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Las elecciones municipales y autonómicas del pasado 23 de mayo nos anunciaban que también ha llegado a España la ola conservadora que se está extendiendo por Europa. Los gobiernos que han resultado de las elecciones en Suecia y Finlandia se unen a los de Hungría ... y Polonia, a la evolución de la política de Italia, a los movimientos que agitan las manifestaciones en Francia y que expresan algo más que la protesta por la edad de la jubilación… No sirvió con explicar la gestión realizada y los buenos datos de la economía. El resultado ha sido malo para el PSOE por la pérdida de poder institucional, aunque su voto se mantuviera en los porcentajes de las generales de noviembre de 2019. Precipitó el resultado la práctica desaparición de Unidas-Podemos y que el voto de Ciudadanos regresó al PP.
Convendrá recordar al presidente del PP, Núñez Feijóo, que en España se han conformado los nuevos ayuntamientos y ninguno se ha constituido sumando concejales del PSOE y Bildu, pero sí se han constituido 140 sumando concejales del PP y de Vox. ¿Cuándo la superioridad moral de la que presume la derecha se va a manifestar en Cataluña o en el País Vasco?
Las incertidumbres, unas verdaderas y otras inventadas, de una sociedad acostumbrada a ciertos grados de estabilidad, están produciendo un giro conservador en las ideas y los comportamientos de consecuencias no totalmente definidas.
En España, donde el próximo 23 de julio habrá elecciones, el PP de Feijóo, aliado con Vox, ya está diseñando su programa de derogaciones y derribos de todo lo avanzado en estos años de gobierno socialdemócrata. Se ponen en cuestión conceptos que creíamos que formaban parte de un acervo cultural común, como es la violencia de género, determinados derechos civiles, la bondad de las vacunas o el derecho a una educación y a una sanidad públicas y universales.
Las incertidumbres de las que hablaba llevan a sectores de la población a demandar soluciones defensivas y simplistas. El caso de la señora Díaz Ayuso es un ejemplo evidente. Madrid, el barco insignia de la derecha española, es la comunidad autónoma que menos invierte en educación y sanidad por habitante de toda España; allí triunfa un discurso antisocialista; se fomenta una especie de extraño régimen 'rentista' donde se vacían los servicios y las políticas públicas; se degradan valores como el de la libertad que solo sirve para 'tomar cañas'; se aplaude que los parientes cercanos hagan negocios comprando mascarillas y todo se justifica con un discurso ramplón de descalificación al adversario. Se tiene manga ancha para la corrupción y se rechaza la fiscalidad como expresión de la intervención del Estado en la esfera privada del individuo.
No se da importancia a la fragilidad de esos argumentos simples y primarios y olvidamos que Europa, esa Europa de la que formamos parte, concentra el 7% de la población mundial, pero produce el 25% de la riqueza total del planeta y nos beneficiamos del 50% del gasto público.
Sin duda que al señor Feijóo y a sus aliados eso de que la población europea disfrute de tales niveles de protección a través del gasto social, les parece un exceso innecesario y por ello se aprestarán a derogar la reforma de las pensiones o la reforma laboral, a bajar el Salario Mínimo (el PP se opuso a su subida), a cuestionar todo lo relacionado con la igualdad de género, a olvidar que el derecho a la vivienda sea otro pilar del Estado de Bienestar y neutralizarán que la educación y la sanidad sigan siendo derechos universales y gratuitos.
La importancia del resultado de las elecciones del 23 de julio será comprobar si también España se ve abocada, de la mano del PP y Vox, a esa senda del autoritarismo que se desarrolla en nuestras sociedades democráticas erosionando sus cimientos. El 23 de julio será decisivo para la España que aspiramos a ser y es exigible a los conservadores del PP que expliciten su proyecto político, más allá de la descalificación, el eslogan y las sombrillas. No reduzcamos el debate político a focalizar al adversario como enemigo, incluso como enemigo personal, algo que le ha funcionado al PP en el pasado. Intentemos diferenciar propuestas progresistas de enunciados conservadores.
El PSOE debería movilizarse para recuperar un voto histórico perdido transitoriamente, oponerse a esa oleada de rancio nacionalismo español que atraviesa el país con aires de pasodoble y no conformarse con ser el socio principal de una coalición progresista. Abandonemos las diatribas emotivas y el ruido inútil y avancemos en las propuestas y sus contenidos.
Si el señor Núñez Feijóo persiste en lo de 'España o Sánchez', deberá responder a los que no votamos ni al PP ni a Vox si somos la anti-España. ¿Quién reparte las credenciales y los títulos de ser o no ser buen español? Más respeto y menos ambigüedad, señor Feijóo.
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