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Andaba yo volviendo a leer 'La enseñanza en la Segunda República', de Mariano Pérez Galán, uno de los estudios para conocer la situación de la escuela pública española en abril de 1931. El primer gobierno republicano señaló el déficit de escuelas públicas con las que ... se encontraba el nuevo Régimen y asumió como objetivo la construcción de 27.151 nuevas escuelas en el plazo de cinco años, siendo consciente aquel gobierno de las dificultades presupuestarias a las que se enfrentaría para hacer realidad su objetivo.
Fue en aquellos días cuando leí, en estas mismas páginas (10.09.24) a uno de los portavoces del integrismo católico afirmando que algunos «llevamos años dejándonos la piel, el crédito y la honra en hacer frente a la cultura de la izquierda por su sectarismo implacable y su amiguismo cerril». Así de airado y rotundo se mostraba alguien que se autoproclama ideólogo de la derecha y manifiesta una actitud beligerante contra la cultura laica y liberal que él denomina cultura de izquierdas. No es fácil encontrar un párrafo donde se defina mejor el aislacionismo intelectual con un odio mal disimulado hacia todo lo que se sitúe a su izquierda.
Para este tipo de personas, que se dejan la piel atacando a los zurdos, somos sectarios quienes defendemos los derechos de las minorías, la justicia social, la libertad; quienes intentamos que sea posible un sentido común compartido; quienes aceptamos con normalidad, por ejemplo, el matrimonio homosexual; quienes aspiramos a hacer compatible vivir en una realidad compleja y mantener simultáneamente el ideal de una autorrealización subjetiva; quienes creemos que vivimos en sociedad y que el Estado garantiza la libertad efectiva y la igualdad de oportunidades.
Qué le vamos a hacer si algunos preferimos una España liberal, progresista y si es posible luminosa y no nos gusta una España gris, conservadora, con olor a sacristía y rancia tradición. Qué le vamos a hacer si algunos tratamos de no confundir 'pensar el Estado' con 'pensar España'. Como el tiempo es más que limitado, he preferido leer a don Manuel Azaña que a don Juan Vázquez de Mella.
Prefiero recordar el sacrificio personal y familiar de los militares de la Unión Militar Democrática (UMD), que se autodisolvió el 26 de junio de 1977, antes que al cenizo general Francisco Beca, que califica al dictador Franco de irrepetible y se manifiesta partidario de fusilar a 26 millones de españoles, quizá para que este país vuelva a ser, de aquella manera, uno, grande y libre. Si alguien tiene hoy interés en la UMD puede leer 'En la piel de los héroes. Una conspiración democrática en el ejército franquista', un libro reciente del que es autor Xosé Fortes Bouzán, uno de los capitanes fundadores a la UMD.
Lo siento, pero me merece más respeto un paciente de la sanidad pública madrileña, que un rico exiliado latinoamericano residente en el barrio Salamanca de Madrid. Quizá por ello somos sectarios y cerriles y algunos se encabronan con nosotros porque, con errores sin duda, tratamos de usar la cabeza no para embestir sino para pensar.
Estos escribamos de la derecha casposa son de la misma tribu de quienes en el pasado mes de diciembre, envueltos en banderas y estandartes rezaban, gritaban e insultaban en la calle Ferraz en Madrid, junto a la sede del PSOE, implorando que una lluvia de fuego cayera sobre las cabezas de ateos que tramitaban una ley llamada de amnistía. Otros, no menos energúmenos que los piadosos, le gritaban al presidente del Gobierno de España: «hijo de puta, tienes que morir».
Estos sujetos de la derecha más casposa no saben bien de lo que hablan, pero han querido hacer de la llamada guerra cultural la expresión de un conflicto ideológico y ya les ha dicho su cuñado que eso del feminismo, el cambio climático, la memoria democrática y los tapones de las botellas de agua embotellada, son mandangas de los zurdos a los que hay que sacudir con mano dura. Ahí entra lo de dar la 'batalla cultural', la que defiende la supremacía del hombre blanco, heterosexual y católico, frente al resto que somos los diferentes, por ateos, islamistas, social-comunistas o simplemente demócratas; son quienes defienden la hegemonía del individuo frente a cualquier intromisión gubernamental; la adoración al mercado porque equilibrará oferta y demanda y la identidad patriotera frente a la amenaza exterior.
No se si la cultura que requiere algo de atención, no mucho esfuerzo, una concentración normal, que me hace disfrutar y que me lleva a la reflexión, al debate o al silencio es cultura de una izquierda sectaria y cerril. Quizá Luis Cernuda, Luisa Carnés, Antonio Machado o Clara Campoamor eran sectarios y hasta un poco cerriles. Prefiero esa cultura y detesto las ideas que nos ofrecen personajes como Camilo Alonso Vega o adoradores de apariciones virginales sobre viejos robles.
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