene brillantes ideas. Elabora una original forma de proceder, unas directrices clarificadoras, una evaluación imprescindible y, por supuesto, convoca reuniones periódicas para la fundamental coordinación. No hace falta subrayar que la mayoría de estas ocurrencias solo sirven para complicar el trabajo a los subordinados y, eso sí, para justificar el quehacer del jefe y, en ocasiones, para que estos fuegos artificiales le ayuden a trepar.
A todos los jefes les convendría repasar los consejos que dio Don Quijote a Sancho Panza antes de irse a gobernar la ínsula, y también la respuesta de Sancho: «Señor (...) si se imagina que por ser gobernador me ha de llevar el diablo, más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno».
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