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Soy de una generación que recuerda a Chile cada 11 de septiembre porque fue en esa fecha cuando una junta militar que estaba integrada por el almirante José Toribio Merino –el ideólogo del golpe militar–, el general Jorge Gustavo Leigh, el comandante en jefe del ... Ejército, el general, Augusto Pinochet, y el general César Mendoza –que asumió el mando de los carabineros aunque no era el más antiguo de la institución– dio un golpe de Estado que quebró la tradición institucional de Chile.
Se podía temer una intervención de las Fuerzas Armadas, pero no con la violencia que utilizaron aquel 11 de septiembre y los días posteriores, aunque la junta militar declaró que su intención era «restablecer la institucionalidad quebrantada». Fueron bombardeados la sede del Gobierno y el domicilio del presidente y apresados miles de dirigentes de partidos, de sindicatos, de organizaciones campesinas, de agrupaciones de estudiantes y de dirigentes vecinales. Miles de militantes de partidos políticos de izquierdas debieron buscar refugio en embajadas.
Aquel 11 de septiembre de 1973, la izquierda no pudo defender al gobierno constitucional que había ganado legítimamente las elecciones en las urnas, y debieron transcurrir 17 oscuros años para que Chile recuperara la libertad y la democracia arrebatadas por el golpe militar.
Las comisiones encargadas de estudiar lo sucedido en al régimen de Pinochet (1973-1990) acreditaron 2.115 personas asesinadas por agentes del gobierno; 164 fallecidos como consecuencia de la violencia política y más 35.000 casos de torturas y encarcelamientos por motivos políticos. De acuerdo con el Ministerio de Justicia, 1.469 personas fueron víctimas de desaparición forzosa de las que 1.092 corresponden a detenidos desaparecidos que aun están pendientes de localizar.
Como muchas otras personas de mi generación, viví con intensidad la experiencia chilena del gobierno de Unidad Popular presidido por Salvador Allende, una revolución sin quebrantar la institucionalidad de la democracia que le valió a Allende ser tachado de ingenuo. Rechazó la lucha armada que defendían algunos grupos del bloque de la Unidad Popular que aspiraban avanzar hacia el socialismo real sin respetar los equilibrios y los consensos y socavando la autoridad del propio gobierno, mientras Allende pretendía demostrar que era posible avanzar hacia el socialismo respetando la democracia y el marco constitucional que había hecho realidad que en el año 1970 presidiera el Gobierno en Chile. Necesitábamos comprobar que el proceso revolucionario e institucional chileno podía ser un ejemplo alternativo al modelo cubano y una vía diferente a la lucha armada que defendía la izquierda radical. Al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) le sobró radicalidad y al Partido Socialista Chileno, parte sustancial de la Unidad Popular, le faltaron disciplina y lealtad.
Se ha dicho y escrito que el golpe de Estado se aceleró por la intransigencia de la Democracia Cristiana, por el rechazo del Partido Socialista a las propuestas del propio Allende y por la falta de resolución del propio presidente. Lo cierto es que la derecha chilena se dedicó a desarrollar una campaña sediciosa acudiendo al sabotaje y a la huelga patronal para desabastecer de los productos básicos a la población y provocar una intervención militar. Para todo ello contó con un amplio apoyo del empresariado, la prensa y la administración norteamericana, especialmente del presidente Nixon y del asesor de seguridad nacional Henry Kissinger, que, a través de la CIA, organizó y financió la desestabilización, el fomento del caos y la polarización ideológica que había llegado a extremos irreconciliables, el golpe militar de Pinochet y la formación de miembros de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Estados Unidos quería evitar que el modelo chileno de Salvador Allende pudiera establecer un modelo de éxito de cambios estructurales que otros países de América Latina o del Sur de Europa podrían seguir. «Tenemos que hacer todo lo que podamos para perjudicar a Allende y derribarlo», fueron las palabras textuales del Secretario de Defensa de Estados Unidos.
Visité Santiago de Chile un tiempo después de las elecciones presidenciales del año 1989 invitado a participar en unas jornadas parlamentarias de la Internacional Socialista. Me hospedé en el Hotel Carrera (cerrado en 2004), muy cerca del Palacio de la Moneda, desde donde los periodistas siguieron los ataques a la sede del Gobierno chileno, el hotel donde se rodaron secuencias de 'Missing', la película de Costa Gavras que testimonia la implicación norteamericana en el golpe militar. Antes de abandonar el país visité la tumba de Salvador Allende en el Cementerio General de Santiago. Allende no aceptó marchar al exilio y optó por morir en el Palacio de la Moneda defendiendo la institucionalidad chilena. No pensó que el Ejército de su país se atreviera a bombardearlo. Decidió resistir defendiendo sus principios y la Constitución de su país.
No puede ser admisible ni justificable interrumpir la democracia y la convivencia utilizando la coacción, la fuerza y la violencia.
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